Entrevista a Gilbert Achcar: “La falta de ayuda al pueblo sirio es un crimen”

Jean Pierre Perrin: ¿Porqué los países occidentales se niegan a entregar armas a la insurrección, a pesar de la gravedad de la situación en Siria?

Gilbert Achcar: A causa del veto de los Estados Unidos, que no quieren que el régimen sirio sea derrocado por la insurrección, sino que prefieren una solución negociada. Lo que quieren es una democratización con una continuidad del estado. Es una consecuencia de las lecciones mal digeridas de Irak. Se ha visto el mismo proceso impuesto en Yemen, de ahí ese sentimiento de frustración de los insurrectos. En Libia, aunque una intervención militar ha permitido salvar Bengasi, se ha hecho a una cadencia reducida, con los bombardeos sirviendo sobre todo para presionar a Gadafi para que cediera el poder a su hijo Saif al-Islam, en vistas de un proceso de democratización controlada. En Siria, el emisario de la ONU, Lakhdar Brahimi, que “trabaja” para Washington, e incluso su predecesor, Kofi Annan, se inscriben en esta línea de privilegiar las “soluciones negociadas”. Pero todos se enfrentan a la obstinación del presidente, Bachar al -Assad, que, con el apoyo de Moscú y de Pekín, sigue pensando que va a ganar, especialmente porque los insurrectos no han gozado hasta ahora de una ayuda en armamento que les permitiera neutralizar la superioridad militar del régimen.

Sin embargo el jefe de la Coalición Nacional, Moaz al-Khatib, se ha pronunciado por negociaciones con el régimen….

Creía que era el precio a pagar para lograr una ayuda sustancial de los países occidentales, en primer lugar un cambio de actitud de Washington. Ha hecho las declaraciones que se esperaban de él, pero éstas no han tenido consecuencias. En realidad, los representantes exteriores del levantamiento –anteriormente el Consejo Nacional Sirio, luego la Coalición Nacional– han gozado del apoyo de los insurrectos del interior del país debido a la esperanza de que esas formas de representación, exigidas por las potencias occidentales y las monarquías del Golfo, iban a obtener un apoyo masivo de Occidente. Sin embargo, hasta ahora no ha ocurrido nada de eso. En Siria, se comete un crimen contra la humanidad y las potencias occidentales tienen en ello una gran parte de responsabilidad. La no asistencia a un pueblo en peligro es un crimen. Ciertamente, una intervención militar directa en Siria, como en Libia, habría sido una catástrofe, pero no se trata de eso. Negando entregas substanciales de armas a la insurrección bajo diversos pretextos, se la priva de la posibilidad de defenderse con armas iguales.

Desde hace dos años, no es una guerra entre dos campos que tienen medios comparables, sino una masacre sistemática de la población por fuerzas armadas que tienen medios ampliamente superiores a los de los grupos locales, que actúan sin verdadera centralización y no disponen, básicamente, más que de armamento ligero. Por esta actitud, los estados occidentales llegarán a resultados contrarios a sus objetivos confesados: no dar los medios de defenderse a la insurrección popular –en la que los comités locales de coordinación han encarnado y encarnan aún, a pesar de todo, una insurrección democrática y laica– es permitir progresar a los grupos islámicos más fanáticos, debido a que los círculos wahabitas saudíes les envían fondos y armas. Esta actitud criminal suscita un resentimiento contra Occidente, dando la impresión de que deja que Siria se destruya para favorecer a Israel.

¿Qué se puede esperar?

El régimen no ha dejado de perder terreno desde hace más de un año, a pesar de contraofensivas victoriosas por momentos. Por más que tenga cuerpos de élite, estos están siendo ganados por el agotamiento. Los insurrectos, por su parte, comienzan a mejorar sus medios gracias a las recientes entregas de armas ofrecidas por las monarquías del Golfo, pero sobre todo por su toma de control de las bases militares del régimen. Por tanto, a medio plazo, se puede estimar que el régimen está condenado. Cuanto más se confirme esto, más se podrá esperar que una parte del aparato militar, en interés de la comunidad alauita, derroque al clan Assad y organice conjuntamente con los representantes del levantamiento el traspaso de poderes a un gobierno democráticamente elegido. Esta sería la alternativa menos costosa. Pero no puede realizarse más que si las fuerzas lealistas toman conciencia de que su derrota es inevitable a corto o medio plazo. Sin embargo, igual que su jefe, conservan aún la ilusión de que van a ganar, a causa del apoyo que reciben del exterior. Cuando un cuerpo de ejército privilegiado, que goza de un importante apoyo material y financiero, tiene la impresión de luchar con la espalda contra la pared, la guerra puede durar años.

¿Porqué esta diferencia entre los levantamientos tunecino, egipcio y sirio?

Desde Hafez al-Assad, el aparato de estado ha sido completamente reorganizado de tal forma que se creara un lazo orgánico entre el régimen –que utiliza la carta alauita [menos del 10% de la población] como baza de su poder– y las fuerzas armadas, núcleo duro del estado. A diferencia de Túnez y de Egipto donde el núcleo duro se ha desolidarizado rápidamente de los autócratas, en Siria no ha habido proceso pacífico porque la solidaridad con la dinastía reinante es mucho más fuerte. El levantamiento sirio se ha visto ante la elección de derrocar al régimen o dejarse aplastar; armarse no ha sido pues un error. En el momento presente, el pueblo está en un aislamiento trágico.

¿Los levantamientos en los demás países árabes tienen una trama común?

Sí, ciertas modalidades de la explosión son idénticas. No se las puede reducir a luchas por la democracia so pena de ser reductor. El aspecto social en ellas está muy presente. En Túnez, antes de la consigna de “¡El pueblo quiere la caída del régimen!”, se oía: “¡El empleo es un derecho, banda de ladrones!” Pues el mundo árabe tiene los récords mundiales de paro desde hace decenas de años, a pesar de tener recursos considerables. ¿La razón? El tipo particular de desarrollo capitalista que se ha puesto en pie. Según las recetas neoliberales, impuestas desde hace cuarenta años, se supone que el sector privado es el motor del desarrollo en lugar de y sustituyendo al sector público. Sin embargo, el capitalismo privado del mundo árabe, orientado en gran parte hacia la especulación y el beneficio a corto plazo, no ha compensado la retirada del estado. De ahí un bloqueo del crecimiento, cuyas dramáticas consecuencias sociales (pobreza, desigualdades, precariedad, paro) se han agravado desde los años 1970 bajo el efecto del despotismo político y del nepotismo que los regímenes mantienen como modo de gobierno. Solo faltaba, sin que sea un mal juego de palabras dada la inmolación del joven Bouazizi, una chispa para que todo estallara. Mirando esos datos, se comprende porqué lo que se ha desencadenado no está dispuesto a detenerse. Hablo así de “proceso revolucionario a largo plazo”. El déspota no era el único objetivo. El proceso no alcanzará algún tipo de estabilización más que tras un cierto número de años. A falta de gobiernos con perspectivas radicalmente diferentes sobre las cuestiones sociales y económicas, la región persistirá en este proceso revolucionario con sus avances y retrocesos, como toda revolución.

Estas revoluciones ignoran las buenas costumbres, ignoran la necesidad de un cierto carácter mixto…

Al comienzo de las movilizaciones de la plaza Tahrir, en El Cairo, las concentraciones eran mixtas sin acoso sexual, o mucho menos de lo que habría podido esperarse. Luego, se han visto cada vez más agresiones, incluyendo las violaciones. Pero no olvidemos que la revolución en curso se hace tras tres decenios de reacción política y cultural, con un régimen que jugaba con el islam a fondo para contrarrestar la radicalización social. Han dejado así que las universidades se islamizaran para enfrentarse a la izquierda estudiantil. Esos gobiernos han utilizado el orden moral e islámico, dejando a los religiosos intervenir a su gusto en los terrenos sociales y culturales, a fin de ahogar la protesta.

Y, hoy, los partidos de inspiración religiosa triunfan…

Podría ser su canto del cisne. Recogen lo que han sembrado durante años, pero son frutos envenenados. Pues no aportan ninguna solución. En Egipto, Mohamed Morsi, es como Mubarak con versículos del Corán en los discursos. La oposición tiene razón en subrayar que hay más continuidad que discontinuidad entre Morsi y Mubarak. No estoy desesperado por su victoria pues no esperaba nada diferente. ¿Las razones? Apoyo televisivo de Al-Jazira, apoyo financiero de Qatar, oposición laica y de izquierdas más bien débil. Lo llamativo no son sus victorias en Egipto y en Túnez, sino unos resultados tan mediocres. En Egipto, bajo Sadat y Mubarak, los Hermanos Musulmanes habían estado tolerados y habían podido construir una imponente máquina organizativa, de la cual provienen sus primeros éxitos electorales. Pero, desde las elecciones parlamentarias a las presidenciales hemos visto que sus resultados se hundían. Su arrogancia ha contribuido a que un sector creciente de la población les rechace. Así, Mohamed Morsi, elegido por poco margen en la segunda vuelta, gracias a los votos de sus competidores opuestos a los militares, no ha tenido en cuenta esta realidad. Igualmente en el caso de Ennahda en Túnez, que se comporta como si hubiera dirigido la revolución cuando no ha hecho sino sumarse a ella. Esos partidos, con su comportamiento, aceleran su propio rechazo. Queda por ver si la oposición de izquierdas logrará construir una alternativa creíble, planteando las reivindicaciones sociales.



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