Las toallas sanitarias reusables

Manifiesto lunar

En tiempos de histeria pre-electoral, los medios de comunicación privados han azuzado a sectores de la oposición a desprestigiar el uso de las toallas de tela ecológicas a través de una campaña perversa –para variar– con información absolutamente tergiversada en donde atribuyen las toallas de tela a un invento y una imposición del gobierno bolivariano. Como las llaman es “toallas sanitarias socialistas” y suponen que su creación obedece a la tan temida “cubanización” en la que el oficialismo desearía enrumbar al país.

Como es de esperarse, la noticia ha causado revuelo en los medios de comunicación y en las redes sociales, donde las ofensas e insultos para quienes apoyamos alternativas ecoamigables no se han hecho esperar. Con mensajes del estilo “asquerosas”, “váyanse con sus cochinadas para Cuba”, “desgraciadas”, “vivir en el oscurantismo es una decisión libre”, “mentes retrógradas” “lumpen”, “malditas chavistas” y afines, las toallas de tela han sido manchadas ya no de sagrada sangre menstrual, sino del odio más visceral de ciertos sectores. En Twitter, el posicionamiento de la etiqueta #YoSiUsoToallaDeTela por parte de una compañera de Luneritas Ecológicas (un microemprendimiento para la elaboración de toallas reusables autogestionado) provocó la suspensión de las cuentas @luneritas y @ibarralili al ser promovidas por una periodista de Victoria 103.9 fm como spam. Esta comunicadora social tiene por nombre Andrea C. Rocha P. (@andrearochap) y conduce un programa radial en dicha emisora. Sorprende el hecho de que el encabezado de su blog lo señale como “Un espacio para pensar... crear... y opinar en libertad!!!” (http://andrearochaweb.blogspot.com/)

Como sujeto político que soy, con derecho a manifestar abiertamente mis inclinaciones y a tener participación en la vida política de mi país, no puedo menos que expresar mi indignación ante el irrespeto, el odio y el desprecio con que, de manera habitual, algunos adeptos a la oposición se defienden ante todo lo que pueda suponer una amenaza a sus intereses. Que en la guerra mediática, la oposición opte por presentar a las toallas sanitarias ecológicas como una “nueva imposición” del gobierno en su afán por “cubanizarnos” delata, por un lado, la perfidia de quienes dirigen estas matrices de información y, por el otro, la profunda ignorancia de quienes los siguen. Que los propulsores de esta campaña sean “profesionales de la comunicación” y se limiten a atacar sin siquiera documentarse previamente sobre los principios feministas y ecológicos que entrañan el uso de estas alternativas para los días de menstruación, da cuenta de la esclavitud cultural de la que son sujeto gracias al llamado “progreso”, que defiende los intereses económicos de las grandes corporaciones.

Como mujer, considero que se trata de una campaña misógina que violenta el derecho al honor, la vida privada y la información de un universo de mujeres (en Venezuela y el mundo) que hemos encontrado opciones para vivir una menstruación consciente.

Asombra el hecho de que quienes más han ofendido esta causa sean mujeres: esas que hoy en día pueden sufragar gracias a las luchas feministas, esas mujeres por quienes abogamos y a quienes cada día defendemos desde la trinchera de las ideas y deseamos liberar de la opresión que nos ha hecho vivir este sistema patriarcal. Para mi tristeza, quienes nos insultan, son esas mismas mujeres a las que queremos libres, hermanadas y reconciliadas con ellas mismas y su femineidad.

Es por esto que, más allá de desmontar la campaña mediática en torno al uso de las toallas de tela, elevo mi voz desde este “Manifiesto lunar” en contra de lo que muchas mujeres consideramos que ha sido una profanación de nuestros ideales y de lo que somos:

Somos mujeres ante todo: gordas, esbeltas, con celulitis y estrías, torneadas, flácidas, rubias, negras, indias, blancas, altas y bajas, con el pelo liso, chicha, rebelde, sedoso, opaco, de pechos reducidos y gigantes, firmes y caídos. Cualquiera sea nuestra condición física, somos mujeres reales y no estamos obligadas a parecer modelos si no hemos decidido ese oficio para nuestras vidas: ni modelos, ni muñecas, ni princesas, solo mujeres. No estamos obligadas a operarnos las tetas ni a herirnos con bisturí hasta que el espejo nos haga creer que somos lo bastante parecidas a las mujeres (reales también) de televisión y revista que nos han vendido como canon estético a imitar.

Somos madres, esposas, solteras y solteronas, jóvenes, vírgenes y no vírgenes, adultas y ancianas. Si disfrutamos “alegremente” nuestra sexualidad, o no, es asunto de nuestro cuerpo y no aceptamos más etiquetas por el tipo de vida sexual que queramos llevar. Palabras como “puta”, “zorra”, “perra” o “mojigata” solo responden a una ideología misógina y perversa que no nos induce, en modo alguno, a cambiar nuestra conducta si en realidad no deseamos hacerlo.

Somos solidarias con Lilith, que rechazó el paradisíaco Edén por no vivir sometida al señorío de Adán. Hastiadas estamos de que nos crean hijas exclusivas de Eva, porque con ello debemos agradecimiento a los hombres hasta por nuestros huesos. Asqueadas nos tiene el arquetipo mariano con sus lágrimas, abnegaciones, obediencia e ingenuidad. Si esto nos merece el título de egoístas, entonces somos libres para ser egoístas si es eso lo que deseamos.

Somos dueñas de nuestros cuerpos y no aceptamos a la sociedad que nos siga cosificando como objetos sexuales, serviles y comerciales. De los hombres no queremos piropos: exigimos respeto. Nuestros cuerpos, cubiertos o desnudos, son vehículos para llevar adelante nuestros sueños, luchas y sentires en esta Tierra. Nunca hablamos de nuestros cuerpos en términos de “inversión” ni nos referimos a ellos como si habláramos de autos de carrera: nuestros cuerpos son sagrados y libres.

Nuestra filiación política no es exclusiva de un partido, no es limitante, ni excluyente.  Lo que nos mueve y nos concentra en la periferia de los círculos no tiene una intención partidista. En cambio, revolucionarias sí somos todas. Que estadísticamente eso pueda coincidir con que la mayoría de nosotras nos decantemos por un pensamiento de izquierda es algo muy probable: creemos que un manejo más consciente de nuestras pautas de consumo puede significar un golpe bajo para el sistema; comprendemos que ese sistema pretende movernos como títeres, o más bien muñecas, a través de la publicidad y el bombardeo de los medios de comunicación que nos pretenden moldear a la medida de sus intereses capitalistas. Con todo, muchas veces desconocemos las inclinaciones políticas de quienes hacen vida en nuestros círculos porque, insistimos: el partidismo no es, en modo alguno, nuestro punto de confluencia.

Entendemos que la condición de la mujer en la sociedad y todas las luchas que ha desencadenado es un tema político. Por ende nuestra causa sí es política, que no es lo mismo que partidista.

Nuestra religión  tampoco es una sola: somos cristianas, brujas, santeras, musulmanas, budistas e hinduistas. Algunas incluso somos laicas y ateas. Encontramos entre nosotras prácticas religiosas que contemplan tradiciones y saberes indígenas y chamánicos. Aceptamos en nuestros círculos toda religión y todo tipo de prácticas heterodoxas y eclécticas y defendemos la libertad de culto porque sabemos, intuitivamente, que cualquiera que sea la religión (como su propio nombre lo asoma), lo que busca es religar (religare > religión) lo profano con lo divino. Esto significa que nuestras religiones, por distintas que sean, restablecen nuestra unión con la divinidad, nos vuelven a unir.

Vivimos una espiritualidad que, lejos de censurar nuestros cuerpos y sexualidades, nos reconcilia con lo que somos, con nuestra condición de mujeres y, en consecuencia, con nuestra sangre menstrual. Aunque nos hicieron creer que nuestra sangre era sucia, quisimos ir un poco más allá y nos encontramos con que no era cierto. Estamos convencidas de que las ideas de menstruación consciente y sagrado femenino responden a una necesidad de reelaborar conceptos en beneficio de las mujeres y el planeta.

Ofrendamos nuestra sangre a la tierra (sembramos nuestra luna) como gesto de amor y agradecimiento a la madre tierra, como un acto simbólico con el cual devolvemos a la tierra un poco de lo mucho que ella nos da.

Cuando vemos nuestra sangre menstrual mezclarse con la tierra nos sentimos unidas a ella con raíces invisibles y desde ese enraizamiento deseamos desde lo más hondo de nuestras almas que sea esta la única sangre sobre la tierra y que no sea ofendida nunca más con sangre violenta y bélica.

Cuando llamamos “luna” a nuestra menstruación reconocemos la sincronía de nuestro ciclo menstrual con el ciclo lunar que desde hace tanto tiempo advirtieron nuestras ancestras. Sabemos que, gracias a esta sincronía, inclusive la palabra “menstruación” viene de luna y comprendemos que en tiempos antiguos el ciclo lunar definía el mes, por lo que ambos significados (luna y mes) compartían un mismo término (men) que después derivó en el latín mensis (mes) de donde proviene la palabra “menstruación”. Con este reapropiamiento de la luna para nombrar nuestros días de menstrua, nos reconocemos como seres cíclicos y aceptamos nuestros cuerpos como un microcosmos que también forma parte de los ciclos de la naturaleza.

Usamos toallas de tela reusables, copas menstruales, esponjas marinas y otras alternativas ecológicas en nuestros días de luna: entendemos que el planeta merece alternativas a los productos desechables que generan un terrible impacto ambiental. Sabemos también que al evitar la compra de productos desechables no solo hacemos un cariño al planeta y al bolsillo, sino que también dejamos de colaborar con las grandes transnacionales que se enriquecen con nuestros cuerpos sin reparar en el daño que sus químicos hacen a nuestra salud.

Estamos conscientes de que las personas que nos llaman “retrógradas” por volver al uso de las toallas de tela no consideran que ese mal entendido “progreso”, que tanto defienden, nos ha conducido al desastre ecológico en que vivimos hoy en día.

Creemos que la hermandad entre todas las mujeres es algo posible, viable y necesario. La legendaria competencia y envidia entre las mujeres es solo una muestra más de cuán desconectadas de nuestra propia esencia nos encontramos gracias, una vez más, al patriarcado. Nosotras mismas lo permitimos. No culpamos a los hombres de esto. Sí culpamos al machismo y a nuestras propias debilidades e inseguridades. Estamos dispuestas a trabajar en ello porque estamos convencidas de que recuperar nuestro poder femenino, y lograr el equilibrio, primero debe pasar por unir nuestros corazones y reinventar nuestra femineidad con la aceptación y el respeto a nuestros cuerpos.

Nos reunimos en círculos para dejar bien claro que no existen jerarquías entre nosotras. El círculo emula nuestra naturaleza cíclica y, en consecuencia con nuestros ideales de sororidad, simboliza el retorno a la unidad tras la multiplicidad.

Ni nos asusta ni nos ofende que las mentes más elementales nos tilden de lesbianas. De hecho, nos tomamos de la mano con mujeres de todas las orientaciones sexuales: la homofobia y cualquier tipo de desprecio por la orientación sexual de un individuo no nos preocupa y nunca limitará nuestra capacidad de dar amor.

Invitamos a todas las mujeres, sin importar su identidad política, credo religioso, nacionalidad, raza, condición socioeconómica o nivel académico, a que aborden con mirada desprejuiciada lo que consideramos no solo una vindicación de nuestros cuerpos, sino una perspectiva sagrada de la femineidad. No queremos imponernos, solo queremos libertad de expresión y respeto hacia nuestras prácticas y creencias. A quienes nos insultan por ignorancia, los exhortamos a que se informen. Y a quienes tergiversan información y desacreditan nuestra causa porque afecta sus propios intereses económicos, les ratificamos que nuestros ideales no están a la venta. Somos muchas y seremos más.

 

tovalles220@gmail.com



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