Las lecciones del golpe en Honduras

La pulseada entre las fuerzas de derecha de Honduras, que promovieron el golpe de Estado, y las fuerzas democráticas de ese país, ponen al desnudo el verdadero enfrentamiento político y social que se desarrolla en todo el continente.

El recurso del golpe de Estado para restablecer los privilegios de las oligarquías, no es, como muchos han pronosticado, una herramienta del pasado. Sigue siendo el recurso extremo de las elites que han detentado siempre el poder, para no perder sus privilegios.

A veces se sostienen y otras tienen que ceder, pero es una herramienta que la oligarquía no ha desechado. Sólo en los últimos 7 años podemos contar en la región con tres intentos o golpes concretados y al menos un fraude manifiesto. Primero, el golpe de Estado contra Hugo Chávez en abril de 2002 que gracias a la movilización popular y a la reacción de amplios sectores de las fuerzas armadas comprometidas con el cambio, sólo duró 36 horas. Después, en enero de 2004, el presidente de Haití, Bertrand Aristide fue detenido y expulsado del país por tropas norteamericanas, después que los sectores de derecha habían armado un ejército invasor en la República Dominicana y avanzaba sobre Puerto Príncipe. En tercer lugar, la amenaza de un magnicidio y golpe de Estado ha estado presente en Bolivia con los planes separatistas, incluida la masacre de campesinos en Pando, y también está latente en Venezuela.

En México, Felipe Calderón llegó a la presidencia en elecciones fraudulentas en el 2006 y esa “victoria” fue anunciada como el cambio de la tendencia de gobiernos izquierdistas en la región.

En otras regiones las oligarquías locales también han recurrido a golpes de Estado, militares o con supuestos respaldo de acciones legales, para destituir gobierno. En los últimos dos años se han consolidado golpes de Estado derechistas en Tailandia, Mauritania y Madagascar, por citar solo tres casos.

La debilidad del poder unipolar norteamericano en el mundo se refleja también en que ya no controla automáticamente a los monstruos que creó durantes décadas. Pasó en Chile, cuando el dictador Augusto Pinochet no les fue rentable, trabajaron por su sustitución y enfrentaron la resistencia del dictador.

En los últimos años en Latinoamérica las organizaciones sociales y los partidos de izquierda han logrado acceder a ciertas cuotas de poder o de gobierno en varios países. El sociólogo brasileño Emir Sader definió esta situación como la creación de estados post neoliberales que todavía siguen lejos del socialismo.

En ese panorama hay procesos más avanzados que otros, como por ejemplo en Cuba y Venezuela. También procesos con relativo avance en Bolivia y Ecuador, y otros gobiernos que buscan salir de los modelos neoliberales heredados como en Brasil, Uruguay, Argentina y en el último año, Honduras. Todos estos procesos deben enfrentar una feroz resistencia de sus oligarquías que controlan los medios de comunicación y gran parte del aparato productivo.

En Argentina, la derecha local ha crecido en torno a la resistencia del agro a las retenciones móviles a la exportación de soja que llevaron en el 2008 a una grave crisis en el país, y que posibilitó el triunfo electoral de ese sector en las elecciones legislativas parciales del pasado domingo. Una victoria electoral que amenaza la presidencia de ese país que deberá renovarse en 2011.

Al mismo tiempo, la derecha amenaza acceder a la presidencia en Chile en las presidenciales del 11 de diciembre próximo y e incluso torcer el rumbo de Brasil con una derrota del PT de Lula en las elecciones del próximo año.

Así, la derrota del golpe militar en Honduras, es fundamental para las fuerzas democráticas y progresistas del continente. La consolidación del golpe fortalecerá la derecha y será un aliento a los planes de las fuerzas desestabilizadoras de la derecha en Venezuela, Bolivia y Ecuador, y un estímulo para las pretensiones de esos sectores de conquistar los gobiernos en las elecciones en Chile, Argentina, Brasil y Uruguay a fines de este año y el próximo.

Varios sectores de izquierda cuestionan a los gobiernos progresistas que no han cumplido a cabalidad su programa y exigen una radicalización de los procesos. La actitud vacilante de estos gobiernos puede haber contribuido a la recuperación de la derecha. Pero también es cierto que algunos procesos sólo han avanzado a la velocidad que sus votantes, no sus militantes, han querido, y que han enfrentado trabas dejadas en la estructura del aparato del Estado heredado.

La situación puesta al desnudo por el golpe militar y oligárquico en Honduras, debe servir para revisar tanto el planteo timorato de estos gobiernos progresistas, como la crítica extrema de la izquierda que reclama avances más acelerados y que no diferencia entre estos gobiernos y los neoliberales anteriores o por venir.

La unidad de la izquierda contra las fuerzas reaccionarias es una tarea prioritaria. Un retroceso en otros países del continente aislaría los procesos más avanzados, donde las oligarquías locales, como se ha demostrado en Venezuela y Bolivia, no descartan recurrir a los mismos métodos que en Honduras, o peor aún, al magnicidio.

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