Eloina, Joaquina y Nereo.Feliz Noche Buena

ELOINA

Eloina vivió en un mundo de juegos pasando su tiempo debajo de la mata de campanas, a veces acompañada de sus vecinitos que la visitarían para compartir la aventura del juego y las risas. Todo sucedía bajo la mirada cariñosa de su abuela Matilde, quien, de cuando en cuando, se asomaba para vigilar las escenas con que andaban ese grupito que del patio se apoderaba para hacer de él un mundo infinito, donde todo era posible y la vida feliz avanzaba.

Pero no siempre era así. Muchas fueron las veces que solo podía conformarse con verlos a través de los barrotes de la vieja ventana; sus ojos querían abarcar todo el espacio, deseaba correr junto a ellos por las calles empedradas, volar papagayos en la carretera, jugar al trompo y metras o tan solo a la pelota. Pero se sentía presa en una ventana que decía era del tiempo, aunque ese era su pequeño trozo de libertad. También le hacía saber que más de allí no podía avanzar. Por eso adoraba las noches en que su mamá no estaba cansada y salía a sentarse en la acera de la casa a conversar con las vecinas, momentos especiales de cuentos de miedo, historias fabulosas narradas por el gigante Miguel Carvallo y sus hijos, cuando él viajó en barco por los sueños de noches ventisqueadas.

Historias repasabas en su mente, sobre aquella vieja cama compartida, pues una propia no tenía. Miraba al techo y observaba la caña brava entretejida con el barro, nidos de telarañas con manos acariciadas entre paredes frías encaladas, donde colgados estaban los cuadros de viñetas, encuadrados en negra madera con fotografías de abuelos, tíos y familiares ausentes, colocados marcos de puertas sobre el altarcito con la imagen de san Miguel Arcángel, la Mano Poderosa y la Virgen de Belén, junto a ramas de sábila y el frasquito de azafate protegiendo la habitación de malos espíritus deambuladores por noches en busca de almas atormentadas.

De solo recordar, presurosa detenía el paseo y se arropaba hasta la cabeza; buscaba acurrucarse al costado de su madre que hacía rato dormía; buscaba descansar después de mucho trabajo. Entonces se volteaba hacia la pared blanquecina. Acercándose le era muy grato el olor a tierra fresca que de allí salía.

JOAQUINA

De un pequeño pueblo del centro vino Joaquina. Era una niña cargada de sueños e ilusiones, todos forjados bajo la sombra de un viejo tamarindo que daba unas pepas carnosas y lanzaba hojas verdes de todos los tamaños. Ella se columpiaba sobre un viejo madero que había colocado su madre en el solar; ese era su juego de todas las tardes; pasaba largas horas queriendo tocar el cielo en compañía de un amigo imaginario con quien compartía todos sus anhelos.

Uno de ellos era tener un padre, ese señor que sus amiguitos de la cuadra abrazaban con amor y al llegar le pedían la bendición, aquel que respetaban y sus madres les decían: "¡Se lo diré a su papá al regresar del trabajo!". No sabía lo que era sentir esa sensación de amor y cariño dada por un padre. También deseaba en la escuela poder darles obsequios a sus amiguitos, entregarlos en Junio cuando todos festejaban en sus casas el fin del año escolar. Muchas fueron las tardes en que por sus mejillas corrían sueños, pues no entendía por qué a ella un padre le faltaba.

Una de esas tardes en que olía la tierra y la lluvia se acercaba, inventó darles un calificativo a los hombres que vivían en sus hogares. Los llamó los taitas. Así su primo Cipriano se convirtió en papá Cipriano, porque tenía una bicicleta y cuando llegaba de trabajar la subía en ella y la llevaba a pasear por las calles del pueblo. Él era además quien admiraba sus trabajos de la escuela y le daba la bendición cuando debía ir a dormir. Entonces sí calificaba para darle el título de papá. Así —de esa forma— fue acumulando personas a las que les podía decir papá, por ejemplo al primo José, hombre alto, moreno y querendón que al llegar la abrazaba y mimaba preguntándole: "¿Qué ha hecho mi gordita?", mientras la subía sobre sus hombros y correteaba con ella por el inmenso patio haciendo de caballito.

Así debía ser un papá. Entonces un día decidió que él también lo sería. Sin embargo, muy adentro estaba la nostalgia que con su verdadero padre nunca compartió. Solo sabía de él lo que su madre le dijo unas tardes antes de partir.

NEREO

Por entre el medio de calles asoleadas todos escuchaban el traca traca de una vieja carreta de madera a la cual le chirriaba un eje desgastado; pareciendo que se iba a desbaratar. Eran unas viejas maderas, todas curtidas por sus ruedas de tanto trajinar con los choques de las piedras de caminos desgastados.

Aquellos guijos emitían sonidos peculiares los cuales advertían la llegada del viejo Nereo. Cuando se acercaba cargado con paja para las vacas de Farfán o haciéndole un viajecito o favorcito a algún vecino que necesitara arena del río.

Botaba escombros y hacía hasta mudanzas. Era común verlo por las calles como el último carretero —como solían llamarlo—, hombre por demás muy sencillo, amable y dispuesto a colaborar con la cultura popular, pues en su carreta nunca faltaba la música de un desfile escolar o durante las fiestas patronales cuando llevaba las flores hasta el altar, queriendo él que la Virgen bendita irradiara amor y paz.

Fue amante del joropo donde quedaba al centro como bailador. Era el que más se destacaba, nunca dejaba por fuera a una moza del sitio, con todas echaba una zapateada. A Nereo además lo conocían como el curandero del pueblo, especialista en rezar la temible culebrilla profunda. Cuando era de la brava la dominaba con siete ramas, una velita y tres ensalmes. Con eso lograba curarla y si su niño aparecía con mal de ojo lo rezaba hasta bendecirlo.

Y si alguien se le ha echado un pie para un lado y le ha quedado falseado, pues con solo llevarlo donde Nereo siéntase ya curado, porque sus oraciones le quitarán las malas influencias y la terapia muscular aplicada con sus manos en cada parte descompuesta llevará todos los músculos a su lugar de origen y el dolor se quitará.

Muchos le decían: "¡Ah! hombre para sabio el Nereo!". Hoy algún Dios lo necesitaba y lo mandó a llamar. Ahora de seguro se encontrará por los lados del cielo y se lo han llevado dejando en las calles de La Mucuy el rumor de su carreta la cual recorrió cada rincón largo de todos los espacios de su pueblo.



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Miguel Jaimes

Politólogo, Magister Scientiae en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Gerenciales. Cursando Doctorado en Letras. Cursando postdoctorado, mención: Geopolítica del Petróleo, Gas, Petroquímica y Energías. Fundador y Director del Diplomado Internacional en Geopolítica del Petróleo y Energías-Venezuela. Creador de la web geopoliticapetrolera.com. Autor de los libros: Petrocaribe la Geogerencia Petrolera. El Oculto poder petrolero. poder de PDVSA Vs. Poder del Estado.

 venezuela01@gmail.com      @migueljaimes2

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