Washington no podrá dividir a América Latina

¿A partir de qué prerrogativas Washington se permite intervenir en los
procesos revolucionarios emprendidos por pueblos de otras naciones en
ejercicio de las soberanías que ostentan en virtud de normas
universalmente reconocidas del derecho internacional?
¿En virtud de cuales normas y principios del Derecho Internacional
Washington se atribuye la potestad de disponer las nuevas sanciones
contra el gobierno soberano de Nicolás Maduro?
A fines del siglo XVIII, los ideólogos fundadores del imperialismo
norteamericano desarrollaron los principios del "destino manifiesto",
una concepción que atribuía a Estados Unidos la supuesta misión
especial de llevar su sistema de organización económica, social y
política, primero, a toda Norteamérica y, posteriormente, a todo el
hemisferio occidental.
La expansión interna, al oeste, se completó a fines del Siglo XIX por
medio del exterminio de prácticamente toda la población autóctona
asentada desde tiempos atávicos en esos territorios y el despojo a los
vecinos mexicanos de casi la mitad de su territorio mediante una
guerra declarada por el presidente Polk en 1848 que les propició
anexarse Texas, California y Nuevo México, espacios considerados como
indispensables para la realización de su "destino manifiesto" como
nación.
En 1823, el presidente James Monroe había pronunciado la doctrina de
"América para los americanos", que la historia conoce como la
unilateral Doctrina Monroe, según la cual toda interferencia por
cualquier potencia europea en las emergentes repúblicas
latinoamericanas sería considerada un acto inamistoso contra los
propios Estados Unidos. En virtud de tal doctrina, su gobierno se
atribuía la facultad de "proteger a la región", una declaración de
paternalismo defensivo hacia el resto del hemisferio que pronto dejó
ver su naturaleza expansionista.
Sin embargo, esta vocación de crecimiento territorial no era más que
el revestimiento de la esencia imperialista que anidaba en Estados
Unidos y que llegaría a convertir a esa nación en la más poderosa
superpotencia mundial.
Ninguna de estas unilaterales políticas hegemónicas hubo de insertarse
en el derecho internacional como norma formalmente aceptada por la
comunidad de naciones del continente, lo cual no obstó para que
Washington emprendiera a su tenor acciones que le califican como el
máximo depredador del mundo contemporáneo.
Desde que en 1890 tuvieron lugar la masacre de 300 aborígenes en
Wounded Knee -en el oeste norteamericano- y una intervención militar
en Buenos Aires, Argentina, hasta nuestros días, los historiadores han
registrado más de 120 intervenciones con tropas llevadas a cabo por
Estados Unidos en todos los continentes. Esta cifra no incluye un
considerable número de operaciones desestabilizadoras encubiertas con
parecidos resultados.
Según el escritor y politólogo norteamericano William Blum, desde que
en 1945 concluyó la segunda guerra mundial, el gobierno de los Estados
Unidos de América ha participado militarmente en el derrocamiento de
cuarenta gobiernos extranjeros en el continente con los que no
simpatizaba, además de aplastar a treinta movimientos revolucionarios
que luchaban contra regímenes rechazados por sus pueblos pero afines
Washington.
Al ejecutar esas acciones, Estados Unidos bombardeó 25 países, causó
la muerte a millones de personas y condenó a la miseria y la
desesperanza a muchos millones más.
Lo que no logra registrar la historia son aquellos éxitos de
Washington en los que han bastado las amenazas, las presiones y las
mentiras para lograr la traición de sectores vinculados a los
intereses de las oligarquías nacionales, la quiebra de la unidad de
las fuerzas revolucionarias o el desánimo en las propias filas de los
movimientos derivado de errores al enfrentar las maniobras y campañas
enemigas, todo lo cual provoca amargura y frustración en los pueblos.
El desarrollo de los acontecimientos políticos recientes en nuestra
América, en particular tras la orden ejecutiva de la Casa Blanca que
declaró una "emergencia nacional" en Estados Unidos por la amenaza
"inusual y extraordinaria" a su seguridad nacional que representa el
proceso revolucionario que tiene lugar en Venezuela, muestra que las
fuerzas revolucionarias y progresistas en la región ya son capaces de
asumir, a base de la unidad de sus filas y mucha serenidad, el
enfrentamiento a las presiones, trampas y maniobras del imperio.
A pocos días de iniciarse en Panamá la Cumbre de las Américas, cuya
realización se vio amenazada por la firmeza de la unidad mostrada por
los gobiernos de Latinoamérica y el Caribe, exigentes del respeto al
derecho de Cuba a tomar parte en el cónclave frente a la insistencia
imperial por impedirlo, Washington pone nuevamente a prueba la
solidaridad latinoamericana y caribeña con esta burda amenaza contra
Venezuela.



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Manuel Yepe

Abogado, economista y politólogo. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba.

 manuelyepe@gmail.com

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