Dos mil y pico de años de historia capitalista tendrían que dar suficiente fe de que ese sistema, a pesar de sus desastres y calamidades, funciona. Y digo así, con el verbo tener en modo potencial, para respetar a aquellos que, como yo, mantenemos una cuota de creencia en otras posibilidades para la vida en comunidad. Utopías, que mientan.
El capitalismo, en esencia, en sus reglas y códigos, nos dice que el mercado, la economía, debe gozar de extrema libertad y albedrío (liberalismo, neoliberalismo, posliberalismo y así ad náuseam), lo cual significa alejarse del control o intervención del estado, para de esa “única manera tener logros notables”. Esta libertad solamente precisa del estado de un aparato para proteger sus actividades, salvaguardar la sacrosanta propiedad privada, amparar el derecho a negociar, y otros varios etcéteras, lo que implica la implantación de leyes y normas severas en cuanto a la competencia, la legalidad de las transacciones, un clima benéfico para la lícita especulación; a la par de concertadas obligaciones tributarias, pero, claro, también incentivos poco misericordiosos por esos “sacrificios” y compromisos . La regla de oro es: “Quien tiene el oro tiene la regla”.
Innegablemente esta pomposa libertad no es suficiente; no, esta no es la que quieren los pillos que dicen llamarse empresarios y demócratas acá en Venezuela, mi patria querida. Hablan de libertad, pero su percepción es demasiado bellaca, una caricatura bribona del manejo del aparato económico de esos países desarrollados, en los cuales se inspiran para su vergüenza. La libertad que quieren es la del pillaje, la del ultraje a la nación, la del crimen sin castigo; la de la impunidad oronda, monda y lironda.
Miremos las empresas éstas, las de producción de químicos y tecnologías para el agro que recién fueron expropiadas por la feroz especulación; por acaparadoras y tramposas. Allí están sus negros libros contables no coherentes con la relación de costos y los precios de venta de los bienes y servicios producidos. No concuerdan tampoco las groseras ganancias con los tributos a la hacienda pública, Miremos las tierras confiscadas. No hay tan siquiera uno solo de esos terratenientes que demuestre fehacientemente la tradición legal de lo que dicen es su pertenencia. Observemos los banqueros fugitivos. Absolutamente todos fueron unas aves carroñeras que depauperaron el por demás humilde bolsillo de los ahorristas. Miremos los canales de televisión privados llamando a trancar calles, a sabotear, a conspirar; aparte, obvio, de manipular la información, promover ideas bastardas dizque democráticas y alcahuetear a los bandidos, a los expoliadores, a las alimañas. En USA o en el Reino Unido, verbigracia, sus directivos estarían hace tiempo tras las rejas.
Su regla de oro:”Quien tiene el oro tiene la regla y si no, a cuenta de cruces y ciriales, se la roba”.
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