¿Tendrá esto salida en medio de la espantosa ignorancia que se respira y propaga en las llamadas universidades autónomas?

La llamada "Civilización Occidental" "evoluciona", nadie sabe hacia dónde, y nosotros, los latinoamericanos nos vemos compelidos a seguir el curso conflictivo de su decadencia, en el kindergarten eterno de sus patrones. Cada vez que conseguimos acercarnos a ese mundo abstracto de sus filosofías y de sus ciencias, palpamos el abismo, el limbo espiritual y moral en que estamos metidos. Todo esa "Civilización" nos ha sido inoculada a sangre y fuego, nos llegó de sin buscarlo y ahora pareciéramos vivir condenados a sobrevivir de su manjar rancio y recalentado, que como decía Bolívar nos vive indigestando.

Para procurar entender el socialismo que buscamos, los eruditos y los académicos se enfrascan en mil debates, en mil disquisiciones sobre la terminología que envuelve la filosofía marxista (con sus consabidas interpretaciones estalinistas, leninistas o trotskistas), materialismo, idealismo o liberalismo. Millones de horas de discusión y búsquedas de libros, tratados y artículos; cataratas de saliva evaporadas en cada estragante disquisición sobre el punto. A la final, casi nada queda claro, y se vuelve al mismo ritornelo. Porque el socialismo es algo propio del mismo humanismo, no hay que procurar entenderlo sino sentirlo, descubrirlo en uno mismo. Con un poco de razón y con bastante amor se llega a él, y eso debe ser lo esencial. Pero decirle al pueblo que el no saber lo que es "praxis", "ideología", "práctica", "teoría", "lógica formal" o "dialéctica", le estará vedado su conocimiento, me parece exagerado, y también negativo. Pero antes de conocer todo este fárrago de conceptos e ideas es imprescindible saber a profundidad nuestra historia, y esto no se explica ni se plantea con claridad en ninguna escuela, liceo o universidad de Venezuela. Antes que enfrascarnos en el conocimiento del marxismo es imprescindible que conozcamos nuestra historia. He ahí gran parte del enredo o el embrollo actual, del trauma.

Nuestra ignorancia se hace abismal cada vez que profundizamos en la historia de nuestros pueblos, la cual no se puede entender sin meternos a estudiar la historia de Europa, sus tradiciones políticas, su filosofía, su literatura. Y he aquí donde se nos hiela el corazón.

Esto lo he sentido como nunca leyendo la obra de Indalecio Liévano Aguirre: "Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia[1]".

Don Indalecio fue un colombiano extraordinariamente culto, fino observador de nuestros problemas sociales, quien escribió, quizás, la mejor biografía del Libertador Simón Bolívar. Falleció don Indalecio en 1982.

En el análisis del libro que nos ocupa, nos va mostrando cómo se fue dando el lento y complejo proceso de la colonización; cuál fue el papel de la Iglesia; cuál era la concepción de Estado que entonces se tenía; sobre qué fundamentos filosóficos se sustentaba la moral de nuestros políticos. De entrada nos dice que España pudo realizar el descubrimiento y la exploración del Nuevo Mundo, gracias al sistema de "Capitulaciones", mediante el cual el Estado cedía a sus vasallos parte considerable de sus facultades políticas y jurisdiccionales, a cambio de ciertos beneficios.

Pronto se ve que estas concesiones condujeron a una rápida feudalización de América: fue el origen desbocado de la rapiña, de los robos, de los "rescates", el saqueo de templos y sepulturas.

Uno cae en la cuenta, de que cuanto hoy nos desquicia en la sociedad, como son las perturbaciones burocráticas horribles, secuestros, intrigas frenéticas entre los partidos y la desbordada corrupción política, fueron elementos que ya en los primeros diez años de la conquista se habían desparramado por nuestra América y causaban estragos en dondequiera que se plantara un español.

Además, estos crímenes debían ser justificados moral y espiritualmente, y fue cuando se echó mano de la "guerra justa" contra los infieles o paganos, heredada de la prolongada lucha de la Reconquista contra los Moros y Sarracenos. Entonces América se convirtió en un mercado de esclavos.

En 1528, Carlos V expidió la famosa Cédula del 9 de noviembre de 1528, prohibiendo la esclavitud de los aborígenes, Cédula que en verdad casi nunca se llegó a aplicar. La Corona tenía además que verse obligada a cumplir con la institucionalidad medieval de la encomienda, mediante la cual los indios debían prestar servicios gratuitos a los españoles. Este aberrante sistema condujo a una serie de luchas para defender a los indígenas, dirigida por el dominico Fray Bartolomé de Las Casas.

La rebelión de los encomenderos, por ejemplo, fue producto precisamente de la negativa de los primeros conquistadores de acogerse a las disposiciones de la Corona en relación con el trato brutal que se le daba al indígena. Y comenzamos a notar un fenómeno propio de nuestras repúblicas: para impedir que se cumplan las leyes los regidores optan por no reunirse con la debida regularidad a fin de dejar sin solución los problemas más apremiantes y crear penosas contrariedades a las autoridades del reino. He aquí otro de las bellas prendas que heredamos de la conquista y que se ven muy bien retratadas en nuestras asambleas municipales o consejos universitarios, en nuestros congresos.

Es aquí también cuando reaccionan los altos prelados de la Iglesia colocándose del lado de los encomenderos. Las protestas de don Bartolomé de Las Casas, fue incubando una densa y pavorosa guerra civil en la cual llevaría la peor parte los indígenas. Nos dice don Indalecio, que todo el poder de la riqueza, del prestigio y de las instituciones tradicionales: nobleza, el Alto Clero y los Cardenales españoles, apoyaban al famoso Juan Gines de Sepúlveda (quien había estructurado un monstruoso panfleto para dar legitimidad moral y política a la función criminal de los encomenderos) contra la posición de Las Casas.

Aunque a la final pareciera haber triunfado De Las Casas, lo cierto fue que el indígena nunca pudo desprenderse de esa condición miserable a la que lo habían sometido los primeros colonizadores: siguieron siendo incluso hasta el presente para los europeos, seres en "los cuales apenas encontramos vestigios de humanidad".

Qué lucha, para poderle trasmitir un poco de humanidad a una horda de carniceros, asesinos, ladrones y brutos que además contaban con el apoyo de poderosos sectores del clero y de la Corona. Por ello un hombre como José Martí reconoce el esfuerzo sobrehumano de este noble personaje don Bartolomé, y lo eleva a la condición del primer prócer de América.

Como ocurre con todos los genios de la humanidad, se le atribuyó al carácter de don Bartolomé el defecto de ser colérico y de que trataba ofensivamente a los poderosos. Y uno más bien ve en esto un carácter digno, verdaderamente cercano al Jesús que ama el humilde y que nos muestra los Evangelios.

Cuando llegaron a nuestra América funcionarios honestos y decididos a hacer cumplir las leyes que protegían al indio, se desató contra ellos una soterrada y pertinaz guerra. Volvemos a encontrarnos cómo los encomenderos y sus secuaces, utilizaban la parte más sagrada para degradar, ensuciar y destrozar la reputación de estos funcionarios: se apelaba a la injuria, a la calumnia más atroz, y claro se recurría a herir lo más íntimo: a la honorabilidad de la mujer, a los hijos. Manchar la reputación era lo primordial para convertirlos en blanco de los peores ataques y la Corona se viera en la obligación de relevarlo de sus cargos. Otra funesta prenda que heredamos de la conquista.

Los encomenderos ganaron aquella guerra y aún la siguen ganando. Así como se veía a los indios de ayer, aún así son vistos por la sociedad actual, pero en muchos casos, viene matizada su defensa y protección con la filantropía (hipocresía) del negocio político.

Lo menos que nos legó España fue el ejercicio del Derecho. Los cristianos que llegaban a nuestras tierras no querían ser pobres como lo mandaba el mesianismo que dominaba a toda la Edad Media; estaban sin duda fuertemente impregnados del veneno del oro. Ningún colonizador quería asumir el mandato de San Agustín que reclamaba: "Seamos pobres y entonces seremos saciados".

Pasa don Indalecio a explicar el grave problema de la Reforma y de la Contra-Reforma, que produjo el extraordinario fenómeno de las misiones jesuitas. Analiza con cuidado y profundidad la filosofía que se gesta a partir de Martín Lutero quien torna más dramática la dependencia espiritual del hombre y que lo ata al cuerpo material de la Iglesia. El pensamiento religioso sufre una escisión mortal y la mente del hombre busca otros asideros espirituales, donde el dinero viene a ser casi un sucedáneo inmortal.

Calvino dará realidad a los llamados Santos Visibles, que luego habrán de constituir la plaga de los burgueses. Los jesuitas intentan dotar a la Iglesia de una concepción moderna que supla la realidad práctica y fascinante que para los ricos adquiere la Reforma.

Cuando se declara a la usura como legítima, comienzan a levantarse los primeros pilares del llamado Estado Democrático, cuya estructura descansa sobre las teorías de Calvino y los filósofos ingleses como Locke en Inglaterra y Madison, en los Estados Unidos, y donde el fin esencial del Estado es proteger a los propietarios contra los desposeídos y, en manera alguna defender a los oprimidos contra los abusos de las clases acaudaladas. De aquí nacen las premisas del Estado burgués de Derecho. James Madison resumió ese Estado de Derecho en la siguiente frase: "El gobierno debe constituirse de manera que proteja a la minoría opulenta contra la mayoría... Poco afecto tengo a la majestad de la multitud y renuncio toda pretensión a su apoyo... ¡El pueblo! ¡El pueblo es una gran bestia!"- dijo Madison en su famoso discurso en la Convención Constituyente de Filadelfia.

La obra de don Indalecio debería ser de estudio obligatorio no sólo en nuestros liceos, sino en todas las universidades. Es a nuestro parecer, el trabajo más serio, más completo y a la vez más ameno que se ha escrito sobre la filosofía con la que se nos ultrajó, con la que se nos torturó y se nos estafó desde el Descubrimiento.


[1] Dos tomos, Tercer Mundo Editores, Bogotá, Colombia, 1989.

jrodri@ula.ve



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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