El imperio sin fronteras

Lo que oficialmente se cuenta de los Estados Unidos de Norteamérica es que se trata de una gran país, amante de las libertades y respetuoso de los derechos humanos. ¿Será eso cierto? Un norteamericano, profesor de dilatada trayectoria llamado Howard Zinn[i] informa con pelos y señales que ello no es tan así. Él nos habla en su obra de manera brillante y conmovedora de cómo su pueblo ha sido víctima de la más desoladora y extenuante explotación política y económica y cuya situación ha sido siempre ignorada por la historia oficial.

La primera colonia permanente de los ingleses en territorio americano fue la de Jamestown en Virginia, dentro del territorio indígena liderado por el jefe indio Powhatan. Ante la hambruna que vivían los europeos, los indios los acogieron y los alimentaron. En pago, los ingleses al recuperarse apresaron a los indios, se los llevaron secuestrados y los asesinaron a todos, incluyendo a la reina indígena a la que sodomizaron a navajazos hasta matarla. Ya establecidos y con el poder en sus manos, los colonos establecieron lo que se conoce como the color line (la barrera racial). Por 350 años, los EE.UU han sido el país que ha mantenido el racismo como sistema sin que nadie los condene por ello. En la búsqueda de mano de obra para que cultivaran los campos, los blancos hicieron de los negros sus esclavos, martirizándolos en las formas más abyectas. Para ello tenían la explicación perfecta: Dios los había predestinado para hacer cuanto hubiera que hacer para dominar al contrario sin reparar en ningún prejuicio.

En 1897, Theodore Rooselvet le escribía a un amigo: "En estricta confidencia, agradecería cualquier guerra, pues creo que este país necesita una". Esta afirmación se convirtió luego en lo que se conoce como el corolario Roosevelt, doctrina mediante la cual los EE.UU pueden invadir cualquier país sin limitación alguna, demostrando que ellos no tienen amigos permanentes, tienen sí, intereses permanentes. Una lista presentada al Congreso norteamericano en 1962 da cuenta de cómo los EE.UU intervinieron entre los años 1798-1895, 103 veces en los asuntos internos de otros países, siempre bajo el argumento de "proteger sus intereses y a ciudadanos norteamericanos". Que hoy los EE.UU pretendan invadir el territorio venezolano no es cosa nueva. El águila imperial tiene años comiendo carroña. Sólo la defensa popular y la solidaridad internacional de los pueblos amantes de la paz pueden impedir que lo continúe haciendo.

Quién se iba a imaginar que en pleno siglo XXI los EE.UU, sus poderes fácticos, estuvieran practicando la piratería al mejor estilo de los corsarios de épocas pasadas. Continúan siendo el imperio de la extracción de materias primas –como lo apunta Claude Julien-[ii] en países donde ejerce su dominio o su influencia, a fin de garantizar el nivel de vida, el lujo y confort de parte de su población y mantener el margen de riquezas de una minoría privilegiada a costa del hambre de millones en el mundo. Son sin lugar a dudas una fuerza poderosa que no repara en mientes para llevar sus fronteras hasta los confines del mundo y más allá. Son pues, un imperio sin fronteras y más ahora que el Congreso norteamericano ha autorizado a Obama a intervenir en cualquier parte sin limitación geográfica de ningún tipo, con lo cual pretenden echar por tierra el concepto de soberanía de los pueblos.

La ambición imperialista es tal que los lleva al establecimiento de bases militares donde les plazca; corromper a políticos, empresarios y derribar gobiernos; aplicar sanciones económicas e incluso intervenir militarmente a quienes no complazcan sus designios; intervenir administrativamente los sistemas informáticos y comunicacionales de cualquier Estado en una visión neocolonial. Para ello cuentan con el Departamento de Estado, de la Agencia para el Desarrollo Internacional y la Agencia Central de Inteligencia. A nombre de la democracia y de la libertad, el imperio saquea a sus anchas. Cada día remozan sus mecanismos de intervención, modificando los métodos pero manteniendo la esencia de sus propósitos: establecer un imperio global, planetario, como lo sostiene Zbigniew Brzezinski.

A fines del siglo XIX, cuando los EE.UU se lanzaron a la conquista de las islas Filipinas, uno de sus senadores, Beveridge, con el cinismo más puro y escalofriante pronunció un discurso en el que sostuvo lo siguiente: "El destino nos ha trazado nuestra política. El comercio del mundo debe ser nuestro, y lo será. Cubriremos los océanos con nuestra marina mercante. Construiremos una marina a la medida de nuestra grandeza. La ley norteamericana, el orden norteamericano, la civilización norteamericana y la bandera norteamericana se implantarán en playas hasta ahora sangrientas e ignorantes, embellecidas e iluminadas en adelante por aquellos instrumentos de Dios".

Quienes planificaron la construcción de los EE.UU, lo hicieron conscientes de que cuajaban las bases de una gran empresa que con los tiempos tenía que llegar a ser la primera gran potencia del planeta. Así, dedicaron todo el siglo XIX y parte del siglo XX al diseño de un sistema económico profundamente capitalista, sin contemplación de ningún tipo. Crearon el banco de la Reserva Federal como una institución privada que le presta dinero al Gobierno, el cual es pagado con los impuestos que éste le cobra al pueblo. Un sistema financiero perverso que socorre a la banca privada cuando está en aprietos; que emite de manera inmisericorde papel moneda sin respaldo alguno generando un déficit fiscal impagable en su economía. Esta poderosa economía que tiene los pies de barro y que ya ha sido superada por China, no puede haberse sostenido jamás si no a la sombra del poderío militar. Quienes han intentado sacudirse del yugo imperial han tenido que vérselas con las botas de los marines y ahora, en épocas modernas, con los contratistas, sicarios internacionales pagados por las grandes corporaciones, el verdadero poder que sostiene el vuelo del águila imperial.

Este poderoso imperio sin fronteras ha contado con el elemento cultural como basamento de su dominación. Ellos están claros que la dominación del cerebro de su propio pueblo y el de los demás, puede aportar mayores beneficios que un barril de petróleo. Por eso han hecho de la ciencia y la cultura un verdadero monopolio, fabricadores de premios nobeles a granel. Al final de la segunda guerra mundial, los EE.UU hicieron de la trata de cerebros (así lo llama Claude Julien) un lucrativo negocio, para ello "abrieron" sus fronteras a los científicos e intelectuales, haciéndolos firmar contratos leoninos prácticamente a perpetuidad. Esta política ha continuado y por eso es "común" ver como jóvenes profesionales son llevados a los centros de investigación norteamericanos para que se integren a las generaciones de relevo, con lo cual la brain drain (fuga de cerebros) no ha cesado.

Con sobrada razón, el Dr. Ernesto "Che" Guevara llegó a decir que al imperialismo no se le podía creer ni un tantico así. Ellos, con tal de mantenerse en la cima del poder, sino tienen un enemigo lo inventan.[iii] Eliminado el comunismo como problema al concluir la guerra fría, se inventaron lo del narcotráfico; luego se inventaron lo de la lucha contra el terrorismo y ahora el fuerte es la guerra por la seguridad nacional. En este orden de ideas cuesta entender la orden ejecutiva de Obama al decir que Venezuela es una amenaza "inusual y extraordinaria" para la seguridad de los EE.UU. De allí que casi toda la comunidad internacional rechace tal medida y, tal vez no se han reído de ella porque al provenir de la potencia más grande del mundo, sean prudentes al predecir que algo oscuro y terrible se esconde detrás de ella.

Los ideólogos del imperio sostienen que Dios los ha preparado "para convertirlos en los maestros organizadores del mundo", para que establezcan el orden donde reine el caos. Los ha bendecido para ejercer el gobierno con un guante de seda y otro de hierro y someter a los pueblos "barbaros y seniles", a fin de impedir que el mundo regrese a épocas oscuras. Les ha encomendado regenerar el mundo entero. Pero cuidado imperio, la conciencia colectiva y la fuerza internacional de nuestras Naciones dista mucho de parecerse a los pueblos barbaros que ustedes aspiran doblegar y humillar. El 25 de mayo de 1820, Bolívar escribe: "Jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros, ya ven decididas la suerte de las cosas".[iv] Hoy, 200 años después, las cosas son bien diferentes. Los pueblos de América Latina, otrora llamado "patio trasero" es hoy un poderoso bloque luminoso que aspira vivir en paz con todos los pueblos del mundo, incluido el de los EE.UU.


[i] Howard Zinn, La otra historia de los Estados Unidos. 3era edición. Colección Otras Voces.

[ii] Claude Julien, El Imperio Norteamericano, Instituto Cubano del Libro, Habana, 1970.

[iii] Morris Berman, Localizar al enemigo: mito versus realidad en la política exterior de los Estados Unidos, Editorial Sexto Piso, 2007.

[iv] Simón Bolívar, carta a José Tomás Revenga.

canaimaprofundo@hotmail.com



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