El sueño de una casa nueva

Julio Borges habla, emocionado, del derecho de cada familia de tener una casa que pasar a sus hijos. El anhelo a la propiedad, de ser propietario, es privilegio de un sector de la población solamente. Para los demás, se trata de ser siempre víctima de los grandes proprietarios, de sus alquileres en constante aumento, de sus caprichos que fácilmente acabarán dejando a las familias pobres en la calle.

Porque de lo que se trata no es de una garantía de que cada familia tenga el derecho a una vivienda digna, que junto con la salud y la educación representan una mínima responsabilidad de la sociedad hacia sus miembros. El sueño de una casa propia sólo significa ser dueño de ella en un sentido formal. Cuando llegó la crisis del 2008 millones de personas en Estados Unidos y Europa llegaron a saber qué clase de seguridad tenían realmente en una sociedad capitalista. Los bancos que las estafaron con las mismas promesas que ahora hace Borges con sus melosas palabras,

les quitaron la casa de la noche a la mañana, sin devolverles un centavo de lo que habían pagado con trabajos, soñando. En Estados Unidos eran tres millones de víctimas de la quiebra de dos grandes inmobiliarias, todos ellos de la clase trabajadora. ¿Y los bancos? Salvados por los gobiernos con el dinero de los impuestos de los mismos trabajadores. Un golpe doble, porque habían descubierto que sus casas nunca les llegaron a pertenecer; siempre eran propiedad de los bancos.

Ahora se plantea la compra de la vivienda social. Hay que preguntar primero quién dará las hipotecas para comprarlas, aún a precios bajos. Los bancos pues, y la experiencia nos ha dicho que no importa que sean públicos o privados. Se comportan de exactamente la misma manera. Pero la cosa no acaba allí. La estrategia de privatización de la vivienda empezó en 1981 en Gran Bretaña, donde la vivienda social con subvención del estado (con fondos derivados de los impuestos recaudados de los trabajadores, por supuesto) fue en su momento ganada con duras y largas luchas, empezando cuando los sobrevivientes de la primera guerra mundial regresaron a su país para encontrar que no tenían en dónde vivir – a diferencia de los proprietarios de la industria armamentística que se habían hecho más ricos que Creso durante cuatro años de guerra cruenta. Ellos sí realizaron su sueño de una mansión propia. Pero ante la posibilidad de una insurrección de ex-soldados adiestrados en el uso de las armas el gobierno cedió y construyó viviendas sociales bonitas, baratas. Además eran propiedad colectiva; pertenecían a la comunidad que las administraba en nombre de todos.

Cuando Thatcher las empezó a vender, las mismas promesas que está haciendo Borges movieron a la gente a buscar hipotecas para comprar sus casas a los precios bajos que ofrecía el estado. De esta manera sus casas pasaban de la propiedad social a la privada, al mercado de la vivienda dominado por los grandes capitalistas y dueños de propiedades. No tardaron en llamar a la puerta del nuevo dueño y ofrecerle el doble de lo que había pagado. Muchos lo aceptaron, convencidos de que ellos también iban a ser ricos proprietarios a su vez. Pero se encontraron con que los precios de las casas iban en aumento, y no era tan fácil encontrar otra. Y mientras tanto la febril compra y venta de estas deseables casas del sector social provocó un boom y los precios subieron como cohetes. Antes, en una situación de emergencia, todo ciudadano podía pedir una vivienda social – era su derecho a final de cuentas.

Sólo que ya no había vivienda social, sólo casas para alquilar, y a precios inalcanzables – muchas veces eran las mismas casas que hace poco vendieron a tan bajo precio. Allí es donde acaba el sueño de una casa propia, al menos para las mayorías. Los que sí se pueden permitir casas de ultra lujo hoy en día son los compradores de casas, los bancos y los dueños de las hipotecarias. Y va sin decir, que la escasez produce más ganancias. Lo último que van a hacer es construir casas nuevas – eso abarataría la vivienda, desde luego.

En Gran Bretaña los dos millones de casas que pasaron al sector privado desaparecieron para siempre del patrimonio social. Yo no se construyeron más viviendas sociales – para no hacerle competencia al sector privado. He ahí el sueño de Julio Borges.



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