Cumaná rumbo a los 1000 años

Nuevamente estoy en Cumaná, mi amada Cumaná. Siempre que tengo una oportunidad me escabullo al hogar familiar, al calor abrazante de mi tierra oriental. El año pasado escribí un texto (Postal infausta de mi ciudad: http://oswaldogalet.blogspot.com/2013/08/postal-infausta-de-mi-ciudadpor-johan.html#.Vd4jB_Z_Oko) donde hago alusión a la descomposición físico-espiritual de mi ciudad. Me preocupaba para ese entonces el profundo deterioro físico de las calles, la escasez que ya se anunciaba, la desazón de mis paisanos ante la falta de oportunidades laborales, la súbita subida de precios y un largo rosario de penurias. Este año he vuelto a mi ciudad de vacaciones; como de costumbre me recibe un sol fácil y ancho; también, como de costumbre, vuelvo a ver las calles rotas, las aceras atestadas de buhoneros, los precios tres y cuatro veces más altos que el año pasado, la misma desazón en la mirada de mis pisanos, la falta de oportunidades laborales, las calles malolientes, la desidia gubernamental rampante y polifacética (nuestros gobernantes son "versátiles en el error", como diría Borges).

Mis dos hermanos (el mayor y el menor) y mis padres, ocupan buena parte de su tiempo en la "caza de productos"; se han vuelto expertos en el arte de la búsqueda de pañales, leche, café, azúcar, aceite, harina de maíz precocida, detergentes, lavaplatos, productos para el aseo personal (mamá me cuenta que desde hace meses no consigue "jabón de olor"), afeitadoras, productos de limpieza, harina de trigo, entre otros. Mi hermano menor, Michael, tiene un niño de 1 año, por lo que el asunto con los pañales es de vital importancia para él. Estudia el último semestre de Química en la UDO-Sucre, es excelente estudiante, buen hijo y gran padre, capaz de pasar todo el día en una cola para poder comprarle los pañales a Santiago, su hijo. Lamento que en vez de aplicar su fuerza intelectual en el estudio de la química (quiere especializarse en polímeros), en el perfeccionamiento de su carrera; tenga que aplicar buena parte de su tiempo en hacer colas de 7 u 8 horas para adquirir un paquete pañales. En un país normal, un joven como él debería estar abocado a sus estudios, no a pasar tiempo (7 u 8 horas) en colas para adquirir productos básicos.

Mi otro hermano, el mayor, es subdirector de un liceo. Está próximo a jubilarse a pesar de que apenas tiene 43 años. También es buen hijo, excelente padre y esposo. Ducho en el arte de hacer la cola. Él y mi cuñada hacen expediciones por diferentes supermercados y expendios de víveres para ver "qué encuentran." Se pasan buena parte de los fines de semana buscando de aquí para allá, de allá para acá... esa operación se les ha hecho rutinaria; la fuerza de la rutina, de esa rutina de búsqueda de productos básicos, deviene resignación, como un hastío largo que los paraliza, que los llena de desgano. Ambos son profesionales, postgraduados; me consta que el sueldo de ambos no alcanza para comprar los productos básicos; pero el problema no es ese, el problema es que además de caros, los productos escasean; entonces la lógica de la cola toma posesión de buena parte de su tiempo, incluso cuando están trabajando, piensan en los productos que necesitan y escasean; debaten, por ejemplo, si comprar la leche al "bachaquero" o si hacer la cola por 7 u 8 horas; como quiera que sea, la lógica de la cola ha tomado cuerpo social.

Volviendo a la ciudad que me vio nacer. Paso por La Llanada, las calles atestadas de basura. Paso por la Blanco Fombona, las calles atestadas de basura. Paso por La Perimetral, las calles atestadas de basura. Paso por El Cumanagoto, las calles atestadas de basura. Paso por El Dique, las calles atestadas de basura. Paso por El Bolivariano, las calles atestadas de basura. Paso por…La basura es protagónica y plural, profundamente democrática en la tierra de Antonio José de Sucre. La ideología no suplanta la realidad, por lo menos no la mía. Veo y siento, la ideología no ofusca mi sentido. Marx no me conduce a una a una realidad alterna, pintada según los designios de mi ideología; por el contrario, Marx y Gramsci me ayudan a ver más lejos, me ayudan a ver de forma más crítica una realidad decadente. Lo digo: el Gobernador de Sucre y el Alcalde de Cumaná son profundamente ineficientes. El estado de las calles de Cumaná, el abandono de las políticas públicas, la dejadez gubernamental es muestra de profundo desinterés por una ciudad que está próxima a cumplir ¡500 años! Nunca en mi vida había visto la ciudad así, en un estado de absoluta postración.

Aún resuenan las promesas del candidato Hugo Chávez el 23 agosto de 2012 en mi ciudad; iniciaba su alocución ante miles de cumaneses con la canción de José Antonio López: "Ay, Cumaná, quién te viera y por tus calles pasara y a San Francisco fuera a misa de madrugada". Luego vinieron las anécdotas y recuerdos. Las promesas no se hicieron esperar, dos o tres líneas gruesas de unas cifras sobre el calamar; luego dice: "Ustedes saben que aquí en la península de Araya ya comenzamos a construir un puerto de aguas profundas, ¿lo saben? Allí en la península de la Araya… En ese astillero vamos a construir grandes barco petroleros, de hasta medio millón de barriles de petróleo". Los aplausos y vítores no pararon. Las promesas continuaban.

A tres años de esa efervescente y entusiasta alocución, no sabemos los sucrenses cómo van esas construcciones. Continuaba el Comandante: "El estado Sucre va a ser también una potencia petrolera, con capacidad de almacenar 20 millones de barriles de petróleo… van a llegar Araya los más grandes buques petroleros del mundo". Luego hizo alusión al proyecto para el gran ferrocarril de oriente, que vendría de Guayana hasta Cumaná y llegaría al puerto de aguas profundas en Araya. "Sucre va a ser una potencia en este país", decía un Chávez enérgico y contundente. En total, según cifras del candidato Chávez, la inversión rondaría los 15 mil millones de dólares. Esas cifras y proyectos entusiastas, animaron a los que asistieron a ese acto. Seguí el acto por televisión con mucha atención, cómo no hacerlo, esos anuncios auspiciosos y trascendentes me llenaron de expectativas. Tres años después, las promesas siguen, los proyectos no se concretaron, no por lo menos hasta ahora. La ciudad sigue su curso penoso, la anomia domina todo. Las palabras, por sí solas, no hacen ferrocarriles, no hacen puertos de aguas profundas, no hacen astilleros gigantes, no hacen gasoductos inmensos, ni termoeléctricas, ni plantas cacaoteras. Ahora sí, las promesas animan a los desposeídos, gentes buenas de expectativas ligeras y constantes; el poder de la esperanza hace que las promesas (así no se cumplan) mantengan vivas las expectativas, la esperanza pues; las esperanzas se renuevan. Cumaná no está mejor. Mi ciudad está enferma de desasosiego, de apatía; se acostumbró a la pesadumbre de la rutina, de las colas, de las calles sucias, de los buhoneros, de la delincuencia que cohabita plácidamente con los órganos de seguridad.

Me molestan los procesos de naturalización; mi pueblo padece de apatía, está como incapacitado para demandar respuestas efectivas a sus urgentes problemas. La naturalización es una fuerza que paraliza, que impide que los cumaneses vean con objetividad a su ciudad. Pero no, la mirada del cumanés está tranquila, adormecida, domesticada por los cuatro costados. "Cumaná debe estar esplendorosa el 27 de noviembre de 2015…una ciudad como de oro, que brille como el oro", culminaba el candidato Hugo Chávez aquella alocución del 23 de agosto de 2012. Estamos a tres meses del 27 de noviembre de 2015; no da tiempo para que Cumaná esté "esplendorosa", para que sea una "ciudad como de oro, que brille como el oro".

¿Qué pensarán mis colegas de la UDO? ¿Dónde está la intelectualidad de izquierda de esta ciudad? Escribo estas palabras desde un profundo pesar, muy parecido a la ira en mezcla fatal con la tristeza. Atrás va quedando la imagen bucólica de mi ciudad, sus calles siempre pobres, sí, pero nunca en este estado tan deplorable y vil. Atrás queda también ese discurso enérgico del 23 de agosto de 2012, las promesas no se cumplieron, ni una sola de ellas. Pero las palabras siguen resonando en mi cabeza y en la de miles de cumaneses. Yo, a la distancia y desde el tiempo, las analizo con imparcialidad, sé que fueron palabras encendidas, pero no por ello dejaron de ser frases vacías de contenido. Palabras animosas, eso sí, pero que no transformaron materialmente mi ciudad.

La gente podrá decir lo que quiera, podrá creer en lo que le dé la gana, cada quien lleva su cúmulo de creencias y esperanzas; lo que sí no puede negarse es la realidad de la calle: la cola, los altos precios, la pobreza rampante, la desidia, la apatía, la suciedad, la fetidez, los buhonero disputándole espacio a la ciudadanía; una ciudad que pudo ser y que no es. La realidad se puede negar con palabras, pero los ojos, si no están tapados por el velo de la tozudez y la ideología oportunista o ramplona (el creyente político), sí miran, sí hacen del ejercicio de mirar un acto de indignación; la indignación no paraliza, invita a pensar y a actuar. Yo pienso y escribo (es mi forma de acción al modo Arendt), otros actúan desde la rabia, actúan desde la indignación que produce la promesa rota, la engañifa discursiva busca-votos.

En el futuro, rumbo a los 1000 años de Cumaná, de seguro sí veremos el puerto de aguas profundas, el ferrocarril del oriente, el astillero gigantesco, la gran planta cacaotera, las calles de oro; Cumaná siendo una potencia agro-turística. Pero el futuro es después, siempre después. El futuro, ese futuro, no es para mí, ni para mis hijos, ni mis nietos, ni mis bisnietos, ni mis…Ay, Cumaná, quien te viera…lloraría al verte sucia y sin mayor ánimo redentor.



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