El eco fascismo en Venezuela

El debate político en Venezuela tiene una profundidad mucho mayor que lo que la gente común y corriente podría inferir ya que en Venezuela se está definiendo el futuro inmediato de la economía capitalista y mundial. La oposición venezolana y la mayoría de sus desprevenidos seguidores están convencidos de que aún podemos lograr el desarrollo al puro estilo norteamericano, que podemos alcanzar la siempre prometida riqueza plagada de excesos y lujos que en la sociedad del gran sueño americano abunda. Para ello, no se cansan de afirmar nuestros también desprevenidos economistas clásicos y defensores de la justicia liberal basada en un individuo que satisface sus deseos sin limitación, se hace necesario “dotar al capital de una absoluta libertad de actuación” lo cual implica un acceso ilimitado a los recursos naturales, el más importante de los cuales es el petróleo ya que constituye la misma columna vertebral del sistema capitalista de producción industrial, tecnológica y del entretenimiento que configuran la estructura misma de la sociedad urbana global.

La adopción de un programa decrecentista radical como única medida efectiva para evitar el desastre ecológico global es inaceptable para el ecofascismo porque constituye en sí mismo la negación de su plan maestro que es la explotación creciente e ilimitada de los recursos naturales para la producción de riqueza, por cierto como se ha demostrado en las últimas estadísticas difundidas, para un escaso 1% de la población mundial.

Lo cierto es que el fracaso de la fórmula neoliberal ya cuenta con varias décadas de inoperancia cuando en la década de los 80 y 90 el modelo produjo desgracias sociales en países latinoamericanos, así como severos colapsos en las primeras dos décadas del siglo XXI ya en regiones desarrolladas como Europa y los Estados Unidos, demostrado que lo que ocurre es una crisis estructural del modelo económico y no un simple problema de desajustes contables. Incluso el mismísimo fenómeno del giga-capitalismo del nuevo siglo ocurrido en China e India ya muestran síntomas de fatiga temprana y de inviabilidad en un mundo en el que comienza a escasear el petróleo y los demás recursos minerales y no minerales.

Los ecologistas sociales o ecosocialistas somos los únicos que admitimos la dura verdad, los únicos que podemos escapar a la tecnotopía futurística de las maravillosas películas de Hollywood, los únicos que asumimos que el cambio del sistema y de vida es inevitable, que lo único que queda por hacer para salvar el planeta y la especie es modificar radicalmente nuestro estilo de vida, que el colapso ecológico es inminente y de proporciones nunca imaginadas, además de irreversible, que el ser humano por su ambición personal agotó en menos de un siglo recursos que lo hubieran podido sostener en condiciones aceptables durante algunos siglos más y a decenas de generaciones futuras. Nadie quiere aceptar que estamos al final de la era petrolera, de la revolución industrial, de la sociedad de la información, de la era tecnológica y muy lejos ya de los futuros imaginarios con los que alguna vez soñamos.

La crisis económica profunda e irreversible del capitalismo mundial por agotamiento de recursos y la consecuente proliferación de conflictos armados localizados en regiones de gran riqueza petrolífera anuncian la llegada de una época sostenida de guerras localizadas en los territorios donde quedan las últimas reservas importantes de petróleo y gas, intensificadas por la escasez energética, pero además por las rupturas económicas, sociales y políticas que se producirán en todos los países del mundo pero a ritmos diferentes En este escenario Venezuela aparece como un punto emblemático de las guerras energéticas próximas a ocurrir.

El ecofascismo surgirá sin duda a medida que los recursos cada vez se hagan más escasos, principalmente para mantener los niveles y estilos de vida de grupos privilegiados de la sociedad urbana global y que ya son considerados como derechos individuales de aquellos que suponen tienen mayores méritos para ello. Aquí el problema de la distribución, que la teoría económica tradicional prometía resolver con el crecimiento y la abundancia adquirirá una trascendencia crucial ya que los escasos recursos estarán monopolizados por estos grupos de poder transnacionales que deberán arremeter contra grupos excluidos que enfretarán condiciones mínimas para la supervivencia.

Hasta ahora este ecofascismo, que defiende desde el ámbito político los intereses de la riqueza y atiende la desigualdad como un defecto menor del modelo de producción y consumo, defiende posiciones en la arena de la democracia, sin embargo a medida que la crisis se haga permanente, profunda y comience a establecer condiciones insoportables de vida, como ya está pasando en España, Italia y Grecia donde la crisis la están pagando los pobres, los grupos que han detentado el poder político se verán atraídos a imponer mecanismos de gobernanza violentos y procedimientos represivos para soportar la inmensa presión social que crecerá irremediablemente, propiciando así la configuración del ecofascismo global.

En Venezuela, última gran reserva de petróleo conjuntamente con Arabia Saudita, esta lucha entre una democracia social y ecológica y un fascismo capitalista sediento de recursos se está dando con la participación ya directa de de los grandes centros de poder económico global como Washington o Madrid. La amenaza ecofascista aprieta a los movimientos políticos de inspiración social y ecológica en Caracas, a la vez que lo hace en Madrid y Atenas ahora. Pronto lo hará en cada país a medida que el agotamiento de los recursos energéticos primero y luego minerales extiendan las crisis económicas profundas por toda la faz del planeta.

La guerra de la escasez apenas está comenzando.


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