La Revolución Bolivariana seriamente amenazada

Ciegos y soberbios están montados en un golpe de Estado

En los días aquellos cercanos al golpe de estado de abril de 2002, escribí unas reflexiones que titulé: ¿Revolución bonita y también pendeja? Como pueden suponer quienes no lo leyeron o no lo recuerdan -ambas cosas de alta probabilidad-, se trataba de un llamado a las enceguecidas falanges del derechismo más atroz para que pensaran un poco en la gravísima responsabilidad que estaban asumiendo frente a la historia por la cuota de muerte y violencia que provocarían con sus acciones grotescamente golpistas. ¡Fue inútil el llamado, siempre lo será!

Dos cosas fundamentaban mi hipótesis: de un lado la convicción de que al estar frente a verdaderos procesos revolucionarios, vale decir aquellos que no pueden controlar con lo que podríamos llamar “el dulce encanto de la burguesía”, la reacción recurrirá siempre a la violencia, al terror y las malas artes, antes que desprenderse de un átomo de privilegio. Por otro lado, la abierta persuasión de que el proceso bolivariano había encarnado en el pueblo y éste es capaz, sobre las bases de su conciencia, su moral y el horror a la esclavitud, de presentar la más dura batalla por la defensa de sus conquistas. Un pueblo que ha despertado para no regresar más nunca al olvido.

En esa oportunidad le recordaba a estos siniestros sectores que la guerra civil más cruenta que se haya librado –cualitativamente hablando- en país alguno, tuvo como escenario nuestra sufrida tierra venezolana: la Guerra Federal. Confrontación larga que diezmó hombres, animales, construcciones y sueños hasta regresar a la patria al fondo de la prehistoria, provocando una movilidad social, vertical y horizontal, de tal magnitud que de ella -no obstante la traición consecuente y el vil egoísmo que otra vez triunfó-, surgió una sociedad profundamente atípica, pues no quedó títere con cabeza y una buena parte de la godarria tradicional la perdió junto a muchos de sus privilegios que pasaron a otras cabezas. Aspiraba a que fueran capaces de mirarse en los peligros para ellos mismos. ¡Inútil todo!

La razón histórica de aquellos sucesos está inscrita en el desconocimiento de instrumentos legales prescritos por El Libertador, como el Decreto de Confiscaciones y la Liberación de los Esclavos, sumados a la conocida ley del “Toma y Quita” de Marzo de 1834 que colocó a la población nacional en manos de los banqueros y el círculo antibolivariano que encabezaron en su momento, José Antonio Páz y el Dr. Peña. Un pueblo que conquistó la independencia sobre el sacrificio de una guerra larga y penosa, veía burladas todas sus ilusiones, sueños y esperanzas para ser devuelto a situaciones aún más penosas que las soportadas durante la Colonia. Eso fue lo que quedó como saldo de la dura batalla por la independencia. Libertadores asesinados o perseguidos y el retorno a la esclavitud, ese fue el plato servido.

Hoy -la carmonada, el sabotaje petrolero, las guarimbas, los paramilitares y en estos días la conspiración económica: corrupción, inflación provocada, nuevos ricos, lo demuestran claramente-, de nuevo se pretende burlar las esperanzas de un pueblo. Chávez no es para la oligarquía criolla y sus amos imperialistas un fin en sí mismo, del mismo modo que no lo fue la persona de El Libertador. El fin último fue y es el ideario que representan, plasmado en la Constitución Bolivariana y en las acciones democratizadoras del gobierno revolucionario. Esto es lo que pasa hoy, del mismo modo que el antibolivarianismo estuvo en los decretos revolucionarios, populares y justicieros de El Libertador en su momento.

La Oligarquía canalla no tiene ningún interés o escrúpulo personal con nada ni nadie. Bolívar habría muerto en su cama y aclamado por la Oligarquía de no haber sido por sus ideas y acciones revolucionarias y su afán de justicia popular. Chávez sería hoy por hoy el llanero más bello y simpático para esa misma oligarquía sino fuera por sus leyes, sus misiones y su voluntad socialista. Jesús de Nazaret pasó tres largos años predicando en las sinagogas y afirmando desde el primer día que era el Hijo de Dios -razón por la que deciden su muerte-, sin causar más que ligeras molestias al poder establecido, hasta el momento en el cual, tomando un látigo los llamó ladrones, cobradores de peaje y mercaderes de Dios, poniendo en peligro su negocio de siglos. Es ese momento en el cual, Anás le dijo a Caifás, “Este hombre esta poniendo en peligro la nación. Es preferible que muera un hombre a que se pierda un pueblo”. (Obsérvese que la historia no es nueva, hoy como ayer, cuando sus bolsillos están en peligro, en acto de magia prodigiosa, estos mismos históricamente engordados con sangre de pueblo, pasan a llamarse: nación, pueblo, sociedad civil, democracia, etc.,), ¡cuánto saben estos perros!, ¡cómo han aprendido a lo largo de la historia!

El momento crucial para la puesta en marcha de la conjura a cualquier precio fue -como ustedes pueden ver, con el perdón de los Robertos-, la amenaza cierta a sus intereses, y desde luego, Cristo, Bolívar y hoy Chávez representan eso: una amenaza cierta a sus históricos intereses y privilegios. Esto quiere decir que, seríamos portadores de un estandarte bonito pero además bobito, si creemos que han cejado en su empeño. Ellos saben lo que se juegan y por eso apelan a toda su artillería y su capacidad de maniobra, pero… el pueblo tiene que saber lo que está en juego, nada más y nada menos que la diferencia entre civilización y barbarie, por cierto, con una víctima histórica: siempre el pueblo, y alguna que otra víctima transitoria –algo así como un menudo chichero para estos canallas-, siempre dispuestos a derramar la sangre de otros para salvar su dinero. A esta gentuza se enfrenta nuestro pueblo.

Déjenme recordarles, que morir por nuestros sueños de justicia e igualdad es subir al escalón más alto al que pueda escalar un ser humano, pero también dolorosamente inútil y por ello intolerable e inaceptable sino se alcanza el objetivo. No estaría alarmado sino sintiera la amenaza real y cierta. Una amenaza que veo, no sólo en la oligarquía grosera sino en una suerte de oligarquía nueva, una oligarquía de nuevo cuño llena de sermones tremendistas y ninguna coherencia con el modo de vida revolucionario. No olvidemos lo que dijo Mao: "El peor enemigo de la revolución es el burgués que todos llevamos dentro". Estos halagan, bajean como una culebra, endiosan, hacen todo lo posible por enfermar de vanidad al líder. ¿Aprenderán ahora?, ¡sólo si el pueblo les da una lección terminante y única!, ¡sólo si se le cortan las uñas a las élites de una vez y para siempre! Mientras tengan poder no cejarán en su empeño.


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Martín Guédez


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