O de cómo los humanos crearon a Dios con alegría sin el pecado original (ni la manzana)

El Génesis según Eduardo Galeano

Jueves, 30 de abril de 2015.- Entre la amplia diversidad de tópicos incluidos en la obra de Galeano, se halla la religión, esa aproximación entre lo sagrado y lo profano. Religión, de religare (unir lo que se encuentra separado), es una de las vertientes en las que se elabora la nosotroscidad. Sus fragmentos se encuentran dispersos en todos los continentes, en las más diversas épocas, de los que no son ajenos los mitos, la creencia, la veneración y los rituales. Formas diversas, en suma, de eslabonar los sueños y habitarlos, sea en los cielos o en la historia.

En su exploración de la cultura-mundo, Galeano reivindica la vida de los nadies, la construcción de los saberes populares, busca afanosamente la equidad entre las mujeres y los hombres, pone en evidencia su indignación ante la tiranía del poder, la herida palpitante de las masacres sociales, culturales y étnicas, así como llama a respetar la capacidad de asombro de los niños, sobrevivientes a las riendas del adulto. Con la rebeldía apacible de un uruguayo, se apasiona por los derechos de la naturaleza, en el que las plantas, los humanos, las aguas, los insectos y los astros, podrían entrar alguna vez en coalición, para poner a salvo la vida de todos.

La conjugación del nosotros en tiempo futuro (donde la utopía es el camino), lejos de asfixiar a los sujetos los invita a crear, o mejor dicho, a hacerse cargo de su potencia creadora. De manera especial invoca al amor, a unir en el abrazo y en el lecho, en la voz bajita de los diálogos, las mitades del mundo.

En cada rincón de la obra de Galeano, la diversidad se entrelaza bajo formas distintas. Los temas son nudos, hologramas que atraviesan sus ensayos, poesía, cuentos y crónicas políticas, como en el relato La creación:

La mujer y el hombre soñaban que Dios los estaba soñando.
Dios los soñaba mientras cantaba y agitaba sus maracas,
envuelto en humo de tabaco y se sentía feliz y también
estremecido por la duda y el misterio.
Los indios makiritares saben que si Dios sueña con comida,
fructifica y da de comer. Si Dios sueña con la vida,
nace y da nacimiento.
La mujer y el hombre soñaban que en el sueño de Dios
aparecía un gran huevo brillante. Dentro del huevo, ellos
cantaban y bailaban y armaban mucho alboroto, porque estaban
locos de ganas de nacer. Soñaban que en el sueño de Dios
la alegría era más fuerte que la duda y el misterio; y Dios,
soñando, los creaba, y cantando decía:
Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y
juntos vivirán y morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán
y volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejaran de nacer,
porque la muerte es mentira.

Galeano, teólogo, piensa la creación de Dios a partir de la primera pareja mítica, en clave indígena, e invierte el Génesis hebreo: los humanos crean a Dios ¡en un sueño! Aunque Dios, creador-Creado, engendrado, recibe luego el permiso de usar la d mayúscula que le permite reactivar su poderío. Sobreponerse a ese destronamiento.

Vemos también, que a diferencia del Génesis bíblico, en el que Dios crea primero al hombre y sólo después a la mujer, el relato cede lugar a un sujeto-pareja. Aquel Dios, coherente por completo con su tiempo, genuinamente patriarcal, había convertido a la mujer en predicado masculino. Mujer que es, además, origen de una perturbación que hace caer al varón y precipita la especie humana a una condena. El Dios creador del relato, conocedor de la rebeldía en curso de las mujeres, se ha actualizado. Para gracia de los mortales le concede un lugar nuevo a la hembra humana. Nos habla de su desdén por la jerarquía de los sexos.
Nos asomamos a la vida privada de Dios, presenciamos su re-creación en los términos del imaginario emocional de los humanos. En el marco del sueño que lo erige, baila, agita sus maracas, lo atraviesan “la duda y el misterio”. El Padre bíblico, severo, circunspecto, se extravía. Trasmuta en una fuerza que abriga expectativas, a tono con la fantasía feliz de un alfarero.

Antes de crear al binomio humano, experimenta una agitación, semejante a la del poeta ante la página en blanco o a la mujer preñada el día antes del parto. Lo precede una tensión y la disfruta. Prefiere asumir el costo del asombro, de una incertidumbre temporal que lo intimida y consigue liberarse de la seguridad abismal de lo Absoluto.

La pareja mítica, deseante del deseo de Dios, anticipa el alumbramiento. No es convidada de piedra, materia inerte, simple barro inorgánico o hueso inanimado que sobra en el cuerpo del varón. Ellos, al igual que Dios, se encuentran excitados: “cantaban, bailaban y armaban mucho alboroto”, dentro de un huevo “brillante”: “locos de ganas de nacer”. Como niños que se saben amados y maduros en un vientre de pájaro.

En lugar de la linealidad, de un antes y un después, de la causa que precede al efecto, podría hablarse entonces de la creación como un acto solidario, de apoyo mutuo o co-creación, entre la sustancia humana y la divina. Los humanos, incluso, parecen darle ánimo a Dios: nos dice el narrador: “Soñaban que en el sueño de Dios la alegría era más fuerte que la duda y el misterio”.

Mientras aguardan ansiosos el momento en que saldrán del vientre-huevo.

Desde allí, es como Dios, creador-Creado (al que sus padres humanos invitan a reservar para sí mismo una magnanimidad que los proteja), anuncia de modo definitivo, con voz ceremoniosa y gesto protocolar, el nacimiento. Inicio de la historia humana. Sin sacrificio, ni ofrendas, limitados si, expuestos el hombre y la mujer al ciclo del nacer y del morir, aunque eternos como especie.


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César Henríquez Fernández


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