Lo acusan de pretender robarse patente millonaria que cura una enfermedad crónico-degenerativa.
Distrito Federal— El sexenio del presidente Vicente Fox termina como
empezó: con escándalos por presuntos malos manejos financieros y de
negocios de su hermano menor.
Mientras que en el año 2000 el First National Bank demandó a Juan Pablo
Fox Quesada por no pagar un préstamo de 100 mil dólares que obtuvo
ostentándose –sin serlo– como director de una empresa, ahora pesan
sobre él acusaciones de haber incurrido, con la ayuda presidencial, en
abuso de poder, tráfico de influencias, amenazas, secuestro y torturas.
Así lo afirma, en un libro de próxima aparición y en entrevista con
Proceso, el investigador e industrial Édgar Arroyo, quien fue invitado
a conocer al presidente Fox luego de hacer un descubrimiento que le dio
celebridad internacional.
Después de nueve años de investigación sobre una enfermedad incurable,
melliue mitocondria, que padecía su hijo Andy y que entre otras cosas
consistía en que sus células no podían reproducirse, Arroyo encontró
una cura, confirmada ahora por el hecho de que, a sus 11 años, Andy
está “clínicamente sano” pese a que los médicos que empezaron a
tratarlo no le daban arriba de ocho años de vida con esa enfermedad
crónico-degenerativa.
Su hallazgo consistió en la elaboración de un nutriente
ultrasintetizado que, afirma, reestructura las células del cuerpo
humano. Luego de que Andy había perdido hasta la vista, al consumir la
proteína no sólo la recuperó, sino que recobró también la memoria,
mejoró su piel, pudo sostenerse en pie y empezó a generar músculos.
Andy, afirma su progenitor, comenzó su cura al igual que lo han hecho
otros 800 enfermos que se han sometido al consumo del nutriente bajo un
estricto protocolo.
El descubrimiento del investigador mexicano despertó gran interés en
empresas farmacéuticas extranjeras –una de las cuales, refiere, pagó 10
millones de dólares sólo por ver uno de los 24 capítulos de la
investigación–, pero también en Juan Pablo Fox Quesada, quien, según el
denunciante, se confabuló con el poderoso grupo empresarial de Alfonso
Romo, recurrió al contubernio de representantes de los poderes Judicial
y Ejecutivo, ejerció presiones, incurrió en la tortura y llevó hasta la
cárcel a Édgar Arroyo para intentar quedarse con la patente del
producto, las plantas generadoras del mismo, sus cinco empresas y un
predio en Puerto Vallarta que, ubicado en la zona turística, está
valuado en 84 millones de pesos.
Pero lo que es peor, de acuerdo con Arroyo, es que las acciones de Juan
Pablo en su contra fueron cometidas con pleno conocimiento del
presidente Vicente Fox, quien asumió la Presidencia cuando Andy tenía
cinco años de edad y casi tres de haber sido diagnosticado.
El presidente de México –asevera– estaba siendo cómplice... estaban
enterados de lo que quería hacer Juan Pablo Fox, y lo solaparon.
El encuentro con los Fox
Con documentos oficiales y
grabaciones notariadas donde, aparte de Juan Pablo Fox, aparecen
representantes del presidente de la República y empleados de Alfonso
Romo, el investigador expone en entrevista cada una de sus
“especulaciones” –como él las llama– sobre los hechos por los cuales
hoy se halla viviendo a “salto de mata” y alejado de su esposa y sus
tres hijos, quienes huyeron del país por seguridad ya que, subraya,
también ellos fueron hostigados directamente por Juan Pablo Fox.
En la entrevista con la reportera, Édgar Arroyo, ingeniero con
especialidad en investigaciones de Química Industrial y Bioquímica,
refiere que al inicio de la administración de Fox –por quien votó sólo
para vivir el “lado cruel” del “gobierno del cambio” – contaba con todo
un complejo de plantas y laboratorios pertenecientes el consorcio Grupo
Industrial Aguascalientes (GIA): GiaCompany, Gialive, GiaCanada, La
Perla y General Alliance. Para el año 2002, los avances sobre la cura
de su hijo Andy eran notables y su empresa gozaba de un gran prestigio
en el extranjero, lo que llegó a oídos de la familia Fox.
Por esa misma época, él y su equipo de trabajo, luego de comprobar
mediante protocolos médicos los beneficios del nutriente, el cual fue
bautizado como Protengia, decidieron ponerlo al alcance de todos bajo
el nombre de Proyecto Andy, dentro de una empresa fabricante de
galletas, leche malteada, golosinas, bebidas hidratantes y suplementos
alimenticios.
Pero había un problema: contaban con pocos recursos.
Una persona que en varios momentos lo había ayudado y que era un
cercano amigo de Vicente Fox, a mediados de 2002 lo presentó con el
presidente de la República, quien lo invitó a platicar en el rancho de
San Cristóbal. Ahí, junto con su hermano Juan Pablo, Vicente Fox lo
escuchó y se interesó en el proyecto.
En los días siguientes aparecieron en las oficinas de Arroyo varios
abogados, entre ellos el notario de Guanajuato Marcelo Gay Guerra,
“quien se ostentó como amigo de Vicente Fox. El objetivo de la visita
era –según comentaron– invitar a Juan Pablo Fox Quesada, aparentemente
por instrucciones de su hermano Vicente, a que formara parte del
proyecto”, recuerda Arroyo en su libro de próxima aparición “En el
nombre de mi hijo”, bajo el sello de Grijalbo y Random House Mondadori.
Ya en la entrevista –realizada en la Ciudad de México–, Arroyo relata
cómo durante las visitas de aquellos personajes a su casa o a su
fábrica le insistían en que, dentro de su proyecto, debía participar
“un miembro de la familia presidencial”.
Hasta que “llegó el momento en que no pude seguir dando más largas al
asunto, por lo que le ofrecí una participación en la empresa Standard
& Co. que mi esposa y yo habíamos creado en 2001 y que estaba sin
trabajar. Fue como darle (a Juan Pablo) un dulcesito ante tanta
insistencia”, acepta.
Para echar a andar el Proyecto Andy habían calculado que se requerían
cuando menos 4 millones de dólares, por lo que Juan Pablo Fox insistió
en que se solicitara un crédito a Nacional Financiera. “Acepté, pero
para ofrecer respaldo crediticio tuve que incluir en esta empresa una
propiedad que tenía en Puerto Vallarta, un predio de 500 hectáreas
valuado en 85 millones de pesos”, recuerda.
A lo largo de varios meses, Nafin nunca les entregó el préstamo y, en
cambio, todo se empezó a complicar, pues a principios de 2003 Juan
Pablo empezó a exigirle el 50% de las acciones de la empresa.
“Yo le dije: Oye, no seas ingrato. Yo voy a poner la planta, la
infraestructura, el trabajo de presentación del plan de negocios y toda
nuestra investigación. Ante esto, Juan Pablo cedió y dijo: está bien,
que sea un 25%”.
— ¿Se sintió presionado por la familia presidencial?
“Sí, pero debo ser honesto: nunca me imaginé todo lo que vendría después...
A mediados de ese 2003, Juan Pablo estableció por otra parte una
sociedad para instalar invernaderos y producir lechugas, lo que lo
mantenía ocupado, pero al poco tiempo “me habló por teléfono y me
ofreció otra forma de financiamiento: vender el terreno de Puerto
Vallarta ya que era un activo de Standard & Co. que no generaba
dinero, pero además me dijo que tenía un posible comprador. La idea no
me pareció mala, y acepté”.
El posible comprador era el notario de San Luis Agustín Castillo Toro,
quien ofrecía 84 millones de pesos. “Para cerrar el negocio, mi esposa
y yo fuimos a San Luis, pero Juan Pablo nunca llegó. El notario no
ofertó nada, y en cambio me ofreció un acta extraordinaria de asamblea
firmada por Juan Pablo Fox y fechada el 29 de marzo de 2004, donde se
otorgaba poder a un tal Juan Pablo Rodríguez Quintanal para que
vendiera o solicitara créditos a nombre de mi empresa. Ese documento lo
cancelé el 24 de junio de ese mismo año en Vallarta”.
Días más tarde, sin embargo, Juan Pablo se volvió a comunicar para
sugerirle solicitar un crédito a Casa de Bolsa Vector, propiedad de
Alfonso Romo. “Es un crédito rápido y barato. Nos ayuda a ti y a mí en
los proyectos que tenemos, y así a todos nos va bien y nos la llevamos
tranquila”, me dijo, y luego me aseguró que sería con bajos intereses
pero que teníamos que dar el predio de Vallarta en garantía. “El
negocio de las lechugas todavía no comienza y necesito dinero”, me
expresó. “Lo discutí con mi esposa y decidimos que, para avanzar más en
el Proyecto Andy, debíamos considerar esta alternativa”.
Juan Pablo Fox y Édgar Arroyo firmaron ese crédito por 14.5 millones, y
aunque las condiciones del préstamo no fueron las prometidas, Arroyo
dice haberlas aceptado porque ya había adquirido algunos compromisos de
pago de maquinaria que debía. Y añade un dato curioso: que en lugar de
firmar Alfonso Romo el crédito por parte de la Casa de Bolsa, lo hizo
su director de asesoría patrimonial, Héctor Lozano Sepúlveda.
Así, el 6 de septiembre de 2004 salió de allí con un préstamo por 14.5
millones, aunque sólo le entregaron 12.8 millones, y bajo el compromiso
de pagar mensualmente 520 mil pesos. Para hacer estos pagos, apunta,
nunca contribuyó Juan Pablo Fox a pesar de que era obligado solidario.
El notario que dio fe de la firma, Francisco Garza Calderón, prosigue,
cobró 200 mil pesos por registrar en Vallarta la garantía hipotecaria,
pero nunca realizó el trámite.
Pese a todo, Arroyo aún se resistía a pensar que “todo era una trampa”.
El calvario
Meses más tarde, en febrero de 2005, le
ofrecieron comprarle el terreno de Vallarta por 6.7 millones de
dólares. Era su oportunidad para liquidar el crédito de Vector, por lo
que aceptó de inmediato.
Pero enseguida se dio cuenta de que ya no estaba a su nombre, sino que
había sido vendido, el 4 de septiembre de 2004, por Juan Pablo
Rodríguez Quintalán –a quien en junio de ese mismo año se le había
revocado el poder para hacer tales operaciones–, a una empresa llamada
Judama, propiedad de la hermana de aquél, Rebeca Rodríguez Quintalán.
Descubrió que la venta se había hecho por un millón 100 mil pesos; que
el notario que dio fe de la operación fue el mismo de San Luis que, en
marzo de 2004, firmó un acta de asamblea extraordinaria donde se daba
poder a Rodríguez Quintalán para realizar ventas y firmar créditos.
Su equipo de abogados se encontró luego con otra sorpresa: que Judama
había revendido el predio en un millón 200 mil pesos a otra empresa,
llamada GVMMM, Capital, S.A., que se había constituido apenas dos días
antes de la supuesta compra. Y para colmo: quien dio fe de esta reventa
fue el mismo notario de San Luis Potosí.
Pronto supieron que otro notario de San Luis Potosí, Jacinto Lárraga
Martínez, con firmas de Édgar Arroyo que según éste fueron falsificadas
–como lo demostraron dos pruebas grafoscópicas–, había regresado a Juan
Pablo Rodríguez Quintalán el poder para vender el predio de Vallarta
propiedad de la empresa Standard & Co. Asimismo, asevera Arroyo, a
pesar de que los documentos eran falsos, el registrador de Vallarta,
Jaime Pérez Navarrete, inscribió indebidamente los cambios de
propietario.
Angustiado y sorprendido, Arroyo informó de todo lo anterior a Juan
Pablo Fox y a Héctor Lozano, de Vector. El hermano del presidente le
aseguró que harían todo lo posible por arreglar esas irregularidades,
en tanto que Lozano le dijo que no se preocupara, que lo esperarían con
los pagos comprometidos, pues confiaban en él.
La mano del presidente
Posteriormente, de acuerdo con
llamadas telefónicas que Arroyo dice haber grabado, Juan Pablo Fox le
ofreció dar instrucciones para que recuperara su predio, pero a cambio
de su patente y sus empresas.
Recuerda que ya a punto de vender su predio de Vallarta, se lo informó
“a Héctor Lozano para avisarle que pronto le pagaría el crédito” y,
entonces, “raramente resultó que el dueño del terreno era otra persona.
Pero, además, Juan Pablo Fox me dijo: cédeme parte de tu empresa, te
mando al notario y entonces te regreso tu predio”.
Además, cuando comunicó al hermano del presidente la demanda que
emprendió contra los notarios, éste le respondió: “¿Por qué lo haces?
Me estás metiendo en problemas. Si te digo que te puedo regresar el
predio, es porque lo puedo hacer”.
Días más tarde, indica Arroyo, el asesor del presidente Vicente Fox,
Marcelo Gay, le habló para ayudarlo. “Incluso se llevó las demandas que
yo interpuse por el tema de mi predio”, dice, y luego “me pidió
escriturar mis activos a nombre de Juan Pablo Fox, quien a su vez daría
instrucciones para que pudiera recuperar el terreno de Vallarta.
“Mi especulación en ese momento fue: ¡Juan Pablo Fox tenía secuestrado
mi predio, y con el apoyo de su hermano, el presidente Vicente Fox, me
estaba extorsionando! Por lo menos eso me dio a entender Marcelo Gay
cuando me contó que el presidente de la República, al enterarse de lo
que ocurría, le dijo a su hermano Juan Pablo Fox que se comunicara con
José Reyes, ‘que es su asesor’, para que solucionara el tema”.
La pesadilla
El 8 de marzo de 2006, Édgar Arroyo salió
de su casa rumbo a la Ciudad de México, tomó la carretera y, al cabo de
un rato, vio que lo seguían. Cuando paró el auto para saber de qué se
trataba, fue golpeado y trasladado a otro vehículo.
Sin decirle por qué, sus secuestradores –que a la postre se enteró eran
policías ministeriales de Aguascalientes– lo golpeaban e insultaban, le
mostraban fotografías de sus hijos y lo amenazaban con matarlo.
Ya cerca de las 5 de la tarde, uno de sus captores, quien le había
insistido en que firmara un documento, le gritó: “¡Ya ves!, ¿pa’ qué te
andas metiendo con los Fox?”.
Hasta entonces entendió lo que pasaba.
Sus captores lo llevaron a una cárcel en Monterrey, y entonces se
enteró de que había sido demandado por Héctor Lozano –lo acusó de haber
ofrecido en garantía un predio que supuestamente ya había vendido–, y
por Juan Pablo Fox, “por haberlo engañado”.
Aún más, los abogados de ambos demandantes eran los mismos y lo
presionaban para que firmara un contrato donde cedía los derechos de su
patente, sus propiedades y negocios a Héctor Lozano, el empleado de
Alfonso Romo.
—¿Juan Pablo Fox está detrás de todo esto?, se le pide confirmar.
“La información que hay demuestra muchas cosas. Yo puedo especular y al final puedo considerar que eso fue.
“Creo que Alfonso Romo, Héctor Lozano u otros que pudieran estar detrás
de todo esto tienen mucho poder, pero no tienen tanto como el que les
da la alianza con Juan Pablo Fox”.
Édgar Arroyo permaneció 27 días en la cárcel. Salió tras pagar una
fianza de casi 40 millones de pesos. Pero mientras estuvo tras las
rejas, escribió ese libro “para que mis hijos, por si moría allá
adentro, supieran que su padre no fue un narcotraficante o un
delincuente”.
Pero también, enfatiza, para que ellos “crezcan sin rencor y, si algún
día deciden regresar a México, no pretendan buscar a los Fox para
matarlos”.