El Brexit y los nacionalismos

Parece que el famoso "Brexit" tomó por sorpresa a muchos de los analistas del acontecer mundial, regional y nacional; tal vez no se creyó que llegara a suceder; pero sucedió. A toro pasado los comentarios son de lo más variado, desde quienes lamentan el renacimiento de los nacionalismos xenófobos hasta los que lo hacen por el inicio del fin de la globalización financierista neoliberal. Como todo en la historia de la humanidad el asunto es complejo, con una acumulación de factores de todos los colores y de conflictos también variopintos. Dentro de la Gran Bretaña se registra una extraña mezcla de sentimientos encontrados en el orden de las regiones y en el de las clases sociales; Escocia votó mayoritariamente por permanecer en la Unión Europea y capitaliza su diferenciación para fortalecer su afán de independizarse de Inglaterra; se dice que la juventud de todo el reino votó por la permanencia y que los viejos optaron la separación reivindicando viejas posturas de la flema británica, tan apabullada por la sumisión a los dictados del gobierno de la comunidad, ampliamente influidos por Alemania, al grado de recordarles a terror nazi; el Partido Laborista, con su prometedor dirigente, Colbyn, se mostró dividido entre las dos alternativas y no pudo jugar un papel definitorio; el Conservador y el Liberal apostaron todo su capital a la permanencia y perdieron, al grado de que obliga a la renuncia de David Cameron, el actual Primer Ministro; ganaron los conservadores ultranacionalistas con su postulado xenófobo. Como dicen en mi tierra: la verdad es que quién sabe.

En el orden mundial, Obama lamenta el resultado y Putin se frota las manos con una leve y significativa sonrisa. Trump le da la bienvenida. Los griegos lo han de ver con una importante carga de envidia por no poder hacer lo mismo, en tanto que las fuerzas ultraconsevadoras del resto de Europa se ven alentadas por al resultado británico. Alemania se enoja y exige que, ya que decidieron irse, lo hagan cuanto antes y no distraigan a los demás. Lo cierto es que para toda la Europa Continental, la salida de Gran Bretaña significa un duro revés que se suma a la serie de conflictos en que se ha visto envuelta.

Indudablemente el hecho provoca una seria turbulencia que hace temblar bolsas y bolsillos. Ni tardo ni perezoso, el señor Videgaray que maneja la hacienda mexicana (o radicada en México, que no es lo mismo) aprovecha la marea para aplicar un nuevo descontón al presupuesto, con grave afectación a los dineros destinados al bienestar social, la salud y la educación; no hay más imaginación ni voluntad para aprender de la crisis y mover, aunque fuera un ápice, el modelo depredador que nos domina.

El asunto atañe también al concepto del nacionalismo. Personalmente creo que una globalización sana y democrática sólo puede darse mediante la asociación de naciones sólidamente constituidas, en las que la gente registre el orgullo de pertenencia y el nacionalismo no xenófobo ni imperialista. Si la globalización actual no es más que la confabulación del gran capital y la mercantilización de las alianzas, no merece ni una lágrima por el trancazo británico; la Unión Europea no es de los europeos sino de sus grandes bancos; para la gente del común ha significado pérdida de empleos y de niveles de bienestar, aunque en una primera etapa fuera generosa para la incorporación de las naciones de mayor atraso relativo, como sucedió con España. No tardó mucho en reconfigurarse como un otro bastión imperialista y ultracapitalista. Tal globalización es la que rechazamos quienes pugnamos por el otro mundo posible.

Es importante recuperar el internacionalismo proletario y entender que somos las personas las que podemos conformar los conglomerados entre naciones; que los tratados de libre comercio, aquí y en China, sólo han sido útiles para la acumulación y concentración de la riqueza en ese maldito 1% de la población mundial.



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Gerardo Fernández Casanova


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