La batalla por Aleppo

Una vez más los eventos de Libia hablan a favor de una vieja verdad: una revuelta local alimentada desde afuera amenaza con extenderse y convertirse en una rebelión total si esta no es sofocada a tiempo de manera drástica sin ninguna vacilación.  Muchos activistas libios de oposición miran hacia atrás y se preguntan sobre el resultado de los eventos: ¿Era esto lo que estábamos buscando?  El país está devastado, nuestro sistema de seguro social de primera categoría ya no existe, los grupos que se alzaron con el poder se hunden en disputas internas y no se ve una perspectiva a la vista

En líneas generales, lo mismo está sucediendo en Siria, la rebelión está creciendo instigada por actividades subversivas permanentes contra el gobierno sirio.  Estando perdida y confundida mucha gente toma el bando de la oposición, especialmente los jóvenes.  Como en Libia, vemos fotografías de los sistemas de armamento de combate capturados en manos de estudiantes y el número de desertores del ejército está creciendo (o la gente que se exhibe como desertores frente a las cámaras de televisión—método probado para librar una guerra informática) muchos son presa de los medios hostiles y brindan apoyo a las agrupaciones armadas.  Paso a paso más y más gente se involucra en la rebelión.

En todo caso, existe una característica específica en la situación siria.  No existe un poderoso impulso anti dictatorial que brinde ímpetu a muchos de aquellos que apoyan los esfuerzos de la oposición, como en Libia.  En el caso de Gaddafi, cuarenta años en el poder eran demasiado para la tolerancia psicológica de la parte más activa de la población.  Fue un factor que atizó la lucha anti gubernamental.

En Siria el Partido Baath encabezado por el clan Assad es lo suficientemente flexible para enfrentar los nuevos desafíos del tiempo.  La reforma política en curso pareciera abrir el camino para el diálogo, lo cual no ha ocurrido debido a los esfuerzos de aquellos que se oponen a un desenlace pacífico.  Ellos perciben los vínculos con Irán como un gran “vicio” del régimen gobernante, agregado al hecho que los alawitas son considerados como una sucursal de la denominación chiita del Islam.

Tienen razón aquellos que influyen en el desarrollo de los acontecimientos desde el extranjero, mientras los alawitas gobiernen el país, este seguirá siendo un aliado de Irán.  La creciente influencia de los chiitas en la región es un hecho indiscutible por el cual Arabia Saudita está sumamente preocupada.  Los chiitas a pesar de ser una minoría constituyen una parte tangible de su población y ellos luchan por sus derechos, lo cual amenaza las bases del régimen imperante.  En el mes de noviembre del 2011 cuatro hombres fueron asesinados en la gobernación saudita de Qatif, área urbana ubicada en la Provincia Oriental.

En una declaración formal se señaló que los cuatro estaban armados y “actuaban bajo órdenes dictadas desde el extranjero.”   Se debería suponer que se trataba de agentes iraníes.  A comienzos de enero, las autoridades sauditas dieron los nombres de 23 personas sospechosas de incitar desórdenes en Qatif, tráfico de armas y disparar contra civiles y militares.  En los meses de marzo y julio, Qatif, de población principalmente chiita, fue otra vez escenario de protestas.  Los chiitas exigen la liberación de los prisioneros políticos, reformas y el cese de la discriminación.  Las manifestaciones fueron duramente reprimidas.  Hubo muertos y heridos y 400 personas fueron detenidas.  Setenta de ellos todavía se encuentran tras las rejas, incluyendo al muy conocido activista de derechos humanos, Fadelal-Munasif.  La situación es aun más tensa en Barain y Qatar donde los chiitas son mayoría.  En la primavera pasada, las manifestaciones chiitas en Barain fueron sofocadas por las fuerzas armadas de Arabia Saudita y Qatar.

El rasgo decisivo de la rebelión montada es el hecho que los regímenes sunitas del Golfo Pérsico actúan como los mayores patrocinadores de los sucesos en Siria.  Estos regímenes no son influenciados por ideologías democráticas occidentales, no manejan los hilos de títeres que actúan bajo el disfraz de luchar por la democracia.

Ellos se apoyan en terroristas contratados en diferentes países.  No sorprende que halla tantos militantes de Al Kaeda en las filas mercenarias, organización que es la vanguardia del extremismo del Islam sunita.  Hoy en día terroristas internacionales provenientes de todos los rincones del mundo combaten contra el presidente legalmente elegido y actual gobierno de Siria.  La mayor parte de ellos son contratados por emisarios sauditas en Túnez, Argelia y Yemen.  El número de iraquíes y afganos también está aumentando.  Se trata de un factor disuasorio en el proceso de degradación de la mayoría presidencialista de la población siria.  Los mercenarios extranjeros no pueden ni deben conseguir un apoyo de masas decisivo dentro del país.  Las áreas tradicionalmente hostiles dominadas por los sunitas de Homs y Hama y algunas rurales son en mayor medida vulnerables a los asaltos desinformativos de la oposición y continúan siendo los pilares de los esfuerzos de la oposición en Siria.  De ahí que las acciones de combate entre las fuerzas del gobierno y los rebeldes parecen un combate contra un incendio.  El papel de Occidente es muy diferente en comparación con el caso libio.  Esta vez Occidente cedió la iniciativa a Arabia Saudita, Turquía y Qatar con la esperanza que sus esfuerzos conducirían a la expulsión de Assad y al establecimiento de un régimen pro-occidental en Damasco.

Actualmente Occidente le está dando forma a un fondo diplomático y desinformativo con el objeto de derrocar la dirección siria, pero no se inclina por ser parte de una agresión armada en caso que la situación se arrastre hasta ese nivel.  El significado del mencionado esfuerzo de  guerra diplomática y desinformativa no debiera ser subestimado.  Washington, Londres y París habilidosamente han empleado los resultados de las actividades de sus aliados terroristas en Siria para su provecho y han forzado la situación hacia un punto de viraje político.  Han creado una atmósfera de “última oportunidad” para Assad en la ONU.  Al perderse la oportunidad se abriría el camino para un mayor agravamiento de la situación.  La prolongación técnica de la misión de observadores de la ONU por solo treinta días y no por tres meses como había sido pensado anteriormente.

Una vez que los altos mandos militares sirios hayan sido físicamente eliminados a través de acciones terroristas, la dirección política del país en realidad se encontrará ante un ultimátum: tiene un mes para normalizar la situación (y ahora menos).  Luego se lanzarán las acciones preparatorias para la intervención directa.  En Damasco ellos entienden bien lo que esto implica.

Esa es la razón porqué los aviones de la fuerza aérea y los helicópteros militares se hicieron presentes en el cielo de Aleppo.  Se encuentran llevando a cabo operaciones de “limpieza” para liberar de rebeldes una de las ciudades más importantes del país.  El asalto general se encuentra en curso, se emplearán todos los medios excepto el armamento químico.  Se debería esperar que los medios de comunicación occidentales publiquen fotografías horrorosas de la limpieza de Aleppo mientras agitan los eventos.  Pero actualmente esto ha perdido todo significado para la dirección siria.  Actualmente se enfrenta al último recurso, la batalla final.  La misión de los militares está clara: las bandas rebeldes deberán correr hacia la frontera turca.  El consiguiente “sofocamiento del incendio” deberá resultar en obligar a los terroristas a escurrirse fuera del país.  Las próximas tres semanas el mundo presenciará la batalla decisiva entre la internacional terrorista y las fuerzas del gobierno sirio.  Quizá algún día los historiadores se refieran a ella como “la batalla por Siria.” Quizá todo dependa de quien triunfe para que Siria prevalezca.

Traducido del inglés por Sergio R. Anacona

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