¿Cuál es el centro del conflicto colombiano?

Según la novedosa tesis del presidente Santos, "el centro del conflicto colombiano son las víctimas". Lo viene diciendo en sus declaraciones y lo ratificó con argumento analógico, en el discurso de clausura que pronunció en el acto conmemorativo de los 30 años de los hechos luctuosos del Palacio de Justicia (6 de noviembre de 1985). Según la socorrida tesis de Santos, "las víctimas son ahora el centro del conflicto, lo cual es un paso muy importante para que no se generen más víctimas", palabras textuales.

¿En verdad son las víctimas el "centro del conflicto" o tan sólo es un eufemismo para desviar la atención del verdadero centro del conflicto? Cuando se habla de víctimas ¿Quiénes son las víctimas y quien el victimario?

Según un informe de las Naciones Unidas, el 80% de la violencia que genera el conflicto armado en Colombia, proviene del Estado, violencia ejecutada por los instrumentos represivos (ejército, policía, paramilitares). Sólo el 20% corresponde a la violencia de los frentes guerrilleros. Violencia es violencia, guerra es guerra, pero la diferencia entre una forma y otra, radica en que la violencia del Estado es agresiva (genocida), en tanto la violencia de la guerrilla es defensiva. La guerrilla y el pueblo colombiano al defenderse de la violencia del Estado, son las víctimas. Y el Estado como generador de violencia es el victimario.

Cuando Manuel Marulanda y los 43 campesinos que lo acompañaban (1962), empuñan las armas, no lo hacen para imponerle la violencia al Estado, sino, para defenderse de la violencia del Estado y salvaguardar sus vidas amenazadas por el delito de ser liberales y participar en luchas agraristas legales por la tierra en la región del Tolima. Ricardo Palmera (más conocido por el seudónimo de Simón Trinidad), era gerente de una entidad bancaria en Valledupar, vivía en paz, realizaba actividad política cívica como dirigente de La Unión Patriótica. Al comprobar, cómo, sus compañeros de partido eran asesinados por los instrumentos represivos del Estado (ejército, policía, paramilitares), sólo encontró como opción para salvaguardar su vida, incorporarse a la guerrilla de las FARC. De no haberlo hecho, figuraría en la lista de los 5.000 activistas de la Unión Patriótica asesinados por la violencia del Estado. El caso de Marulanda, los 43 guerrilleros y de Simón Trinidad, es el mismo para todos los guerrilleros en los diferente frentes. El dilema en Colombia está en morir torturado por las fuerzas represivas del Estado o morir empuñando un ama con el ideal de justicia social en la mira del fusil.

En el acto del Palacio de Justicia y en cumplimiento de la sentencia de la Corte Internacional de Justicia, que condenó al Estado colombiano por el genocidio cometido en ese sitio, el presidente Santos ¡Pidió perdón! Y con lágrimas de cocodrilo oligarca, juró que nunca jamás volvería a ocurrir un hecho tan lamentable. Decimos, con lágrimas de cocodrilo, por cuanto hechos de violencia como los del Palacio de Justicia se repiten a diario en toda Colombia desde hace cincuenta años sin que ningún gobernante se haya percatado ni se haya molestado, al menos, en reconocerlo. Peor aún es el caso del expresidente Uribe, cuya desfachatez alcanzó el clímax, al negar la existencia de guerra alguna en Colombia. Señor Uribe Vélez ¿Qué razón lo asistió para la instalación de siete bases militares gringas en territorio colombiano? Si no hay guerra ¿Qué razón lo asistió para elevar las Fuerzas Armadas (ejército, policía y paramilitares) de 150 mil a 500 o700 mil uniformados?

El presidente Santos con su tesis furtiva de "colocar las víctimas en el centro del conflicto", y trasladarlas a La Habana, disque para la reconciliación con los "victimarios", en lugar de montar esa comedia, debería llevarlas al Palacio de Nariño, sede ejecutiva del victimario: el Estado. ¡No es en La Habana donde está el victimario! Su guarida para ordenar la violencia, las masacres, el genocidio, está en el Palacio de Nariño. Son 50 años de guerra impuesta al pueblo colombiano por el delito de ser pobre, ser dueño de una pequeña parcela agrícola, ser liberal o comunista. La escena que se monta en el escenario habanero de unas víctimas pidiendo perdón a otras víctimas, es sainete con ribetes de farsa. Tan víctimas son los guerrilleros que empuñan las armas (víctimas activas), para defenderse de la violencia del Estado, como, las víctimas (obreros, sindicalistas, defensores de los derechos humanos, campesinos pobres, estudiantes, indígenas, negros), que no pueden defenderse de la violencia del Estado (víctimas pasivas)

El Estado siempre es el victimario por cuanto una de sus atribuciones es generar violencia. De ahí surge la tesis anarquista de la eliminación del Estado como objetivo final de la revolución socialista y comunista. El Estado colombiano está al servicio de la clase oligárquica/jerarquía católica, formada por los dueños de los medios de producción en las ciudades y en el campo. En1930, cuando el partido liberal llega al gobierno, luego de cuarenta años de gobiernos conservadores/jerarquía católica, se inauguran las luchas agraristas de carácter legal conforme lo establecía una especie de Cartilla Agraria decretada por el nuevo gobierno. Esas luchas agraristas se extendieron por diferentes departamentos. Tomaron mayor importancia en la zona de Chaparral (Tolima), en la zona de Santander y Casanare, en las cuales el partido liberal y el comunista acompañaban a los campesinos en la adjudicación de parcelas. Durante 16 años, esas luchas agraristas fueron tomando mayor fuerza y se extendieron a toda Colombia. Pero a partir de 1946, por el regreso del partido conservador/jerarquía católica al gobierno, se instaura la violencia, por la represión a los campesinos en su lucha justa por la tierra. Esa violencia fue promovida desde el púlpito, el confesionario y la sacristía. Las huestes de chulavitas cristeros organizados desde las sacristías comenzaron su labor genocida del "corte de franela" o el "corte de corbata" con machete, por cuanto no se había inventado la motosierra, implementada por los paramilitares, herederos de los chulavitas. Esa violencia predicada desde el púlpito, tenía como principal protagonista y vocero al obispo Huiles, de Santa Rosa de Osos: el Torquemada colombiano, heredero del arzobispo/virrey Antonio Caballero y Góngora ejecutor del genocidio cometido contra la Rebelión Comunera. La jerarquía católica siempre ha figurado en la historia como aliada de la oligarquía y los latifundistas, por cuanto es poseedora de medios de producción en el campo y la ciudad. El latifundismo de la Iglesia católica está presente en toda Sudamérica. Es la explicación del porque ningún país decreta la Reforma Agraria. La misma razón para que ningún país decrete el aborto. El único que en dos ocasiones ha decretado la Reforma Agraria, es Venezuela y ambos intentos han resultado fallidos. Es desde el púlpito, el confesionario y la sacristía de donde surge la violencia que ha azotado a Colombia durante 50 años y que en su primera etapa (1946 al 1953) deja 200.000 muertos. Recuerdo en mis años de estudiante en Pamplona (1948), los sermones en los actos religiosos, de los oradores "sagrados", señalando con nombre y apellido a los "enemigos de dios": liberales y comunistas. En los años sucesivos la violencia se hizo lugar común por las masacres en zonas campesinas; por las campañas militares de exterminio contra la guerrilla; por las masacres para destruir la base social de la guerrilla; por el cerco de zonas campesinas realizado por el ejército y la policía (Marquetalia, Villa Rica, El Pato, Guayabero); por los "falsos positivos"; por las fosas comunes en toda Colombia; por el bombardeo con napalm lanzado desde aviones pilotados por aviadores estadounidenses. Toda esa violencia ha sido generada por el Estado contra las ciudades y poblaciones, contra las zonas campesinas, contra los frentes guerrilleros. El pueblo colombiano y países vecinos han sido víctimas de la violencia instrumentada por el Estado en abierta contradicción de la Constitución Nacional, del contrato social, de la paz, de la convivencia, de la solución de los conflictos conforme a las normas constitucionales. Ninguna Constitución, de ningún país, establece la guerra del Estado contra sus connacionales. Tanto la Constitución Nacional, la Resolución de las Naciones Unidas, como, El Acuerdo de Ginebra, reconocen el derecho a la rebelión cuando el Estado viola los derechos de las mayorías nacionales.

Esta historia ha sido contada y repetida, una mil veces, con el objetivo de establecer las únicas y reales causas de la violencia, que constituyen el verdadero "centro del conflicto", y no, según la tesis peregrina de Santos, de "colocar a las víctimas en el centro del conflicto", con lo cual se le abre la puerta a la demagogia, al populismo, a la promesa de reparación a las víctimas y salir por el mundo a solicitar limosnas, financiamiento para resarcirlas. ¿Cómo hablar de postconflicto cuando el gobierno ni siquiera quiere reconocer las causas del conflicto (guerra)? El primer acto de rehabilitación de las víctimas consiste en liquidar las causas de la guerra. Es lo único que dejará de generar víctimas.

La tesis de "colocar a las víctimas en el centro del conflicto" es una infame maniobra de sacar el conflicto de su realidad objetiva, para llevarlo al subjetivismo del perdón, que la filosofía teológica del pueblo colombiano ha sintetizado en el sabio aforismo: "el que peca y reza, empata" o lo que es lo mismo "el que asesina y pide perdón empata". Pero ¿Es que acaso el perdón existe? Si el perdón existiera, no había infierno.

¡No! presidente Santos, el conflicto colombiano de 50 años de guerra no es cuestión de padre nuestro y avemarías, es un problema de justicia social que no empata con los conceptos teológicos de caridad, compasión, misericordia, perdón. El ¡Bienaventurados los pobres! lema del cristianismo durante 2000 años, para ocultar las injusticias sociales de la explotación esclavista, de la servidumbre feudal de los siervos de la gleba, y de la servidumbre moderna del proletariado, es un discurso hueco. El conflicto o guerra en Colombia, no es un problema de moral teológica, sino, de justicia social, de humanismo, de tierra para los campesinos, de fuentes de trabajo, de educación y salud gratuitas,

Si no se liquidan las causas de la guerra, el día de la firma de un posible acuerdo en las conversaciones de La Habana, podrá ser el último de la guerra actual, pero, el primero de la siguiente, con actores diferentes, como ocurrió en Centro América, donde se cambió la lucha de liberación nacional por la guerra contra la delincuencia. Se cambió la guerra por la conquista de los derechos humanos, por la guerra contra las bandas armadas del narcotráfico, del tráfico de personas, del chantaje y la extorsión. México, Honduras, Guatemala, El Salvador se desangran en esta nueva guerra infame surgida del incumplimiento de los acuerdos de paz, y agudizados por los tratados de libre comercio (ALCA), firmados por los gobiernos lacayos de esos países.

Ni las víctimas ni la reparación de las víctimas ni la justicia transicional ni el cese de la guerra ni la entrega de las armas por parte de la guerrilla ni el retiro de las minas antipersonales ni todo lo que se discuta, se redacte en normas o se acuerde, va a acabar con el conflicto, mientras las causas del mismo no sean atendidas, resueltas. La reparación de las víctimas no está en el perdón, sino, en la solución de las causas de la guerra. CAUSAS QUE CONSTITUYEN EL VERDADERO CENTRO DEL CONFLICTO. De no atenderlas, el día siguiente de la posible firma de la paz, será el comienzo de la nueva guerra, con otros autores y con otras motivaciones.

Con su tesis demagógica y populista, el presidente Santos, pretende evadir las causas reales de la guerra para preservar y dejar intacto el estamento jurídico que garantiza los privilegios de la oligarquía/jerarquía católica, para que todo siga igual, sin la transformación del Estado burgués al Estado social de derecho y de justicia. Eso sólo es posible por la convocatoria de una Asamblea Constituyente, soberana, que establezca la transformación del Estado por medio de un nuevo pacto social; que establezca el uso social de la tierra; que liquide el latifundio; que devuelva los millones de hectáreas arrebatas a los campesinos; que garantice a los campesinos, condenados a vivir en los ghettos de las ciudades, el regreso a los sitios de donde fueron desplazados por la violencia del Estado.

Una vez establecido quien es el victimario y quienes las víctimas, es necesario volver a la pregunta inicial ¿Las víctimas son el "centro del conflicto? ¿Las víctimas son efecto o son causa? Colocar las víctimas en el centro del conflicto ¿Elimina que haya más víctimas? Es lo que sugiere el presidente Santos con su discurso. Tesis muy traída de los cabellos.

Mientras las causas del conflicto no se coloquen en el lugar que les corresponde, las conversaciones de paz se quedaran en leguleyadas jurídicas sin trascendencia hacia el objetivo: LA PAZ. Sólo la liquidación de las causas de la guerra, acabará con el engendro de nuevas víctimas de la violencia y evitaría el comienzo de una nueva guerra.



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León Moraria

Nativo de Bailadores, Mérida, Venezuela (1936). Ha participado en la lucha social en sus diversas formas: Pionero en la transformación agrícola del Valle de Bailadores y en el rechazo a la explotación minera. Participó en la Guerrilla de La Azulita. Fundó y mantuvo durante trece años el periódico gremialista Rescate. Como secretario ejecutivo de FECCAVEN, organizó la movilización nacional de caficultores que coincidió con el estallido social conocido como "el caracazo". Periodista de opinión en la prensa regional y nacional. Autor entre otros libros: Estatuas de la Infamia, El Fantasma del Valle, Camonina, Creencia y Barbarie, EL TRIANGULO NEGRO, La Revolución Villorra, los poemarios Chao Tierra y Golongías. Librepensador y materialista de formación marxista.

 leonmoraria@gmail.com

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