El culpable de siempre

En su absurda tarea de explicarle al mundo y a sus propios conciudadanos, por qué de la noche a la mañana sacaron a un Presidente de su cargo y lo dejaron en pijama en otro país, los golpistas hondureños apelaron a un argumento que ya resulta fastidioso: la injerencia de Chávez en sus asuntos. Y es verdad, tienen toda la razón. Al nuestro le falta una buena dosis de hipocresía, de modales diplomáticos, y se pasea campante por todas partes, dando discursos libertarios donde no hay sino explotación; condenando la miseria allá, donde sobra el hambre; criminalizando el imperialismo por querer arrebatarlo todo. Por supuesto que tiene toda la responsabilidad.

Es culpable de propasarse con la lengua y decir insensateces.

Mientras eran los Estados Unidos los dueños de nuestro destino, la injerencia era bienvenida. Era, como quien dice, un metichismo muy conveniente, una intromisión rentable, que daba caché y abría las puertas de Disney World. Seguro que los militares hondureños jamás vieron como un insulto que a sus países se les llamara repúblicas bananeras, cuando la del Norte las utilizaba como su finca particular.

Nadie abrió su boca para cuestionar que Panamá se convirtiera durante un siglo en una universidad de gorilas, ni tampoco en este continente alguien se había atrevido a defender el derecho de los pueblos a decidir su propio destino. El único que lo hizo, y aún sobrevive, fue condenado al ostracismo, al aislamiento y al boicot más criminal que conozca la historia de la humanidad. Al otro, simplemente, lo mataron.

Chávez tiene la culpa de todo lo malo que nos pasa. Él destapó esta olla podrida y por su irresponsabilidad descubri- mos racismo, donde antes creíamos que existía enorme tolerancia; sacó a relucir que la democracia representativa de la que tanto nos jactábamos, no era más que un vulgar reparto de poder entre unos pocos; que la tan mentada alternabilidad no era sino un simple paso del blanco al verde y viceversa, sin matices en el medio, como no fuera para levantar la mano en el Congreso y ayudar a constituir mayorías calificadas, adecuada- mente recompensadas, cuando era necesario.

Ahora sabemos por qué a la prensa se le conoce mundialmente como el cuarto poder, el oscuro, el que nadie designa, pero que destruye, impone y manipula a su exclusiva conveniencia, sin que nadie tenga derecho a que le digan la verdad. Desde que comenzó, craso error, Chávez la cogió a trompada limpia, a diestra y siniestra contra periodistas y medios que se le opusieran. Cometió ese tropiezo, los metió en un mismo saco y logró lo impensable: que los periodistas se aliaran a sus patronos y hoy tengamos la horrible prensa que padecemos.

Se le ocurrió también que la gente tenía que aprender a leer y a escribir, y los indios bolivianos y ecuatorianos cogieron la seña y ahí están, con par de comunistas gobernando.

Hablar tanto y de tantas cosas, subvertir el orden constituido, irrespetar la majestad del Imperio, ser irreverente contra las formas de dominación conocidas y aceptadas; pretender cambiar la composición social y recortar las brechas entre ricos y pobres, resulta desde todo punto de vista una intromisión. Ante todo esto, ¡cómo no comprender que los gorilas se rebelen!

Mlinar2004@yahoo.es


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Mariadela Linares


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