La función de la mentira

En 1943, el filósofo Alexandre Koyré, asqueado del discurso y la propaganda de Hitler y Mussolini, escribía: "Nunca se ha mentido tanto como ahora. Ni se ha mentido de una manera tan descarada, sistemática y constante… se alcanzaron unos niveles y se establecieron unas marcas que muy difícilmente serán superados".

Tan acertada observación de Koyré, sin embargo, hoy se queda corta ante la capacidad superlativa que despliega el aparato de propaganda del imperialismo norteamericano y sus secuaces. La capacidad de mentir y de construir una para-realidad a partir de la cual justificar y desplegar sus políticas de dominación no tiene límites. En descargo del filósofo debemos decir que la equivocación se debió a su consideración de que la cobertura de la mentira se restringía al espacio nacional de los fascistas y, en nuestros días, el alcance de la acción del imperialismo es universal.

A esta circunstancia, hay que agregar las posibilidades de las nuevas tecnologías para manipular, tergiversar y penetrar todos los espacios de comunicación y de propaganda. Fue precisamente este gigantesco andamiaje el que se puso en movimiento para engañar al mundo y al propio pueblo norteamericano de que Irak poseía armas de destrucción masiva que amenazaban la paz y la supervivencia del planeta. ¿Resultado? Invasión, destrucción y arrase del país; implantación de un gobierno títere de los intereses imperialistas y toma de posesión y usufructo del petróleo iraquí.

Después se demostró que no existían las tales armas de destrucción masiva. ¿Qué importa? ¡El mal está hecho y los objetivos fueron alcanzados a plenitud! Así actúa el imperialismo, ¡con esa impunidad y ese descaro!

¿Por qué mienten?

Sorprende el desparpajo con que los conspiradores mienten sobre la realidad política venezolana. Sorprende la estridencia con que repiten esas mentiras y, más aún, asombra la celeridad e irresponsabilidad con que algunas organizaciones internacionales, algunos gobiernos y algunos políticos al servicio de los intereses norteamericanos están dispuestos a asumir puntos de vista y exigencias contrarias a la verdad, a la democracia y a la Constitución y las leyes de la República Bolivariana de Venezuela.

Pero el efecto sorpresa desaparece cuando uno comienza a preguntarse sobre cuáles son los motivos que incitan a generar esas mentiras. ¿Por qué, la oposición venezolana, al revés de lo que hace cualquier opción de poder alternativa en una democracia, renuncia al enfrentamiento ideológico, a la crítica de la gestión del gobierno, a la construcción de un movimiento político capaz de ganar la mayoría que le haga gobierno? ¿Por qué, por ejemplo, ante la corrupción de un determinado funcionario, por alto que sea su investidura, no procede a su denuncia concreta? ¿Por qué no hace la denuncia, activa el proceso judicial y exige las sanciones pertinentes ante los organismos competentes o ante la opinión publica, como, por ejemplo, hizo el mismo gobierno, por iniciativa propia, entre otros casos, contra el exgobernador del Guárico?

No hace tal cosa. No le interesa porque para ello se necesita lo que a la oposición venezolana le falta: razones. Le falta identidad con los valores patrios de defensa de nuestros recursos, de nuestra cultura y de la integración latinoamericana. Carece de sensibilidad, de valoración y de solidaridad hacia las clases populares. No tiene una proposición alternativa de país en el que quepamos todos en una sociedad de justicia y oportunidad para todos.

Miente porque necesita justificar sus acciones desestabilizadoras, porque necesita convencerse a sí misma de que tiene razones para la ilegalidad y la conspiración.

Las inevitables contradicciones

Para persuadir de la "veracidad" de sus afirmaciones el mentiroso necesita inventar nuevas mentiras. Así, se va construyendo un parapeto endeble que se precipita al suelo cuando la realidad se cuela entre los intersticios de las malas soldaduras. Dos ejemplos recientes ilustran esa situación.

En el programa mañanero del pasado 11 de febrero, una periodista de TVE le pregunta a Mitzy Capriles de Ledesma: "Cuando usted escucha que Maduro fue electo democráticamente, ¿qué piensa?". La respuesta no es la esperada. La entrevistada dice que Nicolás Maduro fue elegido democráticamente, al igual que su marido y que el gobernador Capriles. Las caras de desconcierto de los tertulianos del programa eran elocuentes poemas que decían más que las palabras. ¿Cómo? ¿Entonces Maduro no es ilegítimo? ¿no se robó las elecciones? ¿No hay democracia? ¿Todo lo que decimos a diario sobre la dictadura es mentira?

El otro ejemplo son las repuestas que se ha visto obligado a dar el diario El País de España ante el aluvión de cartas de protesta de sus lectores por el evidente y desproporcionado sesgo con que el periódico trata las noticias de Venezuela: Oculta los logros de la Revolución Bolivariana, males de vieja data se los asigna al gobierno, exagera y glorifica actos aislados de protesta de grupos minoritarios, usa un lenguaje agresivo y de descalificación a Venezuela y su gobierno, utiliza la situación venezolana para atacar a Podemos, etc. La explicación de El País enreda: Que reseñan lo que se puede comprobar, que el país está polarizado y es difícil distinguir la verdad, que su política es de objetividad y equilibrio, etc.

Ahora bien, los lectores que tienen acceso a otras fuentes comprueban exactamente lo contrario a la explicación: Mienten; se han polarizado a favor de la versión de los golpistas y antidemocráticos; su visión es segada y nada objetiva y no hay ni asomos de equilibrio. Es decir, están alineados con los intereses del imperialismo norteamericano.

 



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Rafael Hernández Bolívar

Psicología Social (UCV). Bibliotecario y promotor de lectura. Periodista

 rhbolivar@gmail.com

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