Oposición urde caída de Chávez maquinando sobre sus dos pilares: Diosdado y Nicolás

¿Qué mantequilla, no, el show reciente opositor? Una escandalosa gritadera. Una mórbida fijación: Chávez no está, sigue enfermo o está muerto, o lo que sea pero inhabilitado (que es lo importante), ausente, sin efecto, un redondo cero... En consecuencia debía ser Diosdado Cabello, como presidente de la Asamblea Nacional, el hombre a asumir el mando.

¡Tonticos, eh, a punto de caramelo babieco o de ser comido por las hormigas, como se dice! Así obligaban a elecciones en un plazo de 30 días.

Usted los miraba cerrar filas en torno a semejante conseja, que mucho es llamarla estrategia, porque la palabrita suena como grande, comporta la idea de inteligencia, ajedrez, cálculo, consideración de variables, efectos civiles y militares, y, como sabemos, nuestra oposición ha dado síntomas olímpicos e históricos de que es imbécil.

Y un imbécil no se concentra, se discapacita por causa de su intemperancia, de su visceralidad, su fachismo, su mundo lejano y de apariencias por encima de la vital verdad.

Pero como el cuento no cuajaba (el de Diosdado) y las moscas empezaban a revolotear presagiando descomposiciones, y el día 10-E se aproximaba impertérrito con su carga de juramentaciones, entonces idearon difundir que los poderes en nuestro país estaban en guerra, esto es, la presidencia de la Asamblea Nacional y la Vicepresidencia de la República confrontados. ¡Caramba, tenía que ser Diosdado Cabello porque tenía que ser el que jurara como presidente, en ausencia del recientemente elegido, presuntamente sin efecto, pues había que obtener esas nuevas elecciones en 30 días a cualquier precio!

Sudaron, gastaron, se cansaron, a pesar que desde afuera los acompasaron con medios de comunicación perversos corriendo especies de que Chávez había muerto y que dos negros zamuros se disputaban la carroña de su sucesión. Y así, aunque no de modo significativamente importante, perturbaron los fríos primeros días de diciembre. Que si uno de los zamuros asaltaría con militares, que si el otro restablecería relaciones con los EEUU para nuevamente traer a la DEA y se llevaran al primero; que si se odiaban y se ponía zancadillas, y en nombre de interés personales sacrificarían el legado de Chávez (¡ladrones que juzgan por su condición propia!), compitiendo por volar más alto; que si uno había sido chofer de autobuses y el otro había perdido con Capriles. Y dale... Y dale a la mata para buscar una voz entre los militares, una linternita aunque sea, una de esas esperanzas suya, renegridas. Y dale y dale..., pero nada que la cosa funcionaba. No prendía la chispa ansiada. No prendió. La gente y los militares se quedaron tranquilos, se dirá mirando a esa cuerda de locos como soplar sobre las calles desde sus pantallas de televisión (¡no vayan a creer que los bichos salen a caminar calles!). La gente de ellos mismos se sonreía, seráficamente, si es posible el término, para comunicarles algo de piedad: porque el pueblo venezolano, en general, ha aprendido (es la lección) y ya no se deja. Ya no se traga cuentos ni llamados viscerales a rebelión; ya se resiente de tanto engaño y por ello no adelanta un paso para apoyar a una sarta de pedazos de locos con palo y perol entre las manos, históricos engañadores de oficio, farsante del abril de 2002, artífices de la miseria secular en Venezuela.

Entonces el 10-E llegó y se jodieron. Chávez continuó siendo presidente, Nicolás, vicepresidente, y Diosdado, el asambleísta mayor. La paz cívica y estabilidad se había hecho con Venezuela. El aire frío seguía frío, trayendo a cada rato al Pacheco del Waraira Repano. Ningún abanico se movía para aliviar bochorno alguno y ninguna mano cogía piedras para alimentar pergeñadas guarimbas. Silencio, y silencio contrastante con el estruendo de los aviones supersónicos Sukhoi que surcaron el cielo caraqueño para saludar al presidente, su constitucional inicio de nuevo período presidencial. ¡Ah, y también para recordarles ─¿por qué no?─ que aquí en Venezuela había una Fuerza Armada Nacional Bolivariana dispuesta a defender una patria sagrada y legítima.

Ni Diosdado había aceptado su oferta de ser presidente aclamado por 30 días ni Nicolás el consejo de apartar a su hermano ideológico del camino. Nadie dobló piernas, ninguno vendió su espíritu: ni charcas ni mercados. Ningún interés particular privó por encima del valor de la patria. Cero traiciones.

Tenemos Venezuela, aunque transitada por unos orates por allí con palos y poncheras sobre los hombros llamando a sedición, destilando frustración, alzando plegarias a ese dios Ares de la guerra que quizás habita en ese Olimpo sagrado nuestro que es el monte Waraira Repano, rebuznando, quizás ansiosos por salir a quemar los chaguaramos de las ciudades. Me dicen que vieron llorar a Julio Borges, al del cáncer en las cejas; a Capriles aterrado con el Consejo Legislativo adverso en su gobernación; a Leopoldo López intentando formar una red de otrora sediciosos de la plaza Altamira y a un Yon Goicoechea mover la obesidad que le proveyó el dinero del premio Milton Friedman.

Los chamos están en la escuela, la gente trabaja y yo, con el permiso de mi tiempo para la recreación, estoy a punto de salir a tostar un poco más mi piel en la playa después de envía este escrito a Aporrea.com.

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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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