Elección sorprendente y contradictoria

Las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 tuvieron un
resultado sorprendente y revelaron una contradicción evidente. Donald
Trump, un multimillonario voraz, dirigirá los asuntos del país más
poderoso del mundo tras obtener el triunfo contando con los votos de
una parte sustancial de la clase obrera de la nación norteamericana.
"En una sociedad racional, la ascensión democrática al poder de un
matón tiránico, vulgar y orgulloso capitalista con la anuencia e
incluso el apoyo de una clase trabajadora desesperada, no podría jamás
ocurrir. Pero Estados Unidos no es una sociedad racional". Así lo
constata con clara óptica marxista el analista norteamericano Zoltan
Zigedy.

Desde su fundación por pudientes comerciantes y abogados, Estados
Unidos ha dispuesto de características institucionales para enfrentar
y vencer cualquier posible movimiento electoral capaz de desafiar a
los ricos y poderosos. La "separación de poderes" en tres modos de
gobierno, la equilibrada tensión entre potencia y poder federal de los
estados que componen la Unión, el extraño engendro del "Colegio
Electoral" y el evolucionado sistema bipartidista, prácticamente
aseguran una república inmune a cualquier cambio radical o una
insurgencia electoral.

Los principales avances democráticos (el final de esclavitud, el
sufragio femenino y el fin oficial de la segregación, entre otros) han
obtenido sus triunfos en el campo de batalla y en las calles, no en
cabinas de votación. Todo ello, unido a que dos grandes partidos son
propiedad del capital monopolista, prácticamente garantiza que los
trabajadores tengan una voz menor en los asuntos del Estado.

Los trabajadores estadounidenses han sufrido por la fuga de capitales
a mercados extranjeros con mano de obra barata y por la
desindustrialización resultante de este éxodo. La facilidad con que
los capitales pueden moverse hacia objetivos que requieren menos mano
de obra y tienen menores costos, así como diversos avances en la
logística industrial, han atrapado a los trabajadores de la nación
estadounidenses en una especie de tijeras entre la pérdida de los
empleos y los radicales recortes en los salarios y beneficios.

Añádanse a ello los efectos del colapso económico 2007-2008, y se
tendrán las razones por las que el núcleo industrial de la clase
obrera de Estados Unidos ha sido devastado, afirma Zigedy.
Las ciencias sociales han documentado el dramático aumento de los
suicidios, el alcoholismo y la drogadicción que han afectado a la
clase obrera estadounidense durante la última década. Lo que es
singular en este momento es que los trabajadores blancos también han
sentido el peso del abandono de la manufactura por el capital en
Estados Unidos. En el pasado, la política corporativa de "últimos
contratados, primeros despedidos" y otras barreras racistas habían
aislado a los trabajadores blancos de los peores efectos de las
políticas laborales y las crisis. Las minorías y las mujeres radicaban
fuera del centro de trabajo y como regla absorbían los impactos.

Pero hoy, las ventajas de los blancos se han deteriorado en las
condiciones de la empresa hiperexplotadora del siglo XXI. Con la
amenaza del comunismo temporalmente debilitada, el capitalismo global
no necesita sobornar con privilegios a la clase obrera blanca tanto
como lo hacía en el pasado. En consecuencia, buena parte de los
trabajadores blancos también sufren los efectos económicos de saqueo
corporativo, enfatiza Zigedy.

Como era de esperarse, los trabajadores blancos respondieron de
maneras diferentes y contradictorias. Muchos volvieron a viejos
patrones de búsqueda de chivos expiatorios, culpando a los negros, las
mujeres y los inmigrantes por la pérdida de sus puestos de trabajo y
su decrecimiento económico. Otros culpan a las elites de ambos
partidos y sus políticas por permitir, o incluso alentar, el
desmantelamiento de las fábricas en Estados Unidos, la exportación de
sus puestos de trabajo y la destrucción de comunidades en el medio
oeste norteamericano. "Por supuesto algunos adoptaron ambas
respuestas", apunta el analista.

Todo esto enajenó al partido demócrata -el partido político que
grandes masas de trabajadores identifican como suyo- el apoyo de una
gran cantidad de trabajadores blancos que habían votado anteriormente
dos veces por Obama y ahora cambiaron su voto.

Muchas comunidades predominantemente blancas de antiguas fortalezas
industriales (Wisconsin, Michigan, Ohio y Pensilvania), que en 2012
favorecieron a Obama, votaron por Trump en 2016. No fue por tolerancia
racial que votaron por Obama, sino por el deseo de romper con la
negligente administración de George W. Bush.

"Este extraño brebaje de legítima rabia, racismo ignorante, años de
una guerra interminable y xenofobia alimentada por los medios de
comunicación, fue explotado por Trump. Las elecciones de 2016 fueron
un concurso impulsado por la ira, el miedo y la desesperanza como
insípidas opciones ofrecidas por el sistema de bipartidista en
quiebra", concluye Zigedy.



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Manuel Yepe

Abogado, economista y politólogo. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba.

 manuelyepe@gmail.com

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