La muerte del motorizado de Horizonte, Caracas: testimonio real

Ocurrió un día viernes, mes de febrero, antes de la marcha opositora de las mujeres (para contextualizar la eventualidad política), 9:00 PM, en la calle de un edificio en Horizonte. Entonces ardía la guarimba en las urbanizaciones acomodadas de Caracas, con sus respectivas quemas de cauchos, cierre de vías con basuras y colocación de guayas en las vías.

A esa hora dos funcionarias del Ministerio del Poder Popular para la Salud, cuyos nombres me reservo y puedo ofrecer si alguna vez la investigación así me lo requiere, bajaban del edificio.

Mientras una buscaba la camioneta en el estacionamiento del edificio, la otra fue a echar un vistazo a hacia la salida, consciente de los problemas de circulación que en el sector de Los Ruices y sus inmediaciones se presentaban por causa de la guarimba. A pesar de la hora y por ser un día cuasi festivo (viernes), ambas habían apostado a que no tendrían ningún inconveniente. Los caraqueños suelen festejar los viernes en las noches.

En el portal del edificio se encontró a una pila de muchachos entre 15 y 20 años acopiando objetos sobre el pavimento, precisamente a la altura de la salida del estacionamiento. Preocupada, la funcionaria intentó sintonizar con ellos con el propósito de lograr un eventual y necesario “salvoconducto”. Va y les dice:

─¿Qué más, chamos, cómo está la cosa?

─Aquí, reina, haciendo la lucha ─contesta uno de ellos.

─¿Y qué se dice, cómo están las vía? ¿Veo que trancaron ésta?

─Bueno, sí, es nuestro sector. Ponemos nuestro grano de arena. ¿Y tú, qué haces?

─¿Yo? Bueno estamos en un piso del edificio, de visita, y viendo cómo está Caracas llena de humo [las funcionarias procedían de sus trabajos, visitaban, en efecto, a una amiga y se disponían a retirarse hacia Guatire].

─Ya tu vez, reina, la lucha es completa en Caracas. Es que en todas partes se sienten los problemas...

─Chamos ─se decide la funcionaria, sabiendo que ya su compañera estaría a punto de aparecerse con la camioneta ¡provista con los logos del gobierno!─, ¿y si uno quiere salir, cómo hace?

─¿Estás en este edificio? ─interviene otro de ellos─, ¿andas en carro?

─Sí, en una camioneta ─contesta la funcionario preocupándose por la reacción de los muchachos cuando descubran las insignias del gobierno: ocurría que ya habían quemado muchos carros a escala nacional─. Por cierto, mi amiga ya debe estar saliendo.

─No te preocupes, mami ─contesta el de la primera voz─: nosotros te apartamos los escombros para que salgas.

Y la funcionaria se queda un ratito más distrayéndolos después de darle las gracias, siempre nerviosa por lo que en breve se pudiera suscitar. Uno de ellos, de los más jóvenes, se acercó y empezó a razonar que el gobierno se tenía que ir porque él, como millones, deseaba un país libre.

─Imagínate tú que Maduro nos quiere prohibir los tatuajes...

─¿Sí? ─responde ella, realmente sorprendida por las tonterías argumentales que oía─. ¿Y eso?

─¿No lo has oído? ─le dice, cómo sorprendido por su ignorancia─. Y así con todo, regulando cualquier cosa. ¡No joda! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me dé la gana! ¿Tú no crees?

─Bueno, chamo ─suelta ella, sintiendo un escalofrió al oír que desde el interior de la bocaza oscura del edificio se aproximaba un vehículo─, tú eres joven y eso te afecta en particular. Como entenderás, yo no uso tatuajes... Ahí como que viene mi amiga; pilas, para lo del paso, por favor.

La funcionaria empezó a caminar hacia donde saldría la camioneta, ya enfermizamente tensa, mirando alternativamente hacia su conductora amiga y hacia la calle, donde los chavos ya movían la barricada, ordenándose unos con otros. Entonces sucedió.

De pronto apareció en la calleja un motorizado acelerando estrepitosamente su máquina. Se oyó un ruido como de cuerda de guitarra y a continuación sus ojos presenciaron el espectáculo de una motocicleta avanzando sin piloto, rodando y estrellándose contra el pavimento. Tropezando contra un insospechado cable de acero tendido a lo ancho de la calle, el cuerpo del piloto se había quedado sin motocicleta..., así como degollado.

Una crisis como de supervivencia se desató en el cuerpo de la funcionaria, queriendo desaparecer mágicamente del área, sintiéndose vulnerable, como en medio de una guerra. Los muchachos en un santiamén desaparecieron del sitio, huyendo en desbandada, con tatuajes y sin tatuajes, se dirá. Y en ese silencio de luto que empezaba, de parálisis del mundo, sólo estaba ella, el motorizado disperso sobre el suelo, la oscuridad y un adulto que de repente apareció de algún recoveco de las adyacencias. Entendió que era una especie de jefe de los guarimberos.

Aparentemente compungido, como realmente lo estaba ella, se dirigió hacia el cuerpo recién muerto, lo examinó visual y temblorosamente, de lejos, como con miedo, y le dirigió una mirada.

─¿Te das cuenta lo que estamos viviendo? ─exclamó con voz loca y aterrada─. ¿Ves las consecuencias? ¡Culpa del gobierno, de Maduro, ese maldito! ¡Este es mi país, donde muere gente inocente! ¡Por eso es que vamos a seguir la lucha, ahora más!...

Su compañera había llegado, finalmente, en la tan temida camioneta, preocupación ésta ahora convertida en una tontería ante la dantesca carnicería. Aterrada, pide al jefe guarimbero apoyo para terminar de salir, monta en el vehículo y nota cómo el hombre las detalla con atropellada ansiedad. Les grita, como atacándolas con la voz: “¡Vamos a seguir en la lucha hasta el final!” La funcionaria le ordena a su compañera con desesperación: “'¡Arranca!”

Antes de abandonar el sitio, echan un último vistazo al cuadro que quedaba atrás: un motorizado grotescamente degollado y un líder local de las protestas escondiéndose en el edificio.

Notas: la persona que fungió como jefe de los muchachos guarimberos es identificable de ser visto, así como el nombre del edificio, hora exacta, calle. Esta crónica se escribe a partir del testimonio oral de los testigos y su anuencia, así como con base en materiales que recibe en su correo el autor, y a partir de investigaciones directas. Hechos reales esencialmente, con la inevitable variación del formato narrativo. El escritor es fácilmente ubicable en el cuadro de autores de Aporrea.org. La nota corresponde a la muerte del conocido motorizado de Horizonte.


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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

 camero500@hotmail.com      @animalpolis

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