Discurso del Rey

Compatriotas, hermanos, camaradas, compañeritos todos, heme aquí asumiendo esta investidura real de Rey Momo para convertirme en un servidor más de ustedes. Agradezco a mi padre, un gran criador de ovejas y notable cazador de especies en extinción, que siempre traía la papa al rancho cuando se iba al monte a por una lapa, un picure, un venadito tierno, una baba y con más suerte un elefantito de tres toneladas. Mi padre me cargó siempre en sus brazos y la única vez que me dejó caer fue porque un problema de artritis en su codo le evitó sostenerme. Sin embargo, mi madre, tan diligente en eso de enmendar los entuertos interiores de la familia, rápidamente me puso un emplasto de tiña de alcornoque y alguna pomada de ron de culebra y maceró todo con su sonrisa espléndida y su corazón tan noble, y excepto porque lo digo hoy en este discurso de proclamación, ya todo es olvido.

Los tímpanos de mi padre son realmente una catedral honorable. Un solo detalle, por ejemplo, demuestra su magnanimidad. En los setenta tuvo que oír a Franco muchas veces, bajar la quijada y obedecer. Años más tarde, tuvo que desobedecer el llamado de los pueblos suramericanos para conquistar sus libertades económicas, sociales y culturales, en contraposición a todo imperio y reinado universal, y mandó a callar a Chávez, un Presidente rebelde, con aires independentistas, y fue peor la cosa porque el mundo entero le dijo a mi padre que mejor él se hubiese quedado callado. Yo prometo no hacer callar a nadie, pero que nadie me grite porque soy muy llorón, así grandote como ustedes me ven. A me gusta es el carnaval, la rumba, la diversión, montar caballo en la llanura inmensa, desde Palmana hasta Elorza, de Guasdalito a Barinas, de los esteros de Camaguán a la Mesa de Guanipa, y volar como los pájaros siempre que no sean vacos ni aguaitacaminos, ni piscuas o mabitas. No tengo nada personal contra estos bichos pero no me gustan. De hecho, ya he leído varias veces El lenguaje de los pájaros, y de verdad me entiendo muy bien con pericos y loros. Sobre todo un perico con bastante cebolla y ajicito, un punto de sal y una arepita caliente de las que nunca hacen en Palacio porque las cocineras son muy flojas.

Los aperos de trabajo (botas, soga, pantalón esjarreteao, sombrero curtío y camisa tiesa por la sal del sudor) me los he cambiado por este traje azul y esta banda roja que servirá para mandar a mis súbditos invisibles. Esta noche tendremos ternera en casa y pueden venir a compartir junto a mis dos mil amigos, y a comer porque la vaca que maté estaba gorda y alcanzará para todos. Como es una fiesta de traje, traigan miche, cazabe, ron, azúcar, aceite, leche en polvo, harina, café, arroz, mantequilla y cualquier cosa que puedan para pasarla chévere mientras me dure el reinado. Por lo demás todo está bien, todo marcha bonito, y yo sigo siendo el rey, aunque tenga piedras en el camino y bote piedras por el camino. Yo sigo siendo el rey pero dígname Felipe a secas y no Felipe Sesto porque a mí nunca me gustó Camilo Sesto ni Rafael sino José Luis Perales. Un abrazo camaradas. Felipiño.

Isla de Margarita, junio de 2014



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José del Carmen Pérez


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