Las dos Chiles

La primera vez que visite Chile fue en el 2005.

Cuando le pedí al taxista que por favor me llevara a conocer Santiago, sin pensarlo, me llevó directamente a las zonas lindas, pero yo quería conocer el Santiago profundo, el Santiago real y cotidiano, el de la gente trabajadora, no el de las zonas bonitas de gente bonita y casas bonitas, o como decía Víctor Jara, el de las casitas del Barrio Alto.

Medio sorprendido pero un tanto más cómodo y abierto a conversar, el Sr. taxista me llevo a las barriadas santiagueñas siempre olvidadas y nunca promocionadas.

Incluso y a pesar de ser el uno de ellos, me alertó del riesgo que corría bajándome a tomar fotos en esas “zonas peligrosas”. Por supuesto, nada pasó, tomé mis fotos, conversé con la gente y ya luego comiendo con el taxista unas empanadas en el mercado, hablamos de las diferencias sociales enormes que siguen partiendo a Chile en dos y que hoy se dejaron ver claramente con la desgracia del terremoto.

Cuando a mediados de los ochentas las dictaduras dejaron de ser rentables y necesarias para el imperio y comenzaron a maquillar de “democracias” el continente, el dictador chileno se resistió a dejar el poder (años más tarde le pasarían factura por esta imprudencia) y los hacedores de destinos ajenos tuvieron que trazar una nueva estrategia: negociar la salida del monstruo que ellos habían apoyado y financiado y decidieron crear la imagen de prosperidad y progreso del país. Sin bases sostenibles pero con mucha publicidad, hicieron de Chile un país de plástico, autos nuevos, cadenas de hipermercados y jóvenes ejecutivos de corbatas y vendieron por el mundo la imagen ejemplar de ese Chile de fantasía.

Ese “concepto de país” recorrió el planeta y la gente que cree lo que le dicen no tardó en “reconocer a Chile como un país casi de primer mundo”. Es tan fuerte esa imagen que crearon, que la mitad de los chilenos están convencidos que la dictadura fue progreso.

Pero la realidad es otra, el país sufre de más pobreza que la que escondieron los estadistas y publicistas y hay que recorrer sus barrios marginales o adentrarse en su interior para verla.

Y esa pobreza salió a la luz con el terremoto, así como salieron las deficiencias típicas de un estado que gobierna para las minorías privilegiadas dueñas del sistema y del mercado.

Quedaron al descubierto las distancias enormes entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco o nada. Y de nuevo, estos muchos salieron a las calles a reclamar por justicia social, aunque el argumento fuera otro y pidieran que los ayudaran con las necesidades básicas en medio de la tragedia que les había quitado lo poquísimo que tenían.

Y como siempre, la asistencia tardó y tardará en llegar a ellos.

Lo que siempre acude de inmediato es la represión militar para defender los intereses de los grupos capitalistas en “peligro” y las calles se volvieron a llenar de soldados como hace cuarenta años.

Como dato curioso en esta desgracia chilena está el “teletón” organizado para recaudar ayuda y como siempre conducido por ese personaje que se hizo rico burlándose de los demás y jugando con los sentimientos de las personas. Entre el público, según leí, se encontraba nada más y nada menos que el nuevo presidente de Chile y me pregunto: que pensaría el Sr. Piñera de ese esfuerzo de la gente y empresas en recaudar dinero cuando el acaba de vender sus acciones en LAN por más de mil millones de dólares? Que siga el circo, que a la gente le gusta.

Mientras tanto y en medio de esta desgracia que cobró tantas vidas y que costará años en reconstruir ciudades enteras, espero que esa fuerza solidaria que sacó a los pobres a reclamar sus derechos siga organizándose y creciendo.

Y que se pierda el miedo.




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