El barbero de Sevilla y Mario Silva, el barbero mayor: Hojilla nuestra de cada noche

Tengo muchos días guardando estas ganas de escribir. Antes, las barbas eran sinónimo de guerrilleros, hoy la revolución se afeita día a día y muestra una cara envidiable para cualquier comercial de prestobarba.

La oposición, esos pelos que nunca dejan de aparecer para ensuciar nuestro reflejo en el espejo, nada tienen que ver con las hermosas y despeinadas barbas de mi Che Guevara o mi Fidel, para nada evocan los olores verde olivo, que cosieron con hilos de furia nuestro espíritu rebelde a aquellas luchas en la sierra donde nacieron, como arbustos silvestres, las primeras victorias.

Una navaja incansable que a diario rasura a los cañones de la mentira, que brotan como un pus maloliente desde adentro del cuerpo de mi patria, intoxicada con un pasado detestable de sátrapas saqueadores, de desquiciados traidores que acechan y atacan a diario trajeados de mentiras y uniformados de mercenarios lacayos para atacar a la criatura que parimos, que tratan de asfixiar a la revolución bonita que amamanta el pueblo en el camino de su liberación.

De niño sabía que a los adultos les resultaba cansón sentarse en las sillas a esperar su turno en la barbería, leyendo revistas viejas o escuchando irrelevantes conversaciones y chismes, hasta tener el turno de sentarse en la butaca del barbero. Aun recuerdo que para aquietar la hiperkinesia infantil, había una butaquita para infantes con un pequeño busto de un unicornio (dirán que era una cabeza de caballo, que me importa), sobre el que mi infancia cabalgaba fantasías mientras sentía sobre mi cabeza el vibrante desplazamiento de la máquina de rasurar eléctrica que iba dejando caer mis cabellos al piso..

Los chismes entretenían a los adultos y como el fastidio es un mal que no afecta a la infancia, yo me entretenía siempre con cualquier cosa, como cualquier niño.

Estas evocaciones con perfume bretoniano, claro, pues la infancia es lo más próximo adonde llegó el surrealismo en su búsqueda de lo espontáneo, digo, que éstas emociones perdidas se me regresan a la memoria, cuando llego a casa y tengo un tiempo para encender el canal 8 y quedarme en la cama viendo los sarcasmos del barbero bolivariano, mientras rasura noticias y videos, quita apestosos pelos seniles, y hace quirurgias mediáticas para limpiarle la cara a la revolución.

Tengo muchos días guardando estas ganas de escribir sobre Mario Silva, no recuerdo si hice algún intento que seguro no me salió tan bien como debía y no llegó más allá de los correos recibidos por mis panas de Aporrrea. Frenado ante un muro donde hay un cartel que me dice: “vuelve a intentarlo, tú lo puedes hacer mejor”, en el silencio docente de esta escuela donde estudio el oficio de escritor.

Sólo para dejar mi testimonio, mi aplauso al barbero mayor, a Mario, el envalentonado y enorme barbero que pasa la máquina cero diariamente a Globovisión, a los palangristas, a los talanqueros y al “meeesmo” imperio, que en su conjunto son a diario esa sombra peluda, esos cañones de pus, hediondos de mentira que supuran desde el fondo diabólico de nuestra historia, para ensuciarnos la cara.

Todo barbero tiene sus mañas, eso ni me importa, lo importante es la buena mano, el estilo, para no llamarte estilista, Mario y correr riesgo alguno con mi verbo ante quienes no aprendieron a defender la diversidad sexual, pero luego de cada día de mi lucha, yo disfruto acostarme en la cama y ver como desde la poltrona de tu barbería, llenas de espuma blanca la cara de la “quinta” y con toda paciencia, con tu hojilla afiladita entre los dedos, como el más de los mejores barberos de Sevilla, vas haciendo caer la purulencia al piso y vas dejando “lisita” con tu afeitada, la cara de nuestra hermosa revolución: adelante camarada, cada día más del carajo, reciba estos aplausos que tenía pendiente hacerle leer. Una revolución bien rasurada de palangres, gracias a usted.


Patria, socialismo o muerte: Venceremos.

Raúl Bracho.

brachoraul@gmail.com


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Raúl Bracho


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