Durante años según tenías votabas. No era una cuestión ideológica, sino de ejercicio del derecho al voto. Según tus ingresos anuales, tus propiedades, tus rentas tenías o no derecho a voto.
Este llamado voto censitario fue muy común en algunos países europeos y en el Estado español (que también es de Europa aunque no lo parezca) sobrevivió en el campo andaluz y gallego durante la II República española, donde todos los jornaleros votaban lo que decía el señor, el señorito, el amo, el cacique y el cura.
A veces otorgar un derecho no representa un paso adelante sino un paso atrás, todo en la vida tienen su momento. El ejemplo lo tenemos en la defensa del voto femenino por parte de la derecha fascista durante la República española y la oposición a la concesión de ese derecho a las mujeres por parte de la izquierda progresista española de la época.
A simple vista podría parecer que los fascistas españoles buscaban la participación política de la mujer y la izquierda no. La realidad es que la cultura política de la mujer española de los años 30 estaba circunscrita a obedecer al esposo y al cura. Así su voto dependía de lo que dijese el hombre (que podía ser de izquierdas) pero tenía siempre más peso lo que mándase después el cura para votar (que nunca podía ser de izquierdas).
Escuché durante muchos años, en la emigración en Latinoamérica, el argumento de muchos emigrantes gallegos que alegaban su derecho a votar en todas las elecciones españolas porque tenían “pisos y propiedades” en sus lugares de orígen. Ese argumento no se sostiene más de 1 segundo, pues son millones los ciudadanos españoles que no tienen ni pisos ni propiedades y sí votan. El derecho al voto no depende de rentas ni propiedades, como en el voto censitario, sino en algo tan sencillo como la vecindad o la ciudadanía española.
Los extranjeros pueden votar en las municipales venezolanas después de 10 años de residencia. No se les pide que posean ni apartamentos, ni hatos ni cuentas bien nutridas.
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