Integración y colonialismo en nuestra América

La celebración el 5 de julio de l2011, en la ciudad de Caracas, de la Cumbre de Jefes y Jefas de Estados y de Gobiernos de América Latina y el Caribe, con el predeterminado propósito de firmar el Acta Fundacional de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, pareciera dejar fuera de tan histórico proceso a una parte importante de los pueblos colonizados del Mar de los Caribe y del nor-oriente de Suramérica, cuya formación histórica y futuro esta indisolublemente vinculado con la evolución del proceso de integración y unificación de esta parte del continente americano y de su conformación como Polo de Poder mundial, que favorezca el equilibrio de fuerzas en el planeta y, con ello, permita garantizar la paz y seguridad internacional, fortalecer el desarrollo sustentable y proteger los derechos, garantías y libertades de los seres humanos y todos los demás elementos naturales y culturales del planeta Tierra.

Estos territorios y pueblos que se reparten desde Puerto Rico hasta Cayena, pasando por el arco insular del Caribe Oriental y proyectándose por el Caribe Centro-Norte, contienen una hermosa policromía cultural, mestizaje étnico, diversidad política y desarrollo económico y social, cuya existencia no es posible soslayar, no solo en este momento de “cambio de épocas”, sino en la proyección futura del siglo XXI, como el siglo de la erradicación definitiva de la perversa y degradante presencia del colonialismo y el neocolonialismo de la faz de la Tierra.

Con la llegada del genocida imperio español y la incorporación de sus rivales potencias europeas en la conquista, esclavización, colonización y saqueo de los territorios del hoy denominado continente “Americano” y sus espacios insulares de el sur del océano Atlántico y en el Mar de los Caribeños, se inició un proceso de transformación radical del llamado “Nuevo Mundo”, que modificó, como ningún otro proceso de conquista, la realidad de los pueblos y los territorios dominados, por cuanto, no solo se impuso lenguas, cultural e instituciones políticas extrañas a los conquistados y sus descendencias, sino que se modificó deliberada y radicalmente la geografía étnica de los vencidos, mediante la migración acelerada de los conquistadores hacia sus mejores territorios, la reproducción forzada mediante la toma de las mujeres como satisfacción personal y producción humana para la disposición de mano de obra, la extracción violenta de millones de personas esclavizadas procedentes de los pueblos del occidente del continente de Africa y de cientos de miles de personas en servidumbre de China y la India; produciendo un cambio irreversible en la conformación humana en un continente cuya población originaria tenían millones de años de asentamiento territorial y en donde florecieron varias de las más adelantadas civilizaciones conocidas como lo fueron los incas, los mayas y los mexicas.

En la lucha por la independencia de los pueblos de Nuestra América, la realidad geopolítica del siglo XIX se impuso sobre las ansias de abolición de la esclavitud y la liberación de los pueblos del régimen colonialista impuesto por las potencias europeas sobre los pueblos conquistados o una parte importante de ella (indios, africanos y mestizos), por cuanto, el juego de alianzas de poder sacrificó, a favor de las potencias rivales del Reino de España (Reino Unido, Francia y Holanda), la preservación de sus posesiones coloniales, cuya mayoría de sus habitantes hoy – especialmente de sus élites colonialistas -, por asimilación política y cultural, por la ventajas migratorias y, necesidad de sobrevivencia y seguridad en un mundo convulso por las guerra y la crisis económica, defienden su “derecho” de mantener su situación de pueblos colonizados, lo que impide que el proceso de erradicación de esta perversa situación humana, social y política, sea erradicada como ha sido voluntad de la Asamblea General de las Naciones Unidas, ONU, y de su Comité de Descolonización en sus diversos pronunciamientos sobre la materia, especialmente la Resolución 1514, de enero de 1964.

La libertad de Nuestra América no podría construirse sólidamente, sobre el abandono ético y político de la lucha por la descolonización plena de los pueblos y territorios sometidos a algún tipo de restricción de sus soberanías e independencias, por lo que, sin pretender inflar en nuestro continente las flamas de la guerra de liberación, como medio para erradicar el colonialismo y el semi-colonialismo de estas partes inseparables de nuestro territorio histórico; los gobiernos y pueblos convocados para la Cumbre Constitutiva de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, confirmando sus votos favorables en el seno de las Naciones Unidas en favor de la descolonización y como parte de los compromisos de los Estados Miembros de la ONU que aprobaron el programa de la “Tercera Década Internacional para la Erradicación del Colonialismo”; deben pronunciarse, inequívocamente, en favor de la independencia y soberanía total e incondicional de todos los pueblos y territorios sometidos a una situación colonial e invitar a sus autoridades democráticamente elegidas, a incorporarse, en principio como observadores, a esta nueva Comunidad de Estados en cuyo seno se les reconocerá como pueblos con derechos soberanos y se le darán los apoyos, libertades y seguridades que necesitan para desarrollarse plenamente y alcanzar su condición de Naciones y de Estados en el concierto internacional.

Sean invitados, entonces, los pueblos de Puerto Rico, Cayena, Curazao, Bonaire, Aruba, Guadalupe, Monserrat, Saint Martin, La Criox, Anguila, Islas Caiman, islas Turcos y Caicos Islas Vírgenes (USA) autoridades autónomas y representantes populares de los territorios coloniales de Nuestra América, a incorporarse al proyecto de construcción del nuevo continente de la Soberanía, la Solidaridad, el Desarrollo y la Paz, cuyo proceso histórico se inicia con el nacimiento, el 5 de julio de 2011, en la ciudad de Caracas, de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe.


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Yoel Pérez Marcano


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