No aupamos ni auparemos violencia alguna contra las y los semejantes de la contrarrevolución, a pesar de las provocaciones que ellas y ellos armen con el propósito de presentarnos cuál salvajes incorregibles al tiempo de mostrarse como víctimas de unas hordas que nada más existen en la derecha, como lo demostraron las mortales guarimbas del año 2014.
Pero a lo que no estamos dispuestas y dispuestos a renunciar es al libre derecho del humor y menos aún cuando el mismo nace del ingenio popular, aclaratoria que hacemos a raíz de un estupendo chiste nacido este fin de semana, donde el centro de la ocurrencia es el diputado que se jactó de tener acoplado un motor en la parte delantera de su entrepierna, como que si eso le interesara a alguien diferente a su esposa.
Esperamos que el contenido del chiste no resulte ofensivo para quien lo que sabe es precisamente eso: ofender. Mal puede esperar ser tratado con rosas cuando, históricamente, ha arremetido con dureza y desprecio hacia cuanto resulta extraño a sus valores o antivalores, conceptos que en su humanidad en lugar de distanciarse, parecen acercarse cada vez más uno al otro.
El chistazo, maravillosamente concebido es este: "Un hombre que llevaba ya como cuatro horas en una cola, de repente exclama: ‘Ya no aguanto más’ y le dice al paisano que estaba detrás de él: ‘Compay ho, cuídeme el puesto que ya vengo’. El paisano extrañado le pregunta: ‘¿Qué va a hacer usted?’ y el hombre arrechísimo la contesta: ‘Voy a joder a ese c…de m… que me dijo que la última cola era el 6 de diciembre. Voy a destrozar a Ramos Allup’. A las dos horas regresa y el paisano asustado le pregunta: ‘¿Qué hizo hermano?, no me diga que manchó sus manos de sangre’. El carajo, más molesto aún, le contesta: ‘Qué va compay, pa’ esmadrá a ese c… de m… también hay una cola ¡y es más grande que esta!’.
¡Chávez vive…la lucha sigue!
