Nada se puede reducir jamás a tan poco. Mucho menos un país, un pueblo, unas culturas conformando identidad. Panamá es una historia que invitamos a conocer, aunque esta nota no es el mejor lugar para hacerlo. Panamá es un país construido a la medida de una visión imperial que se ocupó de destruir y fragmentar a la Gran Colombia para abrirse pasos de dominación.
Panamá también es un sombrero que no es de allí. El jipijapa de origen ecuatoriano se popularizó mientras se construía el canal de excusas comerciales y facilitación del paso por espacios oceánicos que debían acortar las rutas marítimas entre el Caribe y el Pacífico, para beneficio de los capitales imperiales.
El sombrero está lleno de diversas simbologías. Un sombrero puede ser una corona o una mitra pero popularizado en las cabezas de los más pobres en las sociedades divididas en clases, más o menos como las conocemos hoy. La mayoría de las culturas han cubierto sus cabezas a lo largo de sus historias, casi siempre por razones climáticas, aunque también, en algunos momentos y circunstancias, se les ha asociado con rituales, estética y formas de dominio.
En el llano venezolano el sombrero es el “sobre yo” que representa autoridad y hombría. El sombrero, al igual que el rostro masculino, no se toca, pues se mancilla. Por un irrespeto al sombrero se ha sabido de más de una refriega con finales fatales, muchos de ellos.
El sombrero en América, ese sombrero de ala, en cuyo género está también el aludido como Panamá, se debe a un diseño imperial europeo, propio del conquistador de nuestras tierras y depredador de nuestras culturas. El gorro de nuestros pueblos originarios comenzó a sufrir el mismo desprecio que daban los conquistadores a todas nuestras expresiones culturales, por las cuales nuestros pueblos colonizados comenzaron a sentir una especie de vergüenza en lo cotidiano que les llevaba a cambiar -no siempre por la fuerza- sus implementos, hábitos, cosmovisión, culinaria, creencias y manifestaciones en general, por las de sus colonizadores, sus dominadores. El sombrero no fue la excepción.
El sombrero de ala, impuesto por el conquistador europeo empezó a ser implemento de prestancia, de poder, de “etiqueta”, de clase “superior” y aún así se mantiene hoy. En el caso del sombrero “Panamá”, aunque fabricado de tejido vegetal del trópico, su diseño es el impuesto por el conquistador. En ciertos círculos su uso parecía dotar de privilegios, no siempre verdaderos sino subordinados a la ideología de lo cotidiano, la misma que erosiona historia, culturas y raíces haciéndolas desaparecer, como si lo impuesto fuese eterno.
Toda esta reflexión de hoy viene al caso porque Panamá es, esta misma semana, un espacio de concentración de poderes y realización de cumbres en el que, cuando “Las Américas” encumbradas pretendan volver a colocar a los pueblos nuestroamericanos en el abismo (No olvidemos a nuestro eterno y supremo Chávez con aquella cuestionadora frase: “Los gobiernos se la pasan de cumbre en cumbre mientras los pueblos van de abismo en abismo”), allí mismo se les planta, en paralelo, la esperanza organizada y soberana de los pueblos que despertaron ante la clarinada bolivariana que “despertó” (a lo Neruda) 200 años después, para no volver a dormirse más.
Mientras el vocero imperial que ocupa, por ahora, la Casa Blanca, en Estados Unidos, quizá se pasee orondo luciendo un sombrero Panamá en Panamá, mientras busca aliados para fortalecer su decreto injerencista que nos acusa de ser su “amenaza inusual y extraordinaria”, la insurgencia amorosa y llanera de Hugo Chávez estará hecha unidad nuestroamericana, recordándole que todavía está a tiempo de leer y conocer que siguen Las venas abiertas de América Latina, construyendo el nuevo mundo mejor y posible.
