Guerra mediática en la frontera

De unos años para acá la frontera dejó de ser la vecindad de dos naciones hermanas, conformada por simpáticos espacios de gente buena y trabajadora. Atrás quedaron los años en que con nuestros padres íbamos a Cúcuta a equiparnos para el inicio del año escolar o los “estrenos de navidad”. Caminábamos horas mientras nos probábamos en medio del sopor, los zapatos Corona o Grulla, los overoles El Roble, los interiores Jockey, las medias Gef, y claro, acompañábamos con una gaseosa Hipinto la colación de La Araña de Oro. Siempre fue grato ir a comprar algo, degustar buena carne en el Portón Oriental y disfrutar un aguardiente escuchando a Garzón y Collazos, Lucho Ramírez o un paseaito de Los Corraleros de Majagual.

Pero un día, no se cuándo, las cosas comenzaron a cambiar. La frontera se fue llenando de mercaderes inescrupulosos, usureros, maleantes de toda pelambre ansiosos de expandir su negocio macabro. Así hicieron presencia mafias de condición desconocida, capitales infectados de delito, bandas criminales, paramilitares, traficantes, testaferros y vulgares contrabandistas transfigurados en empresarios exitosos.

Estos demoníacos ingredientes fueron generando un territorio del delito, una zona con inusual movilidad a la sombra de la noche, sometida a unos códigos y normas de exclusivo uso de los maleantes, con depósitos y estacionamientos encubiertos, empresas de fachada, sujetos de cualquier calaña custodiando a personajes de peor estampa, desangrando al país y acorralando al ciudadano común, a la gente de bien, mediante la amenaza, la extorsión y los más variados elementos del terror.

En medio de tales circunstancias, el gobierno venezolano, responsable por omisión y respeto de los convenios, de los niveles de deterioro de la legalidad en el sector y convencido de la inacción de su par del otro lado, tomó decisiones soberanas sobre la frontera y… Aaayyy! apareció un fenómeno que ya habíamos visto de lejos y sutilmente, “con salivita”, en nuestros hogares a través de la radio, la tele, los periódicos y las redes sociales: se desató la más palpable y vulgar guerra mediática. Desde ese momento y durante todos los días transcurridos tras el cierre de la frontera, hemos vivido en carne propia la condición básica de la guerra: la primera víctima es la verdad. Un auténtico enjambre de medios de comunicación tomó la línea fronteriza para asumir su condición de avanzada. Así, hemos tenido transmisiones “desde el sitio de los acontecimientos”, reportajes, protestas de utilería, visitas de notables, grabaciones y videos con planos y tomas de lástima, sesgados, editados, falsos, repetidos al infinito y un solo gran slogan, como corresponde al espectáculo mediático: somos los grandes defensores de los derechos humanos. Desde entonces, le tomaron ventaja al gobierno colombiano, le marcaron la pauta, le delinearon el discurso sin dejarle margen de maniobra ni ruta de escape: en adelante cualquier acuerdo será una traición.

Es el poder mediático en alianza perfecta con el poder económico, mostrando descarnadamente quién es el que manda. Son los perros de la guerra y su tenebroso negocio acechando desde los lentes, grabadores y plumas, para hacerle creer al hermano pueblo colombiano que si se firma el acuerdo de paz con la guerrilla el peligro no termina porque hay “enemigos peores”, que debe mantenerse el presupuesto de guerra, el pie de fuerza intacto y deben adquirirse más armamento y equipos de combate. Es la “novísima” diplomacia gringa pretendiendo fisuras entre pueblos hermanos, para debilitar las nuevas estructuras de integración y cooperación creadas a despecho suyo por estas naciones que han dicho basta y optaron por la independencia y la soberanía.


gusvillam@gmail.com



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