Tour de la infamia

Una dama encumbrada encontró su pasatiempo, lástima que no implique juegos de bridge o canasta, actividades que dentro del ámbito de lo privado no serían de la incumbencia social; por el contrario, el suyo consiste en el pavoneo sobre los espacios públicos en los que, por destino o azar, ejerce férreo pero rosa mandato.

La dama, amante del maquillaje y las máscaras, descubrió que el 6D recibió su regalo navideño por adelantado: un parque de diversiones que podría transformar "elegantemente" según su gusto refinado en largas tardes de café en Europa, aquellas en las que sentada, admirando algún jardín en el otoño ausente de esta tierra tropical e incivil, soñaba con aplicar para emprender el rescate del mantuanato que Bolívar y Chávez nunca debieron contrariar.

Hoy se entrena en un palacio, el primero con medidas cercanas a su innata ambición. Da órdenes, decora, y sobre todo, se muestra ella, el principal adorno de ese espacio en cual practica la remodelación de la nación edulcorada, jamás azucarada, que le enseñaron a soñar.

Fiel a su fantasía decide sin más, una tarde, abrir su parque de diversiones para que, cual corte victoriana, bufones, juglares, modistos y aduladores participen de una orgía de glamour que, de haberse iniciado en el breve día del abril aquel, en el que sus iguales sólo saborearon la gloria, hoy tal vez su casa de muñecas sería la más grande, esa digna de su ensoñación.

No hay vergüenza, fotos van y fotos vienen, risas, abrazos y complicidades. La felicidad se asoma en la porcelana con la que los rostros sin expresión ensayan sus muecas de alegría.

Salve, reina consorte. Al tour de la infamia todavía le quedan paradas.



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