Henrique Capriles: la ridiculez errante

Estemos claros: cualquier político debe tener momentos en los cuales circunstancias adversas lo coloquen en situaciones desesperadas. La carrera política amerita que en cualquier momento se asuman riesgos, y por más que se calcule el resultado de un determinado movimiento, ningún político está exento de sufrir un traspié que ponga en jaque su supervivencia en tan difícil actividad, como lo es la dirigencia política.

Para ilustrar lo que digo, sólo basta con mencionar a hombres como Nelson Mandela, Salvador Allende, Lula Da Silva, Evo Morales; José “Pepe” Mujica, entre aquellos que, enarbolando banderas de cambio en sus países, tuvieron que sufrir muchos sinsabores y derrotas, y debieron permanecer durante largos años tratando de permanecer en la conciencia colectiva hasta convertirse en verdaderas opciones indetenibles. Pero si queremos ir más allá, nos encontraremos que, en lo que toca a nuestro país, y con las diferencias ideológicas insalvables que nos separan en lo particular de ellos, nadie puede negar que hombres como Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, y hasta el mismísimo Carlos Andrés Pérez, no tuvieron en sus respectivas carreras políticas, momentos que constituyeron verdaderos desafíos a su vocación política. Su persistencia, tenacidad y sentido de la oportunidad, le valió a cada uno la oportunidad de ejercer el poder, pero tuvieron que superar escollos y cuando no pudieron ni derribarlos o saltarlos, simplemente le dieron la vuelta. Por eso es que, independientemente de que hayan sido verdaderos vende patria y arrastrados al imperio, fueron especímenes políticos .

Ahora bien, en las actuales circunstancias, cuando los dirigentes de la cuarta república se encuentran casi extinguidos, aparece una serie de idiotas a quienes los veteranos políticos que manejaron este país y dirigieron verdaderas maquinarias no los pondrían ni a bañar un perrito. Para colmo de males, los vejestorios que sobreviven, como Ramos Allup, Antonio Ledezma y Aveledo, son sencillamente incapaces de lidiar con ellos, resultando que, sin las vetustas maquinarias del pasado, el desorden y el caos toman el lugar de la estrategia. El culmen de tanta idiotez lo constituye, sin duda, el accidente más trágico de la historia política de este país: Henrique Capriles. Este personaje resume todos los atributos que debe tener un idiota político: torpeza, ausencia de discurso, ausencia de genio, vida privada escandalosa, vicios, falta de palabra, tendencia irrefrenable a la mentira, falta de manejo de las emociones, ausencia notable de inteligencia, desorden de identidad, asexualidad ideológica y otros que tal vez estemos por conocer aún.

Es decir, quien se autoproclama como dirigente de la oposición, luego de sufrir una derrota ajustada, pero incuestionable, perdió la sindéresis, el juicio, y se lanzó en una carrera desenfrenada al abismo político. Asumió que el asunto se trataba de un “todo o nada” y, sumido en una verdadera crisis, emprendió una cruzada que lo ha llevado a llorar a no sé cuántos países y a pedir, como un niño malcriado, que le den el juguete con el que está encaprichado. El idiota más grande de la historia política de este país dilapidó lo que hubiera podido constituir un valioso capital electoral. Patalea, chilla, insulta,amenaza, hace desplantes, se niega a realizar su tarea de gobernar Miranda, viaja a meter chismes, declara hoy una cosa y la contradice mañana. Es decir, anda errando por el mundo haciendo el ridículo y lo peor de todo es que algunas de esas ridiculeces causaron once muertos que la imperturbable justicia venezolana no le ha cobrado, resultando que están presos los autores materiales, pero quien dio la ridícula orden sigue libre y más ridículo que nunca.


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Jorge Ochoa

Licenciado en Educación

 Jorgeochoa004@gmail.com

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