Redes Sociales, Tecnocracia y Periodismo en Decadencia

 

La evolución del periodismo en términos de difusión siempre ha ido de la mano con el avance tecnológico. Desde la imprenta hasta la internet, su alcance ha ido en vertiginosa escalada, lo cual ha generado que una parte significativa de la población global se haya apropiado de las nuevas tecnologías haciéndolas parte de su cotidianidad, transformando así de manera radical la forma en que interactúa con su entorno. Hoy día, las estas nuevas formas de acceso a la información han cambiado la manera de hacer periodismo tanto en sus procesos de investigación, manejo de fuentes, edición como de difusión.

El caso específico de las redes sociales como herramienta de intercambio de información, ha saltado del espacio originalmente recreativo para ser adoptado como medio de "interacción" con el público por parte de las empresas comunicacionales independientemente de su formato o soporte (digital, audiovisual, radioeléctrico, impreso). Su auge ha venido acompañado de toda una novedosa forma comunicacional que ha conllevado tanto a la adopción de nuevos códigos y modos lingüísticos, como al manejo de sofisticados dispositivos de navegación y dinámicas de interlocución: foros online, comunidades virtuales y otros espacios no físicos.

La popularidad de estos servicios de redes, más allá de ser notoria en el plano doméstico, es evidente en términos económicos. Facebook y Twitter son hoy día dos de las empresas más poderosas y rentables en el mercado mundial. Su crecimiento es cada vez mayor y la cotización de sus acciones en Wall Street es indicativo de ello. En Venezuela, son extremadamente populares y es así como lo reflejan las estadísticas (Facebook supera los 10 millones de usuarios). Un sector importante de la población hace uso con regularidad de las mismas, lo cual ha promovido que medios de comunicación locales, regionales y nacionales, hayan adoptado esta herramienta virtual para intercambiar y compartir contenido.

Esta plataforma digital permite al público no sólo recibir información, sino además tener la oportunidad de comentarla, personalizarla y compartirla de manera instantánea. El usuario se convierte en más que un mero receptor pasivo, teniendo la oportunidad de replicar, criticar, jerarquizar y reeditar la noticia. Esto resulta tremendamente valioso para los medios, pues convierte a su público en una especie de empleado tercerizado ad honoren que multiplica la información y además le otorga hábilmente al ciudadano común el "privilegio" de convertirse en "reportero" de calle, y a su vez, promotor del medio como marca.

Ahora, si bien sobran quienes se desparramen aludiendo las bondades de la incorporación de las redes sociales en el periodismo, por otro lado esta práctica parece estar marginando de manera progresiva, importantes fundamentos de este oficio. De manera inadvertida para algunos y con la complicidad de otros, esta "democratización" de los medios y la información parece haber tornado el escenario comunicacional en tierra de nadie, un entramado de rumores, chismes, distorsiones y suposiciones que poco a poco han ido diluyendo la ya poquísima y cuestionada credibilidad de los mass media.

Se está haciendo nefasta la frecuencia con la que observamos como distintos medios se han visto en la obligación de pedir disculpas por haber publicado información falsa aludiendo que tomaron como "fuente" las redes sociales. Ante este panorama vale entonces preguntarse: ¿Se ha degradado aún más el ejercicio del periodismo con la adopción de la redes sociales como herramienta? ¿Está privando la inmediatez y el entretenimiento por encima de la veracidad y corroboración de la fuente (bases del periodimso)?

Cabe acotar que no se pretende satanizar de manera infantil este inanimado recurso tecnológico per se, Se reconoce de antemano su significativo aporte como canal, la preocupación reside en el cuestionable uso dado en el procesamiento y tratamiento de la información en el ejercicio periodístico. El medio parece haberse convertido en una especie de centro de recepción y multiplicación de cuanto rumor surge en las redes. Asimismo, el periodista se ha minimizado a ser un simple moderador que construye, de manera artificial, irresponsable y poco ética, una matriz de opinión en base al conteo y balance de las opiniones emanadas por las redes. Se construyen conclusiones "contundentes", no como resultado de un trabajo de investigación meticuloso y prolijo propio del periodismo serio, sino en base a "trending topics" y "likes" presentados en pantalla. Basta ver como un periodista de CNÑ es capaz de sintetizar lo que para él es un sentir generalizado sobre cualquier tema de extrema sensibilidad y complejidad (Ej: Guerra Palestina-Israel, inmigración en EEUU, legalización de la marihuana en Uruguay, conflicto en Oriente Próximo, Ukrania, Venezuela) tomando como base las impresiones de cuatro o cinco personas vía Facebook. El periodista ahora es "capaz" de diagnosticar la realidad enrevesada de cualquier situación en un país que nunca ha pisado, tomando como referente un par de "tweets". Desde allí el interés sobre la forma cuestionable en que el periodismo ha venido incorporando estas redes. Hemos llegado al punto de cuestionar resultados electorales si no se compaginan con el balance hecho en "sondeos on-line" como si de estudios estadísticos de primera y termómetros sociales infalibles se tratase.

La anti-lógica deductiva aplicada por parte de estos periodistas de sospechosa ralea, es tan irrisoria como aberrada. Para ilustrar este disparate ejemplifiquemos de forma ficticia como opera:

Nos encontramos frente a una enmienda constitucional para despenalizar el aborto en un país de 30 millones de habitantes, La misma será sometida a votación libre y universal con una población de 18 millones de electores, de los cuales 12 millones de ellos tienen acceso a internet, 10 millones forma parte de una red social de los cuales un porcentaje menor la utiliza con regularidad. El tema es tratado en un programa de opinión por una cadena televisiva nacional conducido por un periodista que presenta como soporte para tomar el pulso de la opinión pública 10 twetts o comentarios, dos (2) a favor y ocho (8) en contra. Esto es suficiente para que construya lo que él considera como la "expresión generalizada de la población": un rotundo rechazo a la enmienda. ¿Y qué pasa con los 17.999.990 electores que no participaron vía redes sociales? ¿No existen? ¿Si el ciudadano no está en Facebook o Twitter no existe en términos de opinión pública? ¿Son los resultados de la redes sociales un método fiable e incluyente científicamente correcto para recoger el sentir generalizado? ¿Es estadísticamente serio? ¿son responsables estas conclusiones?

Observamos entonces como se establece una hegemonía comunicacional por medio del uso de plataformas tecnológicas, las cuales excluyen de manera simbólico-mediática del debate público, todo aquel sujeto no suscrito en las redes y se polariza cada tópico en posturas necesariamente opuestas. Lo más grave de ello es como se genera en el público falsas nociones cuantitativas sobre su realidad: ¿Somos más? ¿somos menos?

@Tecnocracia

Una sociedad tecnócrata se caracteriza por priorizar el conocimiento científico-técnico como centro para el ejercicio del poder. Se busca a través del conocimiento aplicado, el establecimiento de mecanismos políticos de operación y control, los técnicos crean un organismo espiritual y corpóreo que se expresa en el Estado. Foucault alude a ello como "biopolítica". Desde esta perspectiva, la tecnología juega un papel fundamental como elemento amoldador del sistema social. La masificación y uso de las técnicas establecen parte del sistema ideológico, cultural y económico. Como consecuencia de ello, se han generado también nuevos modos de colonización, discriminazión, dependencia, exclusión y desigualdad: mayores recursos tecnológicos = mayor poder.

En nuestra cotidianidad, dentro de un modelo marcado por el consumo de tecnología, esto se refleja de manera tangible en diversos aspectos de nuestras vidas, uno de ellos es el aspecto comunicacional. En medida que los mass media se van modernizando y dejando atrás los viejos soportes para irse digitalizando, la sociedad va incorporando estos nuevos mecanismos, pero en una sociedad marcada por la desigualdad en la distribución de la riqueza, la dependencia tecnológica y la precariedad en el acceso a los servicios, siempre queda un grueso de individuos en el rezago. Ejemplo de ello es el caso del continente africano, el cual sigue contando con menos teléfonos que Nueva York.

Este fenómeno genera una especie de invisibilización en los medios del ciudadano que no cuenta con los recursos tecnológicos o los conocimientos técnicos para el manejo de los mismos. Paradojicamente, tenemos un modelo emergente en que los periodistas y moderadores recopilan información y constituyen sus "estudios" en base a ese porcentaje de individuos que participan a través de las redes sociales. Esto, sin duda, carece de la más mínima rigurosidad metodológica científica e investigativa, lo cual es parte fundamental de la labor periodística. Hoy vemos como cualquier programa noticioso adelanta juicios de valor sobre diversos temas en base a las apreciaciones (casi siempre muy pobres en argumento) de sus seguidores o "followers", desestimando sistemáticamente a todo aquel que no cuente con los medios para ingresar o el interés de participar en sus falsos, direccionados y tendenciosos "sondeos de opinión".

A pesar de sus bondades, estas formas de "interacción" tan ensalzadas por los vendedores del periodismo 2.0 de los grandes medios, lejos de coadyuvar a la verdadera inclusión de los sectores históricamente aislados en términos informativos, ha tecnocratizado y mercadeado el valor de la opinión pública, reduciéndola a espacios virtuales que en algunas sociedades están a la mano de los sectores urbanos más favorecidos en términos económicos, tecnológicos y de servicios.

Asimismo, la incorporación de espacios abiertos para el comentario por parte del lector al pie del texto noticioso, ha servido la mayoría de las veces como una especie de cenáculo para el insulto, en el que emergen comentaristas anónimos que trasbocan las más bajas expresiones de la condición humana. Abundan los comentarios cargados de connotaciones racistas, machistas, xenofóbicas, clasistas y homofóbicas. La "participación" se convierte en un denigrante espacio de difamación y humillación que poco contribuye en el análisis del hecho noticioso, a la crítica plausible, la revisión del tratamiento periodístico o contextualización y enriquecimiento de la información. En Venezuela, basta con revisar la sección de comentarios en cualquier portal web noticioso para ilustrar este argumento. Parte de esta "interacción" y "democratización" degeneró en un ejercicio catártico de improperios, muchas veces bajo la figura del anonimato. Práctica condenada por las leyes y códigos éticos que legislan el periodismo en el país.

Algunos malintencionados podrían de hecho deslizar la idea de que estos espacios de "participación", lejos de tener como propósito recoger la opinión del público y enriquecer el contenido, sirven como simple contabilizador de visitas, registro que será usado posteriormente como estrategia de venta por parte del departamento de marketing y publicidad del medio. Las redes se convierten en campo de competencia comercial donde privan los números por encima de cualquier otra cosa. Que lo digan las compañias vendedoras de "likes".

Sería valido pensar entonces, que así como los medios utilizan las redes como plataforma publicitaria, éstas también pueden ser utilizadas por parte de corporaciones y oligopolios trasnacionales como vehículo para influir sobre temas de interés público regional o global, a favor de su propia agenda y sus propios intereses económicos. El poder ejercido a través de la tecnología.

Igualmente, es pertinente preguntarse sobre este proceso de "universalización" de la tecnología: ¿Es el acceso a las tecnologías un hecho positivizado per se? ¿Conlleva la incorporación de las redes al periodismo a una homogenización direccionada de la opinión pública? ¿Qué modelo político-social se promueve desde este nuevo esquema comunicacional?

#Decadencia

El perfeccionamiento de los medios de comunicación está basado en el cambio o articulación entre un sentido y otro. Esto implica un rápido reenfoque de toda la experiencia sensorial anterior. Toda modificación en los medios produce una cadena de revolucionarias consecuencias en todos los niveles de la cultura, su política y producción de conocimiento. Debido a la complejidad de este proceso, su predicción y control son difíciles.

En el caso del periodismo, no existe una sintonía inherente entre el avance tecnológico y la meticulosidad en el tratamiento informativo. La adecuación siempre pasa por un proceso previo de experimentación social que poco a poco va sentando y afinando mecanismos de funcionamiento entre medio y mensaje en busca de una mayor "calidad" en el proceso informativo. Ciertamente, hablar de calidad periodística es un terreno minado de subjetividad, pero más allá de las distintas perspectivas ideológicas que puedan adoptarse para abordar el asunto, deben aislarse a efectos de su estudio, algunos fundamentos que por muy debatibles que resulten, son compartidos por la mayoría de las miradas en relación a este oficio. Más allá de la discusión sobre el proceso de formación o instrucción del periodista, la función de los mass media y el fetiche de la "objetividad", existen principios ontológicos que marcan las más esenciales bases de esta labor: El periodismo debe ser honesto y pertinente, así como conllevar aspectos investigativos, informativos, formativos y recreativos.

El periodismo entonces, debería concentrar siempre sus recursos en el punto de mayor admisión y profundización de la información. Pero, ¿Cómo ha afectado actualmente el uso de las redes sociales la obtención, procesamiento, tratamiento y divulgación de los datos?; por otra parte, ¿Hasta qué punto su actual manejo está aportando a favor de un debate más crítico, democrático, inteligente y consciente en nuestra sociedad?

El término "decadencia" pudiese resultar rudo y hasta apocalíptico para algunos, pero la crisis histórica de este oficio da cabida al vocablo. La monopolización de los medios por parte de los grandes grupos de poder económico global, marcaron desde hace mucho una hoja de ruta sospechosa en el manejo de la información por parte de las grandes empresas comunicacionales. Esto ha generando un modelo editorial y de negocios inescrupuloso.

Sumado a las ya reconocidas falencias del periodismo actual, la manera compulsiva como se han ido incorporando las redes sociales en muchos medios, no ha dejado un saldo necesariamente positivo. Esta perspectiva de "el medio por encima del mensaje" y "la inmediatez por encima de la veracidad", no parece haber mejorado su ya demacrada faz. Cuando la promoción del medio y sus características imperan sobre las cualidades y relevancia del contenido, el mensaje es mutilado morfológica y semióticamente para adaptarse a los requerimientos de dicho medio. Si bien la información siempre adecua su formato y códigos discursivos en función de las características del canal, es imperativo conservar la integridad de los elementos que conforman el mensaje. La intención es no despojarlo de aquellos elementos que enriquecen y complementan ese retrato de la realidad que se pretende reflejar. Si el tratamiento periodístico se configura exclusivamente en base a los requerimientos del medio, la integridad de la información es marginada a un segundo plano perdiendo sustancia. No es posible recoger el espíritu de toda noticia en 140 caracteres o un "muro", sin dejar por fuera parte de su complejidad y contexto.

Irónicamente, esta hiper-sintetización y producción periodística en serie, deriva en una mayor desinformación en el público. Aunque el receptor es ahora recipiente de mayor contenido, poca información es sometida a un seguimiento y tratamiento extensivo. A pesar de ello, establece una falsa noción de criterio "profundo" y "propiedad" en torno a los hechos. Lo cierto es que su criterio es tan profundo y amplio como las pulgadas de la pantalla de su dispositivo. En pocas palabras: la gente tiene menor información real pero especula más.

Con la llegada de las redes sociales, el tema de la libertad de expresión ha retomado relieve. Ante una legislación ambigua y poca discusión seria sobre su uso en prensa, se han generado versiones distorsionadas respecto a lo que el ciudadano común entiende como "libertad de expresión". Estas distorsiones están afectadas por las estrategias publicitarias de las grandes empresas prestadoras de este servicio, pues homologan el uso de la red con la mismísima libertad de expresión, es decir, el uso per se de la red es, desde esta visión reduccionista, el ejercicio más emblemático y sublime de la libertad de expresión.

Una vez reducido el concepto de libertad de expresión a la propagación indiscriminada de ideas vía red, no es descabellado encontrar que la sociedad asuma cualquier modo de regulación como una flagrante coerción sobre sus "derechos" universales más fundamentales. En medio de esta nueva supra-libertad digital de inminente carácter individual por encima de lo colectivo, el sujeto internaliza la difamación, especulación, intolerancia, sectarismo y llamado a la violencia como un derecho sin implicar responsabilidades ulteriores de ningún tipo. En el caso venezolano, el artículo 57 de la Constitución contempla lo siguiente: […] Quien haga uso de este derecho asume plena responsabilidad por todo lo expresado. No se permite el anonimato, ni la propaganda de guerra, ni los mensajes discriminatorios, ni los que promuevan la intolerancia religiosa […]

Encontramos entonces una total yuxtaposición e incongruencia entre esta nueva libertad de expresión direccionada desde las corporaciones y lo que se supone debería ser su sustento orgánico: responsabilidad, libertad y diversidad de pensamiento.

Preocupa también como progresivamente se desdibuja la figura del periodista. Si bien toda persona está en la libertad de expresarse y compartir información, esto no significa que esté en capacidad de hacer un tratamiento periodístico de las informaciones. En medida que el periodista se va desplazando como primer recolector, analista e intérprete de la información para convertirse en un mero facilitador de espacios virtuales, se expropia al periodismo de aspectos teóricos y éticos imprescindibles. El periodismo se reduce a un oficio netamente técnico, desestimando su complejidad e impacto social.

Otra práctica frecuente actualmente, es la forma deleznable como estos "periodistas" de la nueva era, lavan sus manos y las del medio de toda responsabilidad y compromiso con la veracidad por medio de la adopción de muletillas cada vez más populares como: "Este medio no ha podido corroborar la información de primera mano". Estos absurdos pie de página acuñados justo después de haber presentado una serie de datos recogidos desde las redes sociales, son negatorios del periodismo en sí.

La información, corroborada o no, servirá de manera instantánea para la elucubración y valoración prematura por parte de los receptores sobre los acontecimientos. Es sabido el rol de los medios como tribunales extra-estatales implacables de los cuales nunca se sale absuelto, pues si bien posteriormente puede desmentirse la información difuminada y dispersa en base a la cual se dictaminó sentencia pública, no es posible revertir la condena mediática. Las redes sociales se han convertido en un larguísimo y compulsivo brazo ejecutor y lamentablemente, en términos de medios, la verdad no siempre tiene efecto retroactivo.

En un entorno virtual saturado de píldoras informativas, la manipulación de títulos ruidosos o sensacionalistas es otra metodología que se está haciendo tristemente cada vez más habitual. La necesidad de sobresalir en esta nueva guerra de tabloides digitales, apela a formas truculentas de titulación que generan una falsa expectativa en el usuario, pues una vez revisado el contenido del cuerpo noticioso, no se encuentra una relación conexa entre las características y relevancia del hecho y su rimbombante presentación. Ahora bien, este ardid es descubierto casi siempre después de haber compartido la publicación, generar un impacto fraudulento en la opinión pública y haber engordado el conteo de visitas al portal web. Algo muy valioso a efectos de mercadotecnia para el medio-empresa.

Todo acontecimiento se desarrolla en un contexto. Su valor noticioso será determinado por la relación entre hecho y repercusión social y será sometido a la opinión a través de los medios, la cual puede provenir del experto, la autoridad y el ciudadano común directamente afectado. Es función del periodismo ponderar y contrastar las mismas para nutrir el criterio del público manteniendo la articulación equilibrada hecho-opinión-fuente. Contrario a este principio, observamos como el periodismo en su afán de promover el uso de las redes sociales, no sólo ha reubicado la opinión como epicentro periodístico independientemente de su género, sino que además ha desestimado la ponderación de las opiniones y su tratamiento. Es común observar la opinión de personas sin ningún tipo de conocimiento, valorada y difundida como si de un experto se tratase, especialmente si goza de notoriedad pública, la cual busca ser trasladada al medio y a la red como marcas comerciales, a su vez, el opinador obtiene cobertura=publicidad. Una relación ganar-ganar en la que el único perdedor es el público, quien recibe como insumo para la construcción de criterio e interpretación de los hechos, la opinión en primera plana de Diosa Canales sobre las políticas públicas del Estado.

Ante un periodismo construido sobre la base del rumor, haciendo tratamiento periodístico propio de la farándula, no queda más que cuestionarse el rumbo de las redes sociales y el papel que está jugando en el mismo y emprender sobre todos los espacios posibles una reflexión pública que pudiese empezar por preguntarse: ¿se está realmente utilizando las redes sociales para abrir espacios de participación para el ciudadano-comunicador en búsqueda de una introspección social cada vez mas profunda, precisa, balanceada, veraz y pertinente alejada lo más posible de la intervención y direccionamiento de los sectores más poderosos?, y esta realidad ¿fomenta la construcción de un criterio más agudo y complejo que evite las respuestas sencillas y promueva el debate sobre las mismas estructuras ideológicas sobre las cuales se sustenta hoy día el periodismo?, ¿potencia esta práctica la incertidumbre, madre de toda evolución cultural, o por el contario consolida la falsa certidumbre?, ¿a qué nuevas "libertades" tributan las redes?



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