¿Camino de la "Grexit"?

La presión para devolver el dinero a los acreedores europeos podría forzar pronto al Gobierno griego de SYRIZA a abandonar elementos fundamentales del programa antiausteridad con el que ganaron las pasadas elecciones de enero y asumieron su mandato, o bien al impago de la deuda, que a su vez podría suponer la salida del euro, la moneda común de 19 países europeos.

Las noticias que aparecieron el lunes [27-4-2015], cuando fue escrito este artículo, sugerían que los funcionarios del Ministerio de Finanzas griego, dirigidos por alguien cercano al primer ministro Alexis Tsipras, estarían preparándose para enviar al Gobierno alemán nuevas propuestas que contemplarían medidas de austeridad para mantener las privatizaciones y restringir el gasto público, tal y como exigen los prestamistas, a cambio de financiación para evitar el impago.

Aunque la información resulte exagerada o inexacta, los rumores por si solos muestran la intensidad de la presión sobre Grecia para que capitule ante las exigencias de sus prestamistas.

El ambiente de crisis se ha agravado a lo largo del mes de abril. Para afrontar el pago de 815 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI), correspondientes al tramo que vence a primeros de mayo, más otros 425 millones de intereses, Tsipras aprobó un decreto a finales de abril que otorgaba al Banco Central griego el control directo de todos los fondos mantenidos por los gobiernos locales y las instituciones públicas.

Ese movimiento planteó nuevas dudas sobre si el Gobierno de SYRIZA sería capaz de mantener tres compromisos electorales claves: uno, el pago regular y completo de salarios y pensiones a los trabajadores; dos, la finalización de los despidos en el sector público; y tres, no aumentar el IVA.

Si el Gobierno elige seguir adelante con ellos y no hacer los pagos podría encontrarse fuera de la zona euro y verse obligado a tomar una serie de medidas como el control de capitales y la nacionalización de bancos y posiblemente otros sectores de la economía para que estos sigan funcionando, y ahí la acción de los trabajadores desempeñará un papel decisivo.

Puede que pronto no le quede otra opción, incluso si el Gobierno hace más concesiones. Pese a haber sido obligada en febrero a dar marcha atrás en varias de sus propuestas electorales, SYRIZA sigue enfrentada a las autoridades europeas, las cuales están decididas a impedir que el Gobierno griego de izquierdas ponga en marcha medidas para revertir la devastadora política de austeridad de estos últimos años.

La pregunta es así de dura: pagar a los acreedores o pagar los salarios de los funcionarios y pensionistas.

El enfrentamiento plantea la posibilidad de que Grecia se vea forzada a abandonar el euro. Tanto si es deliberada, "Grexit", como si es el resultado involuntario del impago de la deuda, "Greccident", la salida de Grecia de la zona euro traería consecuencias económicas y políticas imprevisibles.

Pero al parecer es algo a lo que Alemania, la potencia dominante en la Unión Europea (EU), está desando arriesgarse. Desde la reestructuración de la deuda griega en 2012, en los países miembros de la UE se ha producido una transferencia del riesgo de insolvencia de los bancos privados a los contribuyentes. Con los bancos supuestamente aislados del riesgo de impago, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el FMI, conocidos conjuntamente como la Troika, están apretando los tornillos.

En estos momentos alrededor de 2,5 millones de personas de una población total de 11 millones viven bajo el umbral de la pobreza. Otros 3,8 millones están al borde de la misma. La tasa de desempleo a comienzos de 2015 era un 26,6%, y un 52% entre los jóvenes de 15 a 24 años. Los salarios han caído un 5% de media anual desde 2009.

No obstante, para asegurarse un acuerdo temporal de cuatro meses de 7.800 millones de dólares que permitiría a su país obtener los fondos que precisa desesperadamente, el Gobierno griego debe inclinarse ante nuevas exigencias.

Para aumentar la presión todavía más, el BCE ha diseñado una serie de planes para limitar los préstamos a los bancos comerciales en virtud de la "ayuda de liquidez de emergencia", que hasta ahora ha mantenido a flote a los bancos griegos, aun cuando las grandes fortunas del país siguen sacando su dinero de Grecia. Como señalaron consultores del banco de inversiones Brown Brothers Harriman: "Aunque no existe un mecanismo formal para expulsar a Grecia de la unión monetaria [es decir, del euro], cortar la financiación a los bancos griegos a través del banco central es visto como una de las maneras de llevar a cabo ese proceso".

Si el Gobierno griego piensa que puede posponer una vez más la hora de la verdad es porque esa ha sido hasta ahora la actitud de Tsipras y la mayoría de los líderes de SYRIZA.

Creyeron desde el principio que el estrepitoso fracaso de las políticas de austeridad y un mandato fuerte de los votantes griegos obligarían al FMI, la UE y el BCE a negociar un compromiso razonable: uno que aliviara la carga de la deuda griega y permitiera al país seguir dentro de la zona euro.

Por eso, en vez de preparar al país ante una posible salida del euro, el Gobierno fomentó la ilusión de que se podría alcanzar un acuerdo tolerable con las autoridades europeas y el FMI.

El resultado puede verse en una encuesta de opinión realizada en abril, según la cual el 70% de las personas entrevistadas apoya un compromiso con la Troika para alcanzar un acuerdo que permita a Grecia permanecer dentro de la zona euro, una opinión que ha sido impulsada enérgicamente por los medios griegos incluso ante la presión cada vez mayor por parte de las autoridades europeas que podría empujar a Grecia fuera del euro, le guste o no.

Como señalaron muchas personas de la izquiera griega, incluyendo la Plataforma de Izquierdas dentro de SYRIZA, Tsipras renunció a una pequeña posibilidad de maniobra al descartar de manera preventiva cualquier escenario que contemplase el impago. Los líderes del partido en el Gobierno siguieron aferrados a la esperanza de un acuerdo con la Troika, incluso después de verse obligados a dar marcha atrás en su primera confrontación con las autoridades europeas en febrero.

En ese momento el Gobierno acordó mantener un elevado "superávit primario" –el saldo presupuestario del Gobierno antes del pago de intereses– y llevar a cabo una serie de nuevas "reformas" que incluirían privatizaciones y otras medidas que se especificarían más adelante.

Al presentar este duro revés como una victoria, tanto Tsipras como el ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, han tratado de ganar tiempo con la esperanza de "zafarse" del ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, apelando a los dirigentes de Francia, Italia, el FMI e incluso Barack Obama.

No ha funcionado. Varoufakis intentó apaciguar al FMI en la reunión que tuvo lugar en Washington en abril asegurando que Grecia "tiene intención de cumplir todas sus obligaciones con sus acreedores ad infinitum". Pero no hubo ninguna concesión.

Pocos días después Varoufakis tuvo una recepción abiertamente hostil en la reunión de los ministros de Finanzas de la zona euro celebrada en Letonia.

Pese a todo, en un artículo publicado en su blog Varoufakis insistió en que Grecia estaba dispuesta a limitar las prejubilaciones, privatizar parcialmente activos estatales y llevar a cabo medidas favorables a las empresas en nombre de la "consolidación fiscal", un eufemismo para recortes presupuestarios. "Nuestra tarea es convencer a nuestros socios de que nuestros afanes son estratégicos, antes que tácticos, y de que nuestra lógica es razonable", escribió.

Unos días después de la publicación de esa entrada Tsipras habló directamente con la canciller alemana Angela Merkel, dejando a Varoufakis a un lado. Pero esto solo puede significar que el primer ministro griego estaría dispuesto a hacer más concesiones que Varoufakis. Al haber dejado la amenaza de salirse del euro fuera de la mesa de negociación desde el principio, Tsipras tiene muy poco margen de maniobra.

¿Por qué la Troika está presionando tanto para introducir una nueva ronda de austeridad en Grecia, teniendo en cuenta el lamentable fracaso que las medidas aplicadas hasta ahora?

Existen tres motivos relacionados entre sí: poder, política y dinero.

El dinero es bastante: en total, el paquete de rescate a Grecia suma unos 260.000 millones de dólares. Como resultado de los anteriores rescates, que beneficiaron a los bancos en vez de a la población griega, la mayor parte de la deuda de este país está en manos de los gobiernos europeos. Estos gobiernos quieren que les devuelvan el dinero prestado para sanear sus propios presupuestos. Además, los partidos gobernantes en algunos de los países ricos que dominan la zona euro están siendo presionados por los populistas de derechas que los acusan de ser blandos con los "perezosos" griegos.

Pero en términos de los aproximadamente 14 billones de dólares de la economía de la UE, la cantidad de dinero que supone el rescate griego sería manejable para el sistema bancario; al menos eso es lo indican los cálculos de los funcionarios de la UE.

Todos los economistas serios del mainstream entienden que Grecia, con un PIB de 242 mil millones de dólares, por debajo de los 341 mil millones de 2009, no puede generar el superávit necesario para devolver todo el dinero a los acreedores a menos que el proceso se alargue durante décadas. Aunque es perfectamente posible que el impago por parte de Grecia pueda tener amplia repercusión en los mercados de deuda y desencadenar una crisis financiera, los funcionarios de la UE han decidido que vale la pena forzar las cosas.

Lo que nos lleva a la cuestión política. Tal y como el ministro de Asuntos Exteriores griego, Nikos Kotziás, describió la situación a Reuters: "¿Quieren apoyarnos para que tengamos crecimiento... o han decidido poner a prueba a Grecia, castigarla y que sirva de ejemplo de lo que le ocurre a un país que tiene un Gobierno de izquierdas?"

Cada vez resulta más claro que la respuesta de la UE es hacer de Grecia un ejemplo y enviar un mensaje a cualquier fuerza política del resto del continente que pudiera atreverse a desafiar las políticas de austeridad.

En España, en menos de 18 meses desde su aparición, el partido de izquierdas Podemos pretende aventajar en votos a los partidos mayoritarios gracias a su plataforma anti-austeridad. Si Grecia se saliera con la suya liberándose del yugo de la euro-austeridad, España podría ser la siguiente. Con una economía mucho más grande, el impago de la deuda por parte de España y/o su rechazo de las medidas de austeridad golpearía a los grandes bancos internacionales y sacudiría la UE hasta sus cimientos. Al mismo tiempo, supondría un tremendo empujón para los sindicatos, los partidos políticos de izquierda y los movimientos sociales que están luchando contra la austeridad en otros países.

Detrás de la dinámica política del día a día aparece la cuestión del poder, tanto en términos de clase social como de fuerza imperial. A principios de los 90 del siglo pasado la clase capitalista europea decidió que una moneda común era esencial para contrarrestar el bloque comercial de los países firmantes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte liderado por Estados Unidos, así como el auge de China.

Pero la propia UE tiene una jerarquía bien definida con Alemania, la mayor economía, a la cabeza. Alemania se benefició con la creación del euro en 1999, pues la moneda común cotizaba a niveles inferiores a los que le correspondería a su antigua moneda, el marco alemán. Eso abarató las exportaciones alemanas, otorgando al país una gran ventaja competitiva.

El giro de la economía mundial hacia el neoliberalismo –un conjunto de políticas basadas en la desregulación, la privatización de activos estatales y mercados de trabajo "flexibles" para debilitar a los sindicatos– imprimió mayor impulso a estas políticas.

Mientras tanto, los grandes bancos alemanes y europeos financiaron las exportaciones prestando dinero a Grecia y a otros países de la periferia europea sin tener en cuenta su capacidad para devolver los préstamos. En Grecia se ha creado un comité parlamentario para analizar en detalle esos acuerdos y poder determinar quién se benefició de las duras condiciones del rescate, tanto en Grecia como en las grandes instituciones financieras europeas.

Los detalles de estos acuerdos deberían salir a la luz, pero el panorama está claro. La zona euro es un baluarte del imperialismo alemán. Grecia, un activo estratégico fuertemente armado para la OTAN y Estados Unidos durante la Guerra Fría con la URSS, actualmente es la víctima de la política de las grandes potencias. Su población enfrenta la perspectiva de una de los peores debacles sociales del mundo en tiempos de paz en aras del neoliberalismo y el imperialismo.

Las decisiones del Gobierno griego en los próximos días podrían ser decisivas para el proyecto de SYRIZA y la izquierda a nivel internacional. Existen varias posibilidades, incluyendo un escenario en el que Grecia deje de pagar algunos préstamos pero permanezca en la zona euro mientras intenta alcanzar un acuerdo con los acreedores: un limbo que algunos economistas han denominado "Grimbo".

Más capitulaciones abyectas para tratar de agradar a la elite europea –que de todas formas podrían no evitar el impago si los partidarios de la línea dura como Schäuble se salen con la suya– servirían para dar continuidad a un proceso que ya está en marcha, y que tiene que ver con la cada vez menor esperanza de los trabajadores griegos que llevaron al partido al Gobierno de que SYRIZA cumpla al menos parte de su programa.

La "Grexit" –tanto si Grecia es empujada fuera del euro como si es ella la que salta– conducirá inevitablemente a una confrontación, no solo entre Grecia y sus acreedores europeos sino también entre la clase trabajadora griega y sus empleadores y políticos ligados a la agenda de la austeridad.

En cualquier caso, la solidaridad por parte de la izquierda internacional será crucial para mantener un mensaje contrario a la austeridad.

Lee Sustar es el editor de temas laborales de Socialist Worker y a menudo escribe sobre el desarrollo de la crisis económica. Colaborador habitual de International Socialist Review, CounterPunch y ZNet, es también coeditor de Poetry and Protest: A Dennis Brutus Reader. Lee es miembro del Sindicato Nacional de Escritores en Chicago.

Fuente: http://socialistworker.org/2015/04/28/heading-for-a-grexit



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