2. Apertura al futuro. Los seres humanos están proyectados al futuro.
Como han explorado las principales filosofías del siglo XX, uno de los rasgos
singulares del hombre es la posibilidad de pensar e imaginar el futuro. Los
productos de la cultura son los mejores medios para pensar y proyectar la
sociedad, la política, el amor, la esperanza, las necesidades, los fracasos...
Una canción, un poema, un ensayo, pueden desencadenar mundos imaginarios con un
potencial transformativo. Privar de esto a la humanidad con el argumento del daño
patrimonial es mutilar la naturaleza temporal del hombre.
3. Reconocimiento del presente. Las obras culturales generan momentos
de reflexión, crítica y placer; pueden desencadenar acciones de compromiso, de
solidaridad y de indignación frente a las injusticias. Si toda obra cultural se
adscribe de alguna manera a una tradición histórica y si los productos
culturales son necesarios para imaginar otros mundos posibles y nos abren el
futuro, no menos cierto es que también posibilitan reconocer nuestro presente
al hacernos más sensibles a las ideas, sensaciones y emociones de los otros.
Sin cultura no hay presente ni presencia de los otros.
4. Divulgar el patrimonio cultural. Si la cultura es patrimonio
de la humanidad, entonces se le debe difundir por todos los medios posibles.
Pero no sólo difundir, sino también buscar que el mayor número de personas
acceda efectivamente a ella. En un mundo potencialmente interconectado,
Internet es el medio más adecuado para ello (a pesar de sus limitaciones). Por
tanto, penalizar las descargas libres significa evitar su divulgación y
restringir el acceso a aquellos grupos que no cuentan con suficientes recursos
económicos.
5. Preservar el patrimonio cultural. Si aceptamos que las obras
culturales son un legado de la humanidad, entonces es necesario hacer todas las
acciones necesarias para preservarlos. Pero preservar la cultura no se reduce a
guardar sus productos en museos, galerías o cajones incontaminados; significa,
más bien, resguardarlo en la memoria colectiva y en el flujo de las constantes
interpretaciones y apropiaciones. Dicho de otra manera, la genuina forma de
preservar la cultura es permitir un acceso universal a los bienes culturales.
Por ello, sostener que las copias y las descargas libres de libros, música,
videos, etcétera, en internet son dañinas, resulta un argumento incompatible
con la obligación de preservar el patrimonio cultural.
6. No son mercancías. Los productos culturales son manifestaciones
materiales y espirituales del hombre, son concreciones de su historicidad; son,
además, expresiones de emociones, ideas y proyecciones de otras vidas y otros
mundos. Por ello, no pueden equipararse con mercancías ni insertarse en la
lógica patrimonialista. El mercado podrá querer engañar tasando en tal precio
un cuadro de Orozco o subastando un manuscrito de Baudelaire, pero jamás podrá
aprehender su verdadero significado como obra cultural. Y no es que la cultura
no sea valorable, sino que sus criterios de estimación no obedecen a las reglas
del mercado, sino a las de lo imponderable e ilimitado.
7. La desproporción en los precios. Suponiendo que se acepte la
posibilidad de que los intermediarios cobren por los servicios que prestan, el
valor de un libro, disco o película nunca debería exceder el jornal de un día
de salario de un obrero o empleado. Pero esta elección sólo será una opción más
dentro de la efectiva posibilidad de que las personas opten por descargar o
copiar libremente el bien cultural. La decisión final de a cuál medio acudir
debe ser una resolución soberana de la persona interesada en la cultura.
8. El principio del mayor beneficio. Aun cuando las copias y descargas
libres en Internet pudieran generar un daño patrimonial a terceros, el
beneficio cultural que se obtiene con ello siempre será mayor en la medida en
que se cumple con intensidad con el principio de fomentar, divulgar y acceder
al patrimonio cultural de la humanidad. Pensar de otra forma es privilegiar a
los pocos por encima de los muchos.
9. Los verdaderos males son otros. El homicidio, la trata de mujeres,
el tráfico de niños, la pobreza y la miseria son los verdaderos males que
aquejan a la humanidad. Según la ONU, en 2010 hubo 468 mil homicidios en el
mundo; se estima que 3 mil 500 millones de personas viven en la pobreza; en su
informe de 2009 la ONU localizó más de 2 mil 400 víctimas de la trata de
personas secuestradas como esclavas sexuales; en algunas zonas de África
30 por ciento de los niños sufre desnutrición aguda y seis personas (entre
niños y adultos) mueren de hambre al día. Por ello, resulta un discurso
tramposo y encubridor pretender que la libre descarga de bienes culturales es
un mal.
10. Contra el intermediario-comerciante. La cultura no necesita de
intermediarios que reducen los bienes culturales a mercancías. La cultura es
demasiado importante para dejarla en manos de los comerciantes que equiparan
simplistamente los bienes culturales con los gansitos. Un intermediario de
esta naturaleza nunca comprenderá la diferencia entre una obra de arte y un
rastrillo desechable. Lo que el mundo necesita es mayor apoyo de los gobiernos
de todos los países para los artistas, creadores y poetas, así como instaurar
las condiciones para la absoluta libertad en la movilidad de los bienes
culturales.
*Poeta y filósofo. Actualmente es investigador en la Universidad
Autónoma Metropolitana-C.