La comuna acaba con la soledad del hombre

Todo comienza tan hermoso, desde nuestros primeros pasos escolariegos a lo largo de nuestra Educación Primaria. En esta hacemos nuestras primeras relaciones de amistad, con esos juegos en colectivo, con nuestras travesuras compartidas. Casi todos vivimos cerquita los unos de los otros.

Al final de esos encantadores años de esas primera y segunda infancias, sobreviene nuestro ascenso a los estudios de Bachillerato, y en esos nuevos años apenas si nos acompañan uno que otro de nuestros amiguitos de aquella Primaria que al final nos produjo sensaciones de soledad porque  entre muchos  amigos raramente volveremos a vernos, a compartir entre nosotros. Es momento de hacer nuevos amigos que al final también se apartarán entre sí para hacer carreras universitarias de variopintas especialidades. Empezamos a vivir más separados entre nosotros mismos.

Entonces, salidos de la universidad que también nos tejió lazos amistosos, cada uno de nosotros va dejándonos solos y cargados de recuerdos que van suavizándose sólo por el encanto que nos ofrecen las nuevas amistades formadas en los centros de trabajo.

En estos centros se nos va la vida, 25 o más años de trabajo en equipo, de divertimentos en unión de todos quienes nos la pasamos viéndonos y tratándonos diariamente, mañana y tarde, para al final de esas décadas, en condiciones de jubilados, volver a la desnudez de la soledad porque nos parece estar abandonados los unos por los otros, por nuestros iniciales amiguitos de Primearía, por los de Bachillerato, por los universitarios y por nuestros ex compañeros de trabajo.

Como vemos, la amistad y la soledad parecieran reciclarse inexorablemente ¿Cómo es y por qué quedamos solos luego de hacer tantas amistades? La respuesta es la carencia de vida en comuna. Sólo en esta, a nuestros amigos de Primaria, los de Bachillerato, de la Universidad y de los centros laborales los seguimos cultivando, nos seguimos viendo, compartiendo, divirtiéndonos y envejeciéndonos. Es la solidaridad comunitariamente sostenida.



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Manuel C. Martínez


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