Una Deuda

La exposición del eficiente ministro Miguel Rodríguez Torres mostrando los grandes rasgos del plan contrarrevolucionario desencadenado desde febrero contra el país, aunque sobrecogedora y terrible, no asombra. Porque la gran mayoría sabe quién maneja los hilos y cómo actúan sus operadores y las marionetas desalmadas que le sirven.

Afuera están a la vista inmediata Afganistán, Irak, Libia, Siria, Ucrania; adentro, recordemos los hechos más de bulto: paro cívico de diciembre 2001, golpe de estado con militares desleales y medios desmadrados, asesinatos, sabotaje económico-petrolero contra la nación y el pueblo, gansterismo enloquecido de Altamira, atentados diversos con explosivos, intento de referendo revocatorio fraudulento (las firmas planas) y las primeros acciones vandálicas denominadas guarimbas (que resultan inocentes comparadas con las de hoy).

Todos esos hechos, pese a llevar cada uno impreso el sello de la felonía, podían hacerse pasar por nacionales, productos exclusivos de la lucha interna de clases (ellos llamarían política).

Pero hoy hace diez años de cuando esa contra impenitente se asomó a un abismo de abyección en el que la traición a la patria no puede ocultarse: la introducción de la banda de paramilitares colombianos que concentraron en la hacienda Daktari, en El Hatillo, para cometer magnicidio, asesinar hombres y mujeres al voleo empezando por los propios mercenarios que intentaron evadirse, llenar de males al país y destruir su sistema democrático.

La conchupancia de los apátridas con la organización criminal colombiana, considerada entre las más sanguinarias que existen, no era nueva, pues sicarios alquilados habían segado la vida a decenas de dirigentes campesinos en zonas fronterizas; pero el traer un contingente hasta la propia capital venezolana para generar terror y crear una situación caótica, propicia para abrir las puertas a una intervención armada extranjera, es la traición pura y simple, la degradación absoluta.

Por eso no puede asombrar a nadie lo que han hecho ahora ni la dimensión criminal del plan que les trazaron desde el Norte. Están a la vista, son apátridas irremediables y quienes de la oposición no comparten sus acciones y propósitos, deben separarse y declararlo sin ambages ni ambigüedades.

Les toca ayudar a la paz, pues su silencio ha ayudado a los violentos. Es una deuda con Venezuela.



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Freddy J. Melo


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