¡Emilio Arévalo Cedeño vive!

A Emilio, maestro de Chávez

Hace unos días, mientras caminaba por la Filven 2015, tomé de un stand la novela “La vorágine” del escritor neogranadino José Eustasio Rivera y el azar me llevó a la página 169 de la edición de la Biblioteca Ayacucho: “Ramiro, era el hombre que, según don Clemente Silva, presenció las tragedias de San Fernando del Atabapo y solía relatar que Funes enterraba la gente viva”.

Esta novela que vio la luz el 25 de noviembre de 1924 en Bogotá por la editorial Cromos expone las penurias de los indígenas esclavizados durante la fiebre del caucho. Buena parte de la novela se desarrolla en el Territorio Federal Amazonas cuando el jefe de esta entidad era Tomás Funes, hombre de confianza de Juan Vicente Gómez y que formaba con Vincencio Pérez Soto y Eustoquio Gómez el tridente del mal.

Funes, quien había luchado contra Cipriano Castro, se enriqueció a partir de 1908 explotando el caucho, la sarrapia y el balatá (árbol de goma) en el municipio Río Negro. Funes se hizo del poder cuando asaltó la casa de gobierno en San Fernando de Atabapo el 8 de mayo de 1913 asesinando al gobernador gomecista Roberto Pulido, a su esposa y demás personal que allí laboraba, y por si fuera poco, al pequeño hijo del mandatario regional lo lanzó al río. Esta masacre es referida por Rivera así:

“La casa Rosas me ordenó que en lo sucesivo esquiváramos el Vaupés y por el caño Grande descendiéramos al Inírida, hacia San Fernando del Atabapo, donde podíamos consignarle al Gobernador los productos que consiguiéramos, pues era agente suyo y tenía el encargo de remitírselos, por el Orinoco, a la isla de Trinidad.

- ¡Chicos! ¿Y no sabían que a Pulido lo asesinaron?

- General, vivimos en el limbo de los desiertos…

-Pues, lo descuartizaron, por robarle lo que tenía y por coger la Gobernación.

- ¡El Coronel Funes!

- ¡Qué coronel! ¡Está degradao! ¡Escupa ese nombre! ¡Cuidao con volverlo a mentar aquí!”

Dado su sanguinario deseo de poder, Gómez lo unió a su comitiva dictatorial. Allí permanecerá el multimillonario Funes hasta el 31 de enero de 1921 aterrorizando la región, saqueando las riquezas naturales y explotando a los indígenas. Ese día “llegó el comandante y mandó a parar”. Emilio Arévalo Cedeño, telegrafista y guerrillero guariqueño nacido en Valle de La Pascua el 4 de diciembre de 1882, derrotaba, capturaba y fusilaba a Tomás Funes, acto de justicia inscrito en las gloriosas páginas de la lucha revolucionaria del siglo XX.

Cuando ya Estados Unidos había usado a su títere Gómez. Arévalo Cedeño le escribe al patriarca en su otoño este telegrama:

"Han llegado noticias a mi campamento de que el Gobierno americano obliga a Ud. a abandonar el poder, libertar a todos nuestros compatriotas encarcelados, abrir las puertas de la Patria a todos los desterrados y convocar al país a elecciones. Patriota como soy, convengo en que Ud. haga lo que se le impone porque es lo humanitario, lo civilizado y lo republicano; pero debo protestar por la intervención de un poder extranjero en los asuntos internos de nuestro país. Es decir, que combatí contra Ud. y seguiré combatiendo contra los americanos del Norte, porque la herencia de Bolívar es única, indivisible y no permite intervención. Su compatriota que nunca ha sido su amigo, E. Arévalo Cedeño".

En este telegrama se observa su cualidad de patriota. Emilio Arévalo Cedeño, aun siendo denodado luchador contra el régimen de Gómez, hizo un alto en su posición para asumir dignamente la defensa de la Patria.

El guerrillero guariqueño volverá a Venezuela cuando Gómez muere. Sería senador electo por Guárico, cargo desde donde propuso el retiro de Venezuela de la Sociedad de Naciones por su pasividad ante la invasión de Etiopía por el ejército fascista de Benito Mussolini. Siendo Presidente de Guárico realizó una política a favor de los agricultores, mediante la instalación de molinos de viento para sacar agua y abrir vías de comunicación para facilitar el transporte de la producción agropecuaria de la región.

La justicia tiene en Emilio Arévalo Cedeño un baluarte cuando aquel 31 de enero de 1931 al fusilar a Funes acababa con un enemigo que, como escribiera José Eustasio Rivera, era un “bandido que debe más de seiscientas muertes. Puros racionales, porque a los indios no se les lleva el número”.

colectivo114@gmail.com


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