Cumaná será salvada por los ángeles

Porque según se ve, nada puede esperarse de sus gobernantes por lo estrafalario y abúlico en su modos de pensar y actuar. Nos referimos a todos, los del pasado y los de ahora, aunque los del presente francamente abusan. Contemplarla en este momento produce esas injustas sensaciones de tristeza, desesperanza, rabia, impotencia. Está claro que sus hijos rechazan esta opinión, pero es la primera impresión de extraños cuando la cruzan de vez en cuando, periódicamente, o por primera vez. Pero esa ingrata evocación de caminantes dura muy poco, porque la sultana tiene su magia y la usa para que las desairosas imágenes sean desplazadas, y nos produzca una nueva necesidad de sentir la brisa mineral que se levanta desde el Golfo, y que pasa por la magnificencia de Santa Inés para tocar el aliviadero, ahí donde el pétreo Manzanares comparte su tributo en un vano intento por demorar la entrega de las porciones dulces, sin darse cuenta que el mar, para saborizar su dominio, lo reclama todo, y más, si son aguas mezcladas con la rumorosidad del reino del Turimiquire.

A primera vista, pudiéramos percibir hostiles manifestaciones, como lo hecho por buhoneros que sacaron de su lugar el bar El Dólar de la Bermúdez, o lo de la plaza idem que el mal talante del desarrollo urbano municipal mutiló su punta umbría y el lugar quedó sin el aroma de las ocres hojas que laboriosas manos de sal femenina convertían en puros, y encima, el ruido urbano calló el trino de los pájaros y la voz de Javier Solís de alguna bodega de enfrente, cuyo dueño cobraba para hacerla oir y de paso obsequiaba abundoso néctar de cebada, que de entrada parecía amargo y pronto se volvía dulce. Por ahí rondaban los ángeles.

Pero también los querubines salvacionistas deambulaban por la calle El Alacrán, donde algún tipo de encantamiento metía aguacate, coco y granada en cristalino vidrio, tal vez solo para reproducir los verdes del conuco y de la playa y el precioso bermellón de los patios, de este modo los litros deseaban dejar su humilde condición para convertirse en damajuanas. Y lo lograban.

Los conjuros de los políticos, y otros especímenes, no han podido destruir la ciudad, porque la vigilancia de ángeles de la guarda es permanente, no sin bajas. Los espíritus celestes se posaron en los portuarios de El Salado, en los telares vecinos, en el Parque Ayacucho y el Guaiquerí, en los bellos portales del San Francisco de tres actos: el de la madrugada, el del reverberante mediodía y el del frescor de la noche. Seguramente aún habrá arcángeles velando los espacios de la antigua biblioteca de la Sucre frente a la Plaza Pichincha, y también en el Paramount, en el Ayacucho, y los mensajeros de Eros del Nueva Esparta de Barrio Sucre. Y por si fuera poco, Cerro Colorado hizo una pista de aterrizaje bordeada de flamboyanes, para que la UDO se posara y desde ahí lanzara al aire el abonamiento del futuro, para lo cual usó tres ríos: el Neverí, el Guarapiche, el Orinoco, y los videntes del Oceanográfico sedujeron los salados vientos isleros para dar brillo a los albos, rosados y amarillos racimos del guatamare.

Para ver a Cumaná en estas condiciones de hoy, no era necesario que Colón hiciera tres viajes. Si a Fernández le recordó a Cádiz y la llamó Nueva, seguramente la encontró atrayente. A nosotros, de solo nexos afectivos, nos parece hermosa, aunque necesitemos otros quinientos años para reafirmarlo.

pytriago@hotmail.com


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