(AUDIO) ¡Regresará el Che, regresará Chávez, regresará la esperanza!

 

 Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
 
El 8 de octubre la humanidad se estremeció de dolor callado, había sufrido un duro golpe, como aquellos que decía Vallejo:
 
"Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé. Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... Yo no sé".
 
Uno de sus mejores hijos caía asesinado en los Andes. Lo contemplaron los indios taciturnos, masticaban en silencio las hojas de resignación, sin comprender, pero sintiendo que una parte de ellos también moría. En esa escuelita apartada se repetía la lección de siglos, nuevamente la esclavitud dentellaba la luz de la humanidad... Cristo era de nuevo crucificado. 
 
La roca rodó otra vez montaña abajo. Los débiles bailaron de alivio, terminó la presión por la Revolución que implica riesgo. Ahora todo podía quedar en retórica, suave oleaje que no pone en peligro la nave de los privilegios. Los que debían dirigir la marcha hacia el Sol, decretaron que había que aceptar la realidad, que no hay esperanzas, que el hombre es capitalista por naturaleza, que todo está decidido, que no es posible salir del capitalismo, que el camino que conduce al nuevo mundo, al hombre nuevo, se cerró definitivamente en la Higuera. Y voltearon el hocico hacia el amo buscando aprobación canina, abandonaron a los pueblos a la buena del azar. Así se fueron a dormir tranquilos, arropados con la indignidad. 
 
El 5 de marzo, la humanidad se estremeció de dolor, había sufrido un duro golpe, uno de sus mejores hijos, el llamado a romper la maldición del capitalismo, el que se elevó sobre su tiempo y en la madrugada desde la Montaña trajo la esperanza, caía en un combate sutil, pero cruel. 
 
El enemigo de la humanidad con maña lo asesinó. La historia se repetía, la luz de la humanidad sufría una nueva dentellada... Bolívar era de nuevo crucificado. 
 
La roca rodó de nuevo montaña abajo, los humildes lloraron y llevaron al altar humilde del rancho a los nuevos santos, que ahora acompañan sus anhelos junto a Cristo, Bolívar, el Negro Primero, Guaicaipuro. Las oligarquías cantaron himnos de alegría, los pusilánimes dieron marcha atrás y dejaron caer las banderas en el lodo. ¡Hay una crisis!, chillaron, y el grito justificó las manos arriba y la bandera blanca frente a un enemigo sorprendido por el regalo. Poco tiempo pasó y el desconcierto abrió las puertas a una nueva sumisión, el capitalismo volvió como retornan los verdugos cuando cesa el peligro. El olvido abrió camino a la desfachatez, la batalla quedó como un eco lejano de una era cuando se creía en un mundo mejor. 
 
Pero, la realidad es brutal, indómita, y el sueño de que la presa adore al depredador sigue sin cumplirse. El capitalismo, irremediablemente, por sobre la voluntad del descaro, crea miseria y parias, hambre y desconsuelo, instaura las condiciones para su propia destrucción; inevitablemente, forja a sus sepultureros. Y eso pasará más rápido de lo deseado por los entreguistas del legado. 
 
La masa que aprendió y sintió con el Comandante no se resigna a la frustración. No era esto lo prometido, no era lo material, un poco más de migajas del banquete, no era repetir lo mismo de hace cien años de reparto vil, de callar al humano, reducirlo a un infame estómago y a un consumo castrador. El Comandante nos convocó a un nuevo mundo, donde todos podamos vivir como hermanos, y no como lobos, nos convocó al Socialismo.
 
La masa espera por sus dirigentes para emprender el camino que se postergó el 8 de octubre y el 5 de marzo. Así estaremos seguros de que San Pedro Alejandrino no se repetirá... Regresará la Esperanza.


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