La peligrosa metamorfósis imperialista

Aunque resulte inverosímil para algunas personas, la élite corporativa que rige Estados Unidos ha tenido siempre como una de sus metas más anheladas el dominio del mundo. Para lograrla, no ha escatimado recursos ni esfuerzos -sean diplomáticos, políticos, económicos, ideológicos y militares- tendentes a imponer sus intereses económicos y geopolíticos, por encima del derecho internacional, ahora amoldado a lo que sus regentes determinen como legítimo o apropiado para todas las naciones del planeta, independientemente de sus derechos y soberanía. Esta especial circunstancia es reforzada cada día, a tal punto que constituye una seria amenaza para la paz global, cosa que no podría abordarse de manera simple y aislada, especialmente cuando ésta ya ha provocado un ambiente generalizado de inestabilidad en las regiones de Oriente Medio y Europa del Este, lo que causaría un eventual enfrentamiento militar con Rusia y, algo no muy remoto, con China, cuya expansión el imperialismo gringo busca refrenar, previendo su declive inminente.

Pero, por otra parte, esta clase corporativa que se ha erigido como gendarme único a nivel global, gracias a las acciones imperialistas y neocolonialistas de Estados Unidos -luego de la implosión de la URSS- "ignora" que el sistema multilateral establecido, cuyas bases de sustentación son la Organización de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y otros organismos de corte similar, está haciendo aguas ante el empuje de potencias económicas emergentes como el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), cuyo PIB común excede los 15,5 billones de dólares. Algo que preocupa sobremanera a los estadounidenses y a los europeos, empeñados en mantener intacta su hegemonía geopolítica y capitalista. Esto no le impide, sin embargo, que se pretenda la aplicación de las leyes estadounidenses de manera extraterritorial, sea que se esté de acuerdo o no con ello, como sería el caso, por ejemplo, de la Ley contra el Tráfico de Droga Transnacional presentada en el Senado de Estados Unidos por la legisladora californiana demócrata Dianne Feinstein, con el apoyo del republicano por Iowa Chuck Grassley, la cual estaría dirigida, según afirman en su exposición, a conferir "a las fuerzas del orden las herramientas necesarias para reducir el volumen de droga que cruza nuestras fronteras", aparte de permitirles la persecución del crimen transnacional "para reducir el flujo de drogas ilegales que llegan a EE.UU. desde terceros países", con lo que se estaría vulnerando la soberanía de otras naciones, de un modo semejante a lo contemplado en la Ley Helms-Burton empleada contra Cuba. Tal cuestión, obviamente, podría desencadenar aún mayores conflictos en los que estarían envueltos Rusia y China defendiendo sus intereses, potencias militares y económicas contra las cuales el imperialismo gringo ha enfilado su estrategia de contención, tratando de evitar su expansión hacia territorios, como nuestra Abya Yala, donde éste ha ejercido su influencia de forma omnímoda, despótica e incuestionable.

Ante esta peligrosa metamorfosis imperialista -donde la soberanía de cualquier nación dependerá de la clasificación que ésta merezca de parte de los jerarcas de Washington, según sea la actitud de su gobierno y población respecto a los intereses y la hegemonía estadounidenses- otra debe ser la condición antiimperialista a asumir por los revolucionarios y por aquellos que defienden su derecho a la autodeterminación de los pueblos y a la preservación de su economía, integridad territorial e identidad cultural.

Ello implicaría asumir, en el caso particular de nuestra Abya Yala, la unidad continental como primera trinchera de lucha contra las pretensiones neo-imperialistas de Estados Unidos, sin que afloren posturas chovinistas de las cuales pueda aprovecharse la potencia del norte. Ser antiimperialista no se limitará, entonces, simplemente a proferir una disconformidad con los designios y las realidades de dominación creadas por los distintos gobiernos de Estados Unidos en diversas latitudes del planeta. Implica también cuestionar, desterrar y reemplazar la racionalidad "occidental" que justifica y le da forma a dichos designios y realidades imperialistas, dado que la misma -pretendiéndose universal, como lo establecieran los europeos, a partir de su Modernidad- niega con soberbia y somete al desprecio los universos (dotados de mayores expresiones humanistas) de los diversos pueblos que integran nuestra Abya Yala y el resto del planeta.-



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Homar Garcés


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