Las raíces del trompismo en EEUU

La, para muchos, sorprendente elección de Donald Trump en la
presidencia de Estados Unidos ha inducido múltiples interrogantes y
elaboraciones acerca de los orígenes de lo que ya se conoce como el
"trompismo", matizado ahora por la personalidad y el estilo
autoritario del Presidente electo que han comenzado a ponerse de
manifiesto en la selección de su equipo de gobierno.

El periodista James Ridgeway, de Washington DC, manifestó su criterio
al respecto en el último número de noviembre de la revista
Counterpunch, al señalar que el programa político de Donald Trump
promete una nueva dosis del virus mortal de Reagan.

Ridgeway fija las raíces del trompismo en los tiempos en que se
negociaban los tratados del Canal de Panamá en 1977 por el entonces
presidente Jimmy Carter cuando una naciente nueva derecha
estadounidense tomó como consigna la denuncia de que se estaba
consumando una traición al interés nacional del país al "regalar" el
canal a los panameños. Reagan se convirtió en la pieza central de ese
movimiento ultraconservador que afirmaba que había llegado el momento
de actuar contra tamaño "despojo".

Heritage Foundation, un think tank de orientación republicana, comenzó
a elaborar y hacer aprobar en el Congreso documentos sobre políticas
nacionales con esa óptica conservadora. Surgieron nuevas caras en lo
que sería el germen del trompismo. La primera fue la de Newt
Gingrich, de Georgia, quien pronto se estableció como líder de una
nueva bancada posterior de la derecha en la Cámara del Congreso.
Los demócratas se burlaron de Gingrich en el Congreso y lo desdeñaron,
considerándolo poco menos que un demente. Pero no pudieron reír por
mucho tiempo.

Prontamente, Gingrich y sus seguidores encabezaron la toma del
Congreso por la nueva derecha, creció grandemente su influencia en la
Corte Suprema y comenzaron a materializar muchas de las ideas que
llegarían a convertirse en lo que hoy se conoce como "la revolución de
Reagan", que se traduce en un incremento de la influencia de los
militares y la expansión del desarrollo bélico, recortes en los
presupuestos para objetivos sociales y para la atención de la salud, y
la desregulación de los bancos, todo ello seguido por el desarrollo de
un amenazante estado policial.

Según la apreciación de Ridgeway, los demócratas no se
intranquilizaron, continuaron mofándose y, en cambio, pusieron toda su
confianza en el ex presidente Bill Clinton, político inteligente que
había venido en ascenso con su política de triangulación.
Clinton, en vez de atacar, forjó una alianza con el republicano Newt
Gingrich que hizo viable en el legislativo el tratado del NAFTA, de
integración comercial con Canadá y México, y varios acuerdos
encaminados a la desregulación de los bancos.

"¿Quién necesitaba enemigos cuando se tenía al partido rival cavando
su propia tumba?", ironiza Ridgeway acerca de este paso que serviría
de estímulo estimuló al surgimiento del trompismo.

Fue a partir de entonces, y hasta hoy, que los demócratas quedaron
indefensos ante los ataques contra sus políticas sociales. Ellos
mismos habían creado las condiciones para que ahora no resultara
difícil para Donald Trump atacar sus principales intereses enfocados
hacia programas sociales, de salud, abortos, control federal de la
educación y empleo. Clinton había dejado a su partido sin argumentos
serios para su defensa.

Según Ridgeway, "Estados Unidos se halla empeñado en la construcción
de una subcultura envuelta en una retórica de nacionalismo blanco.
Ambas partidos coinciden en el propósito de recurrir al nativismo
(política migratoria que favorece a los nativos sobre los inmigrantes)
y apoyarse en esa política para detener, cachear y deportar gente bajo
unas reglas de inmigración ligeramente desdibujadas que puedan
proporcionar los contornos de una ideología que llene el hueco dejado
por el anticomunismo tras el fin de la Guerra Fría.

A quienes les asuste el nacionalismo blanco –afirma Ridgeway- no
tendrán más remedio que superarlo a base orgullo de su raza y su
herencia. ¿Hitler? Está muerto y como diría Trump, "Hitler cometió
algunos malos errores".

En cuanto a la atención de la salud, ambos partidos se han adherido a
lo que equivale a un acuerdo de largo alcance por evitar a toda costa
cualquier cosa que se parezca a un control de precios de los
medicamentos. De ese control se encargan los aseguradores y sus
aliados en el jugoso negocio de los medicamentos, equipos médicos y
prescripciones. En este terreno, el verdadero objetivo siempre ha sido
en Estados Unidos usar el dinero del gobierno para aumentar la
rentabilidad y hacer "engordar" a estas empresas.

El comercio bajo el NAFTA continuará con Trump. No estará el demócrata
Clinton, pero sí el republicano Gingrich, hombre clave en la política
de tratados comerciales. Es difícil imaginar a Gingrich involucrado en
la cancelación de un acuerdo que él mismo negoció.



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Manuel Yepe

Abogado, economista y politólogo. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba.

 manuelyepe@gmail.com

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