La generación vitrina

Que las redes sociales son una vitrina, lo sabemos desde hace más de una década y con cada red que aparece, más ventanas se le abren a nuestra vitrina personal. Creamos espacios multimediáticos en los que tenemos la oportunidad de difundir a millones de usuarios en apenas segundos, literalmente lo que nos dé la gana, aunque ese acto que pudiéramos considerar de rebeldía, suela desembocar en pocas horas en un monumental arrepentimiento y una fugaz eliminación de la cuenta por miedo a sepultar nuestra imagen pública.

Ni a los tuits ni a los estados de Facebook “se los lleva el viento”, y por más que los borremos, siempre dejan huellas.

Con la aparición de las redes sociales las formas de interacción ya no dependen del contacto directo y personal. Un enorme collage de culturas e ideologías entran en contacto a un paso vertiginoso, transitado por individuos cuya cohesión está dada por la trivialidad de la vida cotidiana o por la pugna de la vida política local o global, pues allí todo es pertinente, al igual que en la vieja plaza mayor.

Pero si el Twitter es la plaza pública, el Facebook es la sala de nuestra casa. En Twitter seguimos incluso a quienes adversamos, porque tenemos la oportunidad de hacerles mención y enfrentarlos directamente, sin que el mensaje se pierda en un sinfín de receptores desconcertados; allí no ponemos las fotos de nuestros hijos ni las de nuestras vacaciones, a menos que seamos pretendidas “twittstars” en busca de seguidores.

En Facebook interactuamos generalmente con gente que apreciamos y de alguna manera son parte de nuestras vidas y sin embargo desbordamos en nuestros muros una cantidad de insatisfacciones, odios y rencores, como si nuestra audiencia en ese espacio estuviera conformada por nuestros más acérrimos enemigos. Para esto nos valemos de “las puntas” que no son otra cosa que la costumbre de hacer comentarios irónicos o sarcásticos sobre alguien en voz alta. En las redes sociales todos los comentarios se hacen “en voz alta” porque son espacios de interacción pública o al menos generalmente involucran a varios participantes, por esta razón es el escenario ideal para lanzar puntas que muchas veces terminan desconcertando a todos quienes nos leen y generan preguntas como “¿con quién será eso?”, “Fulanita como que terminó con el novio porque le anda tirando puntas” y cosas por el estilo.

¿Por qué no utilizar el chat o los sms para hacerle el reclamo directamente a la persona en cuestión? ¿Por qué la predilección de las redes para enviar esos mensajes indirectos y capciosos?

Creo que tiene que ver con la naturaleza exhibicionista de las redes y con esta generación vitrina, tan influenciada por el reality y por el necio estereotipo de “socialité” que ha contagiado a usuarios de todas las edades.

Definitivamente nos gusta mostrarnos y en esa vitrina exponemos a nuestro auditorio nuestras virtudes, pero también nuestras miserias. Ya el amor no es una cosa de dos y todos decimos: “si me quieres, dímelo por Twitter”. Las declaraciones de amor dejaron de ser palabras para ser avatares o cambios de relaciones en FB porque… ¿de qué sirve un amor si no se exhibe? Pero también los desamores, las peleas, esas “puntas” que son caracteres envenenados directo al corazón, eso sí, como las ejecuciones en la plaza pública, a los ojos de todos.

Porque es la decadencia lo que “más vende”, también la vitrina tiene su lado oscuro, que exhibe nuestros resentimientos, nuestras envidias o peor aún, expresiones de racismo, clasismo, dogmatismo e intolerancias de todo tipo. Las redes sociales se han convertido en máquinas de ejecución al servicio de un público que desea saciar su sed morbosa. Basta con abrir una cuenta y darle uso para estar condenado a morir frente a todos, como en un espectáculo para la distracción de los filisteos.

Emulando a Francis Fukuyama, esta generación ha decretado el fin de la vida privada. Y es que las redes sociales, más que una herramienta, son la posibilidad de construirnos un lugar en el que siempre tenemos la palabra y en el que somos protagonistas indiscutibles. Una ventana indiscreta a la que siempre alguien mira, pero sobre todo en la que muchos mueren de impaciencia cuando nadie los mira.

 

*Profesora UBV-Comunicación Social

cathebaz@gmail.com



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