¿Quién le teme a Trump?

Sorpresas que da la vida: Trump será el presidente de los Estados Unidos a contrapelo de las encuestas, las predicciones y las preferencias. Se oyen lamentos por doquier; "los mercados" responden asustados y se desploman ante el triunfo del capitalista por antonomasia, como si hubiese sido un socialista el triunfador. Cunde el terror. Las plañideras hacen su agosto acompañando a la Hillary en la enorme pena de su frustración y en la angustia ante lo impredecible del futuro inmediato.

Ganó un verdadero troglodita, pero no un estúpido. Trump resultó ser el mago de la mercadotecnia política actuando al margen de sus cánones. Ya desde antes, cuando su imperio inmobiliario estuvo al punto de la quiebra, convenció a los bancos acreedores de que su nombre sería garantía del valor de los negocios embargados, y se recuperó en calidad de ganador. En adelante su nombre y su imagen televisiva cubrieron al país entero y, en esa farsa de democracia gringa, le abrieron la puerta a su ambición de poder. Y llegó. No le fue difícil percatarse del tremendo desencanto de la gente respeto del régimen establecido; la clase media y los trabajadores de todas las razas y todos los colores, pero principalmente la todavía mayoritaria blanca, se convirtieron en su "nicho de mercado" y se dedicó a trabajarlo con muy pocas, pero muy eficaces herramientas:

1.- El temor por la creciente importancia de la población migrante, vestido de franca xenofobia;

2.- El efecto devastador del libre comercio y la globalización que desindustrializó y provocó el desempleo; achacó a México de ser culpable de tanta miseria y de muchas otras falsedades (muy ofensivas, por cierto) y

3.- El ofrecimiento de recuperar la grandeza de los Estados Unidos, perdida por el afán del sistema por dominar (¿proteger?) a sus aliados a un costo excesivo.

Nada más; no formuló planes ni propuestas ni tampoco necesitó de exhibir experiencia y capacidad; sólo necesitó tocar el hígado del gringo común para hacerlo reaccionar contra todo lo establecido y su emblemática candidata. Ni modo, habrá que reconocer que Trump logró que el pueblo decidiera castigar a los tecnócratas enquistados en Washington.

Causa gran temor en todo el mundo que el botón de mando del poderío nuclear esté a cargo de un sicópata impulsivo, como parece ser el tal Trump; tranquiliza un poco el que no sea un estúpido suicida. Mayor temor registran los neoliberales de la globalización ante un renacimiento nacionalista y proteccionista, lamentablemente de corte fascista y xenófobo. Le temen las trasnacionales gringas cuyas plantas, instaladas en países de mano de obra esclava, tendrían que regresar y volver a ocupar mano de obra cara. Temen por la pérdida de la famosa competitividad y al correspondiente retorno del proteccionismo.

Para México el panorama se presenta en extremo complejo; amenaza con cerrar la válvula de escape que ha significado la migración y las remesas; buscará la renegociación o, en su caso, la anulación del Tratado de Libre Comercio y la muerte del Acuerdo Transpacífico. De lograr su cometido las veremos color de hormiga con una brutal recesión, cero inversiones extranjeras, multiplicado desempleo, endeudamiento mayor y devaluación. Por cierto que con la Hillary las cosas no serían muy distintas, la única diferencia es que este señor nos lo canta clarito y deletreado, mientras que la otra nos lo hace con música y canto de sirenas.

Esta es una realidad y ni caso tiene gastarse en llantos y lamentaciones. Finalmente es un oportuno campanazo para despertar y acabar de convencernos de que nadie hará por nosotros lo que nos toca hacer. El régimen de la obsecuencia y la entrega está tocado de muerte: su mercancía ya no interesa; ya no van a adormecernos con sus falsos ofrecimientos de respeto y amistad.

Toca ahora construir el real compromiso con la Patria e, involuntariamente liberados de engaños, emprender el difícil camino de trabajar para nosotros mismos; para alimentarnos con nuestro maíz, vestirnos con nuestro algodón; curarnos con nuestras hierbas y nuestra investigación; educarnos en nuestra real cultura; solidarizarnos y olvidarnos de competir; progresar en la búsqueda de nuestra felicidad, como la entendemos los mexicanos y sin falacias hedonistas importadas; ser verdaderamente libres para asociarnos con quienes podamos cooperar para juntos crecer sin desigualdades ni dominios ajenos. Iniciar, pues, la lucha por nuestra real independencia.

Bendita sea la brutalidad de Trump si la aprovechamos para despertar.

 

 

 



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Gerardo Fernández Casanova


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