Descubra por qué Vargas Llosa ama las dictaduras

Durante más de un siglo América Latina estuvo sobreviviendo de las migajas que le echaba Estados Unidos. Y el cuerpo todo de la estructura social se comportaba como el de una economía con SIDA; le hacían toda clase de tratamientos, le metían supuestas ayudas, reconfortantes inversiones, millones de dólares en préstamo, y nos visitaban expertos en todas las materias relativas a las parálisis financieras y nuestras defensas y moral seguían bajas y franca catástrofe orgánica.

Yo no sé nada de bolsas, ni de alzas ni bajas de índices económicos, pero cada vez que un genio dice que se iba a recuperar nuestras economías cundían pánicos de todo tipo.

Nuestros gobiernos venezolanos, por ejemplo, para los presupuestos calculaban el precio del barril de petróleo entre 16 o 17 dólares, y en ocasiones ocurría que éste llegaba a 12 y hasta 8 dólares.

Y para completar no producíamos prácticamente nada.

En 1994, bajo la dirección del Taller de Literatura de la Facultad de Ciencias de la ULA hice la siguiente encuesta: ¿Prefiere usted vivir en dictadura o en democracia? Y fue insólito, el 83% de los consultados marcó: EN DICTADURA, y daban una respuesta al final del cuestionario: EN DICTADURA LA ECONOMÍA FUNCIONA MEJOR.

En esos días entrevistaron a Mario Vargas Llosa por un canal boliviano. Cuando el entrevistador le preguntó si no le concedía ningún valor o mérito a Fidel Castro, el escritor peruano contestó: “- Pues compare usted; cuando Batista, Cuba era la tercera economía de Latinoamérica”.

Es decir, que por ser la tercera economía de nuestro continente los cubanos estaban bien y con Fidel para él Cuba era un desastre.

Aquella economía cubana, lo sabemos todos, estaba alimentada por las mafias, por una red de burdeles de lujo y un total dominio de los grandes monopolios norteamericanos sobre lo poco que se producía en la isla; eran dueños hasta del aire que se respiraba.

Posteriormente se le preguntó a Vargas Llosa si sentía rencor u odio contra Fujimore, por haberle vencido. Fue otra oportunidad para que el escritor hablara de economía y sentenció que era un error grave el creer que establecer gobiernos dictatoriales podía servir para recuperar económicamente a las naciones latinoamericanas.

Sin duda que en la Cuba de Batista los ricos vivían en Jauja; esos ricos que cuando vino la revolución siguieron haciendo fortunas en Miami y en Venezuela. Salieron a invertir a otras regiones donde hubiese una dictadura o una falsa democracia que les asegurase sus bienes, sus poderes, sus negocios. Las mismas dictaduras que deplora don Mario Vargas llosa, y que seguramente hoy con sus democracias están peores económicamente que cuando estaban dominadas por sus vesánicos gorilas.

La rueca.

El caso de Chile es elocuente. Allende con su amplitud democrática estaba supuestamente llevando al desastre su nación. Se vivía en una permanente tensión política y la economía se desmoronaba, precisamente porque desde Washington se le declaró la guerra. Pero luego llegaron los militares a ese Chile tan torturado con sus tanques y cogieron por los cuernos al toro.

Evidentemente en Chile se había erigido un sistema arbitrario y criminal, pero crearon la estabilidad que buscaban los inversores y por eso luego se convirtió en una de las economías de esas economías que les encanta a los neoliberales.

Cierto es además que muchos de esos prósperos empresarios que odiaban a Allende promovieron el vil golpe de golpe de estado para asegurarse grandes privilegios para sus inversiones.

Y uno termina por darse cuenta de que lo económico de esta manera es lo más antidemocrático que existe si nos apegamos al concepto de eso que se llama libre mercado, neoliberalismo. Es difícil explicarse cómo un hombre con tan poco tacto, que hablaba de manera grosera y ofensiva como Pinochet, de tan rudas formas y acciones, haya podido convertirse en un dios para un gran sector de su país y en un ejemplo a seguir para muchas naciones caotizadas del continente.

El escritor chileno Luis Sepúlveda nos refiere que en 1968, los mineros de El Salvador, un yacimiento de cobre en el desierto de Atacama, se declararon en huelga exigiendo mejoras salariales. Pinochet, que ya era coronel, fue enviado para mantener el orden en el mineral. El presidente Frei, antecesor de Allende, lo nombró incluso mediador. Una tarde convocó a los ocho dirigentes de la huelga y los asesinó. Meses más tarde, el asesino travestido en defensor de estudiantes justificó el crimen arguyendo que esos obreros fueron muertos cuando se disponían a atacar una escuela.

En 1971, ya con Allende en la presidencia, un grupo ultraizquierda mató a un ex ministro del Gobierno anterior. El caso conmovió al país y Allende dispuso que el Ejército también colaborara en la búsqueda y captura de los criminales. A la policía civil no le costó gran trabajo encontrarlos, y tras un breve tiroteo decidieron entregarse. En eso estaban cuando apareció el entonces coronel Pinochet y dispuso que no había que hacer prisioneros.

Al saber de esos cuatro muertos, rendidos y desarmados, Allende llamó a Pinochet. Nunca se sabrá qué lo llevó a aceptar la explicación del militar, que habló de un enfrentamiento muy duro, pese a los muchos testigos de aquella masacre quienes sostenían que había sido acribillados inmisericordemente. En cierto momento, Allende le preguntó si él era el mismo oficial de apellido Pinochet que estuvo a cargo del campo de concentración de Pisagua en el 59 y que fue responsable de la matanza de El Salvador en el 68. Pinochet negó. Respondió que se trataba de otro, de un tal Manuel Pinochet. Varios años más tarde, en sus «memorias», se ufanó de su habilidad de pícaro al haber engañado a Allende, y terminó indicando que nunca hubo un oficial llamado Manuel Pinochet en el Ejército chileno. El arte de travestirse frente al poder. El arte de travestirse que hizo escuela en Chile.

En 1988, el ministro alemán de Trabajo, Norbert Blümm, viajó a Chile en una clara muestra de apoyo a la oposición democrática y se entrevistó con el dictador. Pinochet, arrogante, le dijo que se sentía injustamente difamado, tan injustamente como lo fue Hitler. Sorprendido, Blümm consultó por qué. Pinochet le indicó entonces que, según su conocimiento de la historia, Hitler no había matado a seis millones de judíos, sino solamente a cuatro. Una sola persona habría bastado para condenarlo, replicó el ministro alemán. Cuatro millones. Usted no entiende la diferencia, concluyó Pinochet.

Así, el mayor travestido de Chile llegará al Senado, pero los familiares de las víctimas seguirán pidiendo justicia. Los intelectuales del travestismo seguirán cantando loas al «modelo chileno», pero los desaparecidos continuarán en un paradero que sólo Pinochet conoce. Los travestidos menores, de derecha e izquierda, lo llamarán honorable, pero las manos cercenadas de Víctor Jara seguirán rasgueando la guitarra del recuerdo de los que no olvidan ni perdonan, ni a él ni a ninguno de los hijos de p... culpables de un herida que permanece y permanecerá abierta hasta que se abran esas amplias alamedas por las que transitarán los chilenos que han resistido el arrogante travestismo del poder, los que siguen buscando entre las hienas, los que no vendieron ni la dignidad ni la memoria”.

Así parece que funciona la química de la economía.

Cierto es que si nosotros luego de Pérez Jiménez hubiésemos tenido un Pinochet, también habríamos sido el país más poderoso económicamente de Suramérica, pero quizás mutilados muchos con familiares muertos o desaparecidos. Pero todo lo “botamos”, todo lo “derrochamos” porque no había una bota feroz ni un orden sustentado sobre fusiles, fauces sanguinarias o malditas espadas apoyadas por el imperio norteamericano.

Qué sentido tan absurdo, pero en todo esto radica la filosofía económica y moral de Mario Vargas Llosa. No sabe uno qué importa más.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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