El muro infranqueable

Tenía previsto un artículo cuyo tema giraría en torno a algunas observaciones y críticas que a título personal me gustaría plantear sobre la proyectada reforma constitucional. Me había propuesto vaciar en este espacio, con la sinceridad de siempre, opiniones que tal vez no resultarían del todo agradables a los voceros del gobierno que la propulsan. Todo, con el ánimo de contribuir a fomentar y estimular una discusión que creí necesaria sobre un tema tan fundamental para la vida del país.

Pero me bastó leer algunas posiciones asumidas por líderes de la derecha y, más aun, escuchar voces que en un tiempo fueron cercanas pero de las que me separa hoy un abismo, para cambiar radicalmente de idea. No tengo la más mínima intención de aportarle argumentos a la canalla, a ese enjambre enceguecido de ira que cada día se radicaliza más y que se muestra incapaz de abrirle un resquicio a la tolerancia, para que se cuele por allí alguna mínima posibilidad de entendimiento.

No podrán jamás pagar los medios del odio el inmenso daño que le han hecho a buena parte de la población. Todos tenemos en nuestras familias, entre nuestras amistades, en el trabajo y adonde quiera que vayamos, numerosos ejemplos de una abrupta ruptura entre la razón y los sentimientos de muchos allegados que dejaron de pensar por sí mismos hace ya varios años y que hoy repiten como autómatas un mismo discurso enfermizo, cargado de resentimiento, pleno de instintos criminales.

Lo peor es que esa heterogénea masa de enfermos mentales está compuesta en su inmensa mayoría por personas de la clase media, que no han sufrido el más remoto daño en sus intereses personales; que jamás se interesaron por el país, tan preocupados que estaban siempre de satisfacer sus egoístas necesidades. Muchos de ellos son amas de casa que nunca se habían interesado en política; inmigrantes prósperos que han acumulado riquezas, pero para mandarlas a sus países de origen; hijitos de papá, mantenidos y bien alimentados, que sienten que están viviendo una aventura heroica.

En fin, si uno intentara hurgar un poco en su conciencia, se encontraría con un escandaloso vacío donde la palabra solidaridad se queda en caridad, y no pasa del ejercicio de estirar el brazo para dar una limosna que acalle las culpas.

En este país se produjo una masacre durante los años 60 y 70. Miles de jóvenes fueron torturados y asesinados. Conozco a muchas de las víctimas de aquellas luchas idealistas y nunca he oído en boca de ninguno de ellos las expresiones de iracundia y de sed de venganza (hartamente justificadas si fuera el caso) que escucho ahora de la vecina portuguesa o de la prima comerciante, que no han perdido nada en esta lucha, pero que viven con la piel erizada de rabia pura y el corazón ennegrecido de tantos malos sentimientos. Cuando aquí lanzaron a un Soto Rojas vivo desde un helicóptero o arrojaron al mar a Alberto Lovera, ellas estaban viendo telenovelas. Nada que se llamara país les importaba realmente.

Por eso precisamente es que sus chillidos histéricos no encontrarán nunca eco en este espacio mientras yo lo suscriba.

Al odio y a la sinrazón ni una mínima oportunidad.

mlinar2004@yahoo.es


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Mariadela Linares


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