De por qué la cúpula eclesiástica le tiene pánico al Motor Moral y Luces

La Conferencia Episcopal Venezolana, CEV, con franquistas como Luis Ugalde, vive implorando porque volvamos a los tiempos en aquí gobernaban las barraganas encachuchadas, cuando nadie le paraba al pensamiento bolivariano.

¿Ustedes creen que los colegios católicos estuviesen hoy alborotados por los cambios que se procuran hacer en educación si se encontrara gobernando en Miraflores la “REINA DADIVOSA” Blanca Ibáñez?

Ahora resulta que la CEV, al igual que Bush, es democrática, desea paracticar la justicia social y quiere comprende el dolor de los de abajo. Pero eso sí, siempre y cuando la revolución le dé lo que pida y cuanto exijan sus potentados, PORQUE SI NO HABRÁ GUERRA. Así lo han proclamado.

Y anda la CEV brincando como caucho porque “se avecina la condenación del socialismo”. ¡Cómo echa de menos la CEV a los calvos aquellos impúdicos que saqueaban nuestros recursos!; porque aquellos calvos eran los que más conocían de la gula perversa que mueve la “conciencia” de esa Iglesia capitalista, entreguista, apátrida; qué bueno era para la CEV los mecenas del Jaime Lusinchi y de Carlos Andrés Pérez, precisamente porque andaban hundidos en la más degradante perdición. Cómo supo la CEV sacarle con ganzúa a la pobre pecadora de Miraflores hasta las lochas de su gaveta. Nada para la Iglesia es más beneficioso que un rico o alguien con poder que se encuentre anegado en el pantano de la desesperación y de la corrupción, porque llegan ellos, los curas inmorales, y le ofrecen la “salvación”, a cambio, claro, del oro...

En Miraflores, digo, gobernaba Blanca Ibáñez, y allá llegaban estos husmeadores de billetes gordos. La Ibáñez se había convertido en el “gran santuario” al que acudían los desvergonzados curas y obispos de Venezuela. Los obispos desvergonzados iban de primero. El supremo peregrino a esta meca fue el de San Cristóbal, monseñor Ramírez Roa, quien en muchas oportunidades salió fotografiado al lado de la Secretaria Privada del Presidente de la República, recibiendo sustanciosos cheques (y que para su diócesis).

Discurrieron por allí sacerdotes de la Arquidiócesis de Valencia quienes recibieron el 8-12-87 un cheque por un millón de bolívares y el 15-12-88 otro por un millón de bolívares. La arquidiócesis de La Guaira recibió un cheque el 14-12-88 por cinco millones de bolívares y otro un millón el 23-11-88 y otro un millón el 1-12-88. La Diócesis de Barcelona obtuvo un millón de bolívares mediante un cheque que llevó fecha del 23-11-88. La Diócesis de San Felipe consiguió de la Secretaria privada el 26-7-88, un millón de bolívares. A la Arquidiócesis de Ciudad Bolívar, doña Blanca la gratificó el 6-3-87 con setecientos cincuenta mil bolívares. La Arquidiócesis de Barquisimeto fue premiada el 1-11-88 con un millón doscientos cincuenta mil bolívares. La de Barinas no fue menos afortunada: logró dos millones. La Conferencia Episcopal alargó la mano y de inmediato la santa pecadora ordenó el 1-7-88, le fuese entregado un millón cuarenta y cuatro mil bolívares. La Arquidiócesis de Caracas no quiso quedarse atrás y reclamó su parte, y el 23-11-88 le fue entregado un millón quinientos mil bolívares. La de Maracaibo con uno de sus obispos más “moralistas” y severos, monseñor Roa Pérez, no pudo con la tentación y también le imploró a la amante del presidente algún dinerito para obras pías, y ésta le gratificó con un millón de bolívares. Téngase en cuenta que don monseñor Roa Pérez fue uno de los que tuvo el valor de analizar por la prensa el divorcio del Presidente.

No se mencionan otras cantidades de menor monta, pero las arriba señaladas suman para la época casi 19 millones de bolívares, que al cambio en dólares representaba algo así como un millón de dólares.

La señora Ibáñez, digo, en cuanto cayó en desgracia fue inmediatamente olvidada por la Iglesia y en una carta que la “pecadora” le dirige al cardenal Alí Lebrún Moratinos, fechada el 31 de octubre de 1990, ella expone claramente que todas esas ayudas las había hecho considerando que por esta vía podía salvarse del horrible pecado en que había caído. Dice la pobre al cardenal Lebrún[1]: “Soy católica de fé (sic) verdadera y practicante desde mi infancia en un modesto hogar creyente de los Andes. He tratado a todo evento de ser consecuente con mis principios religiosos y de honrar mi fé (sic) en Dios, en Jesucristo y en nuestra Santa Madre Iglesia. No he hecho nada a nadie y en medio de las duras luchas que la vida me ha deparado, he tratado sólo de servir a los demás. He pecado, lo sé, porque soy humana y porque he sido auténtica en la expresión de mis sentimientos; pero nadie podría decir en propiedad que he transgredido la ética profunda y los deberes que me imponen mi condición de mujer, de católica y de venezolana. En paz con mi conciencia, tengo fé en Dios, en su justicia y en su perdón”. Se ve que doña Blanca Ibáñez desconocía el dicho: curas y gatos, seres ingratos[2]. Y claro, muchos de esos curas y obispos, con toda razón proclaman que “moral y luces son nuestras primeras necedades”. Lo han dicho.

[1] CRÓNICAS DE LA PERSECUCIÓN, Editorial Pomaire, 1993, Venezuela, pags. 367-370.

[2] Este dicho me lo refería mucho el padre Santiago López-Palacios.

jrodri@ula.ve


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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