Odio

La IV República fue muy efectiva para convencer a muchos de que la sociedad venezolana fue siempre un jardín de rosas. La grandilocuencia de la “Gran Venezuela” y las excentricidades del “Locoven”, fueron dos de los grandes soportes del absurdo espejismo.

Con el vaho adormecedor de la danza de petrodólares se quiso sembrar en el imaginario colectivo una mentira monumental: Superada la fase de las montoneras caudillescas del XIX, en el siglo XX habríamos sido capaces de dar el gran salto hacia la institucionalidad moderna, en perfecta armonía. Sin clasismo, sin racismo y sin contradicciones de ninguna especie.

La historia, el periodismo, el arte, el teatro y la literatura demuestran que esa fue una farsa gigantesca, que la transición de la sociedad rural a la sociedad mono exportadora en verdad fue convulsa, injusta y traicionera, con enormes masas de población arrojadas por oleadas a la miseria más absoluta.

Torturas, asesinatos, perseguidos, desapariciones, masacres y sacudones sociales figuran en el prontuario criminal de esa Venezuela idílica, que anhelan las viudas nostálgicas del Puntofijismo. Bastarda clase política que cedió a la tentación, oyó los cantos de sirena y se entregó a los designios de fuerzas oligárquicas, cuyo odio contra el pueblo es ancestral.

El país terminó siendo coto cerrado de los que se creen superiores, ungidos por fuerzas divinas para ser servidos, para especular dando empleo, para controlar la riqueza nacional a su antojo, solo en su propio beneficio, en fin para cometer abusos con la mayor impunidad.

A esa rancia oligarquía, acostumbrada a odiar, es que nos estamos enfrentando. El presidente Maduro se anota un éxito al plantar cara a la guerra económica con coraje y trabajo intenso. Para que Venezuela deje realmente de ser violenta hay que seguir metiendo a los pobres en la cuenta. Contra el odio oligárquico, todo nuestro amor revolucionario.



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Daniel Córdova


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Daniel Córdova Zerpa

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