Volver a Chávez "El cuartel se apaga, poco a poco"…

Inés viajó como todos los años. Apasionada por los libros, arribó al Waraira Repano para disfrutar de la feria, germen de la cultura irreverente legada por Chávez. Se sorprendió cuando supo se había suspendido nuevamente.

Resolvió pasear por el centro de la ciudad donde seguramente respiraría la emoción, la alegría y los debates incansables de quiénes, aún, defienden el chavismo según Chávez. Visitó la Bolívar, el Punto Rojo, Copellia, las librerías de los alrededores pero sólo encontró rostros apesadumbrados y miradas taciturnas; no se amilanó. De regreso a su casa pensaba: "Un revolucionario se crece en las adversidades y yo vine a cumplir una misión hermosa". Decidió organizarla meticulosamente para no fracasar.

Al fin llegó el día, un domingo vespertino con cielo despejado y sol resplandeciente. Mientras esperaba el bus, su corazón latía presuroso; la emoción rebasaba cualquier imaginación. Fue la única pasajera y mientras subían al lugar, compartió con el conductor el secreto que guardaba con tanto celo; él la animó y le deseó mucha suerte.

Ya en el lugar sagrado que había visitado tantas veces, se sumaron a ella dos personas más quiénes aceptaron la invitación de la guía, una amable miliciana cumplidora con su deber, para iniciar el recorrido. De repente Inés se separó del grupo; necesitaba consultar algo en el puesto de información.

"Buenas tardes –dijo-. ¿Me podrían facilitar una información? ¿Dónde puedo entregar este paquete? Contiene la palabra del Gigante del Amor, de su Socialismo que yo escribí artesanalmente con pasión y lealtad revolucionaria." La respuesta no se hizo esperar; fue contundente: "Nadie puede recibirle ese paquete. En este momento no hay ninguna autoridad en el lugar y el procedimiento es otro. Debe solicitar por internet una audiencia con la presidenta de la fundación y si se la dan, debe regresar el día de la cita para que ella la atienda y decida al respecto". Visiblemente afectada, Inés replicó: "¿Por qué tan complicado? Yo he visto por la televisión cuando transmiten los actos protocolares, cómo personas iguales a mí le dejan al comandante paquetes y regalos. Además, vengo de la provincia e hice un gran esfuerzo para llegar hasta aquí. ¿No pueden hacer una excepción?" La respuesta fue definitiva: "No –alegó la funcionaria- las reglas son esas". Convencida que sería inútil cualquier insistencia, se retiró con el ceño contraído para evitar la lágrima que pujaba rodar por sus mejillas.

Se incorporó a la fila de visitantes cuando de repente la miliciana guía, después de haber percibido que Inés resguardaba entre sus manos una hermosa rosa roja, le dijo: "Compañera, está terminantemente prohibido dejarle flores al comandante. Si quiere, cuando baje, la deja en la capillita azul". Contrariada y en el mejor ánimo de convencerla, Inés le replicó: "Esta rosa roja es sólo para Chávez, necesito entregársela personalmente como prueba de mi lealtad y compromiso revolucionario como tantos otros y otras lo hacen en los actos protocolares". "Imposible –dijo la miliciana- son órdenes de arriba y debemos ser disciplinados. Déjela en la capillita azul". Nuevamente la lágrima amenazaba rodar por su mejilla; se contuvo y siguió en el recorrido.

Atravesaron el pabellón de las banderas, todas raídas y envejecidas. Pensó: "Con razón la Patria Grande se desmorona tan rápidamente". Frente al cañón buscó el balcón del pueblo y por más que lo intentó, no sintió la misma espiritualidad de otras veces. En el interior del cuartel circularon con premura por la capilla, los cuatro elementos y el último salón; apenas si tuvo tiempo para gritarle en silencio: "Chávez, levántate y huye; corres serios peligros. Lo viejo volvió y todo lo tuyo se diluye en el éter. Ve, refúgiate en el regazo de tu Mamá Vieja, allá, en el Cajón del Arauca que tanto querías. Juntos pueden arrullarse en el amor y la ternura". La visita concluyó formalmente; el recorrido había durado diez minutos apenas.

Cuando se subió en el bus de regreso, el conductor amigo se sorprendió cuando la vio. Le preguntó alarmado: "Señora, ¿qué pasó si recién la dejé aquí? ¿Cumplió con su misión?" Mientras ella le relataba su triste experiencia, deshojó uno a uno los pétalos de la rosa bañadas del rocío de sus lágrimas y al descuido, los dejó en cada página del libro maravilloso que la unió para siempre al Comandante, Líder de los humildes y de la Revolución inédita, Hombre arriesgado que traspasó la barrera de lo imposible cuando resucitó el Socialismo Bolivariano del Siglo XX, su paradoja inconclusa.

De regreso y en su terruño, libro en mano, se asomó en el balcón. Rememoró las manos enlazadas de poetas fogosos, la promesa de amor eterno. Se extasió viendo el crepuscular firmamento mientras buscaba su mariposa amarilla. No la vio. "Llegará –pensó-. Siempre lo hace".

Mientras tanto escucha el silencio que le grita desde las entrañas: ¡Seca tus lágrimas! ¡Él no se inmoló en vano! ¡Siente los latidos de su Amor Generoso! ¡Usa tus manos y toca al Humano que se yergue! ¡Eso sólo es posible porque Chávez nos legó el Socialismo Bolivariano, su paradoja hermosa, posible!

LEE Y DIVULGA: "EL SOCIALISMO DE CHÁVEZ, PARADOJA INCONCLUSA".

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