Lo que el oposicionismo no termina de entender (II)

Dice el dicho que "no hay peor ciego que el que no quiere ver", refrán que aplica perfectamente la mayoría de quienes adversan la revolución bolivariana y que a uno se le viene a la cabeza cuando escucha a alguien decir que "lo de antes si era una verdadera democracia". Entiéndase por lo de antes la cuarta república.

Ya escuchar semejante barbaridad produce escozor, pero oír los alegatos para defender tal tesis hace que a cualquiera se le revuelva hasta el alma: "teníamos excelentes comedores, un sexto grado que equivalía a lo que hoy es un título universitario y una moneda fuerte".

Estas perlas me hicieron recordar que una vez en el liceo, en los años 90, un profesor de historia nos dijo que nuestra democracia era la más sólida del continente. Claro, como suele suceder en estos casos, faltó la otra parte del cuento: los desaparecidos.

Por esa época, para quienes rondábamos por la adolescencia, los nombres de Noél Rodríguez, Víctor Soto Rojas, Los hermanos Pasquier, por citar sólo algunos, eran desconocidos.

La historia se encargó, con el paso de los años, de demostrarnos que el cuento de la sólida democracia era sólo eso, un cuento y, de paso, malo. Sólo quienes se anclaron en el pasado y no piensan en el futuro del colectivo son capaces de defender algo tan malévolo y maligno.

¿Se puede considerar sólida una democracia basada en la desaparición forzada del que piensa distinto y en la que una élite decide qué hacer con el país mientras la inmensa mayoría era engañada y arrinconada por esa misma élite?

¿Sirvió de algo tener en los años setenta una moneda supuestamente fuerte, mientras nuestros cerros se llenaban de seres humanos viviendo en la más absoluta miseria, pasando hambre y condenados eternamente a pagar por el pecado de ser pobres?

¿Sirvió de algo tener una moneda supuestamente fuerte, cuando la inmensa mayoría de la población no tenía acceso a ella?

La misma historia nos responde la pregunta. No, de nada nos sirvió. Sólo hay que retroceder el tiempo a febrero de 1989 y recordar lo que se vivió en este país en el llamado Caracazo.

Los viudos y viudas de la cuarta república no entienden o no quieren entender, que este pueblo, a diferencia de ellos, padeció bastantes desgracias en esa época, como para extrañar y anhelar que aquellos tiempos vuelvan a repetirse.

¿Qué es mejor, los "excelentes comedores" de los tiempos adeco-copeyano, o que las familia de hoy puedan comer tres veces al día cómodamente en sus casas gracias a la misión alimentación?

¿Qué es mejor, el sexto grado de antes, al que por cierto los pobres dejaron de tener acceso con el paso de los gobiernos adeco-copeyanos, o los títulos universitarios de hoy en día a los que pueden tener acceso pobres y no pobres gracias al gobierno revolucionario, con tableta incluída y todo?

Si esos comedores hubieran sido tan excelentes, ¿cómo se explican los índices de desnutrición que imperaban esos años? Si el sexto grado de esa época era tan bueno, ¿por qué había tantos analfabetas al principio de la revolución bolivariana?

Si aquellos años cuarto republicanos fueron tan buenos, como viudos y viudas se empecinan en señalar, ¿por qué hoy tanta gente se niega a regresar a ese sistema? Y más aún ¿por qué tanta gente rechaza a los partidos políticos que los representan?

Elemental, porque no lo fueron. Quizás ustedes se dieron la gran vida, pero la inmensa mayoría de la población no. ¡Que lo digan los que comieron perrarina!



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Rosa Ángela Latorraca González


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